domingo, 24 de mayo de 2015

LA DICTADURA DEL AMOR

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HECTOR SCHAMIS

Si esto fuera una dictadura, sería la dictadura del amor
La dictadura del pueblo, patria y revolución
La dictadura del progreso y de la educación
Si eso es una dictadura, es porque el corazón les está dictando
 
Por todas partes se respira aire revolucionario
Avanzamos, somos patria, somos el sueño de Alfaro
Recuperamos el orgullo de sentirse ecuatoriano
Si esto es una dictadura, un aplauso para el corazón que con amor está dictando.

Así dice la canción de una reciente propaganda política del gobierno de Rafael Correa. La letra es mediocre, y eso sin comentar sobre la rima. La melodía suena como el jingle de una cerveza durante el mundial de fútbol, un producto de consumo masivo que busca identificarse con un país ansioso por goles. La interpretación también podría ser mejor, sobre todo si no abusaran del falsetto imitando a Shakira. Está en Youtube, desde luego.


Pero esta no es una reseña musical sino una nota acerca de la manipulación y la propaganda. Existe un enorme debate sobre el tema, desde los estudios sobre la construcción de hegemonía, los aparatos ideológicos del Estado, los diversos estudios sobre Goebbels y la experiencia nacionalsocialista y las gigantescas contribuciones de Habermas, McLuhan, Baudrillard y tantos más. Es un campo de estudio que trata de arrojar luz sobre el significado de un mensaje y su efectividad en movilizar voluntades
En comunicación política, lo explicito tiene por lo general menos fuerza que lo que queda sugerido, lo tácito. No es el caso ecuatoriano, sin embargo. La sutileza no es precisamente un talento de Rafael Correa. Otro dictador habría sido capaz de decir algo así como “habiendo amor, no puede tratarse de una dictadura.” Él prefirió admitir lo que es, tal vez para que nadie se confunda.
Es que Correa no está hecho para los eufemismos ni los mensajes subliminales. Prefiere ser directo. Es dictadura al fin y, para muchos, sin amor que valga. Por cierto que no sienten amor el diario El Universo y el caricaturista Bonil, obligados a retractarse tantas veces, sancionados, multados y acosados judicialmente por el delito de burlarse del poder. Correa no entiende que sin humor no puede haber amor.
Tampoco siente ese amor el periódico La Hora, sancionado no por lo que informa sino por lo que no informa. El abuso del Estado continuará, ya que el periódico se ha negado a pagar la multa. No hay amor para el diario El Comercio, multado y obligado a rectificarse recientemente por informar sobre el aumento de los costes de un proyecto energético oficial, aumento que el ministerio en cuestión ha disputado. En todos los casos, las sanciones las imparte la Supercom, Superintendencia de Comunicación, supuesto ente regulatorio autónomo pero que en realidad se ocupa de contenidos, brazo ejecutor y de facto ministerio de propaganda.
Por cierto que tampoco ha habido amor para el joven de 17 años que tuvo la mala idea de hacerle un gesto irrespetuoso a Correa—eso según Correa, valga la aclaración—y tuvo que enfrentarse en plena vía publica con el acoso personal del presidente y sus guardaespaldas. El joven fue arrestado a pesar de ser menor de edad y luego sancionado a cumplir trabajos comunitarios.
No se ve amor para con las mujeres, con demasiada frecuencia estigmatizadas desde el poder. Allí, un Estado laico aprueba un “Plan Familia” que, con inspiración religiosa, pretende regular su sexualidad, maternidad, desarrollo profesional y les dicta lecciones de moralidad. Todo ello envuelto en un discurso que sin demasiadas sutilezas les hace responsables hasta por la violencia de género, consecuencia de su supuestamente baja auto estima. El razonamiento está tan tipificado que redunda. Se trata de victimizar a la víctima: la falda estaba muy corta, el maquillaje, exagerado. El argumento siempre termina en la justificación de la violencia por una provocación previa.
El paralelo es útil. La sociedad ecuatoriana es cada vez más una mujer maltratada por provocar, por usar la falda demasiado corta, es decir, por ejercer sus derechos y exigirle al gobierno respetarlos. El psicópata que golpea siempre tiene una enseñanza a impartir y una provocación a corregir. Como Correa, el hombre abusivo también lo hace por amor. Es solo que, en esas relaciones, la dictadura del amor casi siempre termina en un régimen de terror.

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