Los nubarrones dispersaron los placeres que habíamos probado
Por eso cuando oigo a la gente maldiciendo la oportunidad desperdiciada
Entiendo muy bien lo que quieren decir
Y no quiero que volvamos al principio.
‘
Por eso cuando oigo a la gente maldiciendo la oportunidad desperdiciada
Entiendo muy bien lo que quieren decir
Y no quiero que volvamos al principio.
‘
Begin the Beguine’, Cole Porter, 1934
Jose Juan Ruiz
Los cuatro grandes rasgos que caracterizan al nuevo entorno
internacional —lento y asimétrico crecimiento de la economía mundial,
caída del precio de las commodities, normalización de la política
monetaria de Estados Unidos y apreciación del dólar— tienen un impacto
neto negativo sobre el crecimiento a corto plazo del país representativo
de Latinoamérica. El Fondo Monetario Internacional (FMI) en sus
pronósticos más recientes vaticina que la región crecerá al 1%, con lo
que el crecimiento promedio del periodo 2011-2016 será del 2,6%, una
tasa que supone la vuelta al promedio de 1980-2003 y que apenas supone
el 40% del crecimiento del Quinquenio Prodigioso —2003-2010— en el que
la combinación de vientos de cola favorables con políticas más
sostenibles permitió que Latinoamérica se reposicionase en el radar de
la economía global, creciera por encima de su potencial, creara empleo
formal, desarrollara sus sistemas financieros, redujera la pobreza y la
desigualdad, innovase en políticas sociales y atrajera 550.000 millones
de dólares de inversiones directas. Por no hablar de elogios unánimes y
memorables portadas de The Economist.
En Caracas, una noche de hotel de cuatro estrellas se paga con cuatro
ladrillos, cuatro fajos de 100 billetes de 100 bolívares, que pesan
alrededor de 400 gramos y que retrotraen al viajero a las zozobras de la
Latinoamérica que creíamos haber enterrado hace treinta años. ¿2015
marca la vuelta de Latinoamérica a las andadas? A las crisis
recurrentes, al crecimiento mediocre, a los ajustes procíclicos, a la
inestabilidad política, a la amargura del fracaso. Al Begin the Beguine.
Aunque es obvio que el bajo crecimiento incrementa la vulnerabilidad
económica, no daría rienda suelta al derrotismo. Muchas de las economías
de Latinoamérica están mejor preparadas que hace 20 años para vadear
este nuevo escenario. Y no todas enfrentan entornos tan complicados como
los descritos. Para aprehender la heterogeneidad basta con reparar en
que el 1% de crecimiento de la región se explica porque Venezuela,
Argentina y Brasil —el 51% del PIB del continente— estarán este año en
recesión. La otra Latinoamérica —el otro 49%— crece al 3,2%, una tasa
que si bien está por debajo del crecimiento potencial de la región, no
lo está en mayor medida que Europa o la mayoría de economías emergentes.
Esto no significa que los países que crecen más no enfrenten
problemas. El BID en su informe El Laberinto. Cómo América Latina y el
Caribe pueden navegar la economía global analiza cómo para toda
Latinoamérica los shocks son reales, los espacios de respuesta fiscal y
monetaria menores, la inflación y los niveles de endeudamiento públicos y
privados mayores, y la productividad sigue siendo demasiado baja para
garantizar con holgura la financiación de las actuales políticas
públicas durante la transición al nuevo equilibrio que el continente
tiene que encontrar. Pero para muchos más países de lo que se suele
conceder, el horizonte no es el de una crisis homérica, sino el de
seguir transitando hacia una sociedad del siglo XXI.
Desafortunadamente nada genera tanta unanimidad como un buen
prejuicio y a buena parte del mundo le sigue gustando pensar en la
Latinoamérica de las mariposas amarillas y de las lluvias que duran
cuatro años, 11 meses y dos días. Por eso están encelados con la idea de
que “la fiesta se ha acabado”, aunque en muchos países no haya habido
ninguna fiesta, sino avances de los derechos humanos, mejoras
institucionales, progresos en educación, en salud, en protección social,
en clima de negocios, en reducción de la pobreza y de la desigualdad.
¿Se podría haber hecho más? Sí. ¿Se debería haber hecho más? También.
Pero a estas alturas lo estratégicamente importante no es el lamento por
las oportunidades perdidas, sino las consecuencias de las oportunidades
aprovechadas. Y la más relevante es que la última década ha cambiado
radicalmente las expectativas de los ciudadanos latinoamericanos.
El 66% de ciudadanos de la región forman parte de la clase media y ya
no son los ciudadanos resignados a los que se les puede convencer de
que el tren del desarrollo volvió a pasar delante de ellos y que la
única opción es ajustarse ahora para poder esperar pacientemente a que
otro superciclo de commodities los lleve al desarrollo. Esa sociedad ya
no existe en el continente. Los mayores niveles de capital humano, de
información y de derechos hacen —igual que en el resto del mundo— que
los ciudadanos no se conformen con promesas, sino que exijan respuestas.
Como anticipó Moisés Naím, el “poder” —político o empresarial— no va a
permanecer en las manos de quienes no sepan cómo usarlo para ofrecer
soluciones.
Quien hoy mire sin prejuicios a la región verá que ese mundo ya ha
nacido. Cosas que casi siempre habían parecido tolerables,
repentinamente se han hecho inaceptables para la población. De México a
Chile, de Argentina a Brasil, de Venezuela a Colombia, las clases medias
están impulsando una revolución ciudadana que construye nuevas agendas
en torno a la corrupción, la inseguridad, la violencia de género, la
calidad educativa, o los umbrales de tolerancia frente a la pobreza y la
segmentación. Más que la macro, lo que ha cambiado es la sociedad y la
política.
Desde la crisis de 2008, el país tipo de la región ha incrementado su
gasto público en 3,7 puntos del PIB, y el 75% de ese aumento se ha
concretado en salarios, transferencias y subsidios. Las necesidades de
ajuste fiscal oscilan, según los escenarios, entre el 2% y el 3% del
PIB. Aunque siempre difícil, el ajuste lo sabemos hacer. El riesgo es
otro: si el sector público no puede dinamizar a corto plazo la economía,
el gran tema será cómo combinar la revolución ciudadana con el
relanzamiento del mercado y del sector privado. Si en ese encuentro
prima el pragmatismo, la recuperación puede ser muy rápida. Si la
ideología se impone, los costes serán elevados. Tanto que quizás Cole
Porter ceda ante Gardel. A “volver con la frente marchita”. A “vivir con
el alma aferrada a un dulce recuerdo que lloro otra vez”.
José Juan Ruiz es economista jefe del Banco Interamericano de Desarrollo (BID).
No hay comentarios:
Publicar un comentario