jueves, 28 de mayo de 2015

LA NECESIDAD Y EL CAMBIO

LUIS PEDRO ESPAÑA

Todos queremos un cambio. Hasta el gobierno quiere que la situación cambie. El problema es que cada vez luce más inhabilitado para hacerlo.
Enumerar las razones por las cuales esto va para tres años en vertiginoso descenso puede resultar ocioso. Todo el país sabe los arreglos mínimos que hay que hacer en materia económica, para hacernos viables. Es tan obvio que incluso el gobierno lo sabe. La pregunta entonces es ¿por qué no cambian? No pueden. Se encuentra inmerso en sus contradicciones internas. Está de manos atadas. Privilegios, intereses, dogmas, temores, pugnas, amenazas, cuentas pendientes, viven un entramado interno que los paraliza, mientras el país sigue camino al abismo.
Nunca en Venezuela se habló de dolarización, salvo en ejercicios académicos de economistas desocupados. Siempre vimos con pretenciosa distancia o con lastima infinita los padecimientos del desabastecimiento cubano o las miserias de la empobrecida Haití. Cientos de veces nos repetimos a nosotros mismos que las aterradoras cifras de hiperinflación nunca las veríamos gracias a nuestro colchón petrolero, y no fueron pocas las náuseas que nos provocaban las prácticas represivas como trataban a los disidentes las dictaduras del continente.
Pues hoy son cada vez más los que creen que sólo una paridad con la moneda americana podría abatir la inflación y ponerle una camisa de fuerza al populismo fiscal. Tampoco resulta descabellado que grupos sociales o espacios territoriales específicos vivan situaciones propias de una crisis humanitaria por el desabastecimiento o la inflación, y no deja de sorprendernos como la respuesta represiva sigue siendo la pauta ante el aumento del descontento y la protesta ciudadana.
Nuestra crisis no es inédita. Tenemos ejemplos de lo que pasa cuando se viven realidades tan agudas. El Perú de Alan García a finales de los años ochenta, los inmensos desequilibrios del Brasil de José Sarney cuyas prácticas de controles llevó a su economía a padecer una inflación de casi 3.000%, o los regímenes represivos y corruptos de las dictaduras del cono Sur, con sus sucesivas catástrofes económicas, son espejos donde podemos mirarnos.
En todos esos casos se evidenciaron dos cosas. Primero, esos gobiernos no pudieron con sus contradicciones, no pudieron enderezar los entuertos que causaron. Segundo, los inmensos desequilibrios económicos y sociales terminaron teniendo una expresión política. En unos casos favorables, como fue el caso de Brasil y su transformación económica de la mano de Fernando H. Cardoso. En otros algo más accidentados como lo fue Perú con Alberto Fujimori y, finalmente, como también lo demuestra la historia, nada nos salva de una crisis permanente, como es el caso argentino.
Venezuela va camino a una transición, a un cambio político, de eso no se salva ni siquiera el gobierno. La ebullición del sistema socioeconómico terminará teniendo una expresión política. Eso está garantizado. Pero su signo no está determinado por la calamidad de nuestros problemas. Tenemos delante sólo la materia prima del cambio, el marco pedagógico para que nos alejemos como pueblo de las prácticas populistas y demagógicas que “funcionaron” mientras tuvimos otro espejismo petrolero, pero nada más.
El resto, la posibilidad de iniciar un nuevo arreglo social favorable va a depender del entendimiento entre las fuerzas democráticas, de la sensatez con que se conduzca el descontento, y del respeto que tenga el poder fáctico de las elecciones, como forma de iniciar un cambio que necesita, incluso, el propio gobierno.

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