19 marzo, 2011
No es una guerra, todavía, pero es justa
No es en propiedad una guerra pero es justa. La acción militar decidida hoy en París a partir de la resolución 1973 del Consejo de Seguridad cumple con todas las condiciones exigidas para la guerra justa o llamada también ‘ius ad bellum’ (derecho a hacer la guerra). Es justa la causa: se trata de proteger a la población libia y de impedir que Gadafi termine aplastando a sangre y fuego la revuelta contra su dictadura. Hay una autoridad legítima que la ha autorizado, la más legítima de todas las que tenemos a nuestra disposición: el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas. La intención o el objetivo que se persigue es el correcto, y viene incluido ya en la causa. También lo es la proporcionalidad de los medios de acción, hasta el punto de que no se desencadena en propiedad una guerra sino una acción de policía o protección aérea. Es el último recurso, puesto que Gadafi ha sido ya conminado a un alto el fuego y a retirar sus tropas a los cuarteles, mientras que el dictador y sus hijos no solo no han cumplido ninguna de las condiciones exigidas, sino que además han intentado engañar a la comunidad internacional declarando un alto el fuego que en ningún momento han aplicado. Finalmente, tiene el propósito obvio de alcanzar la paz y abrir el camino a la plena soberanía de los libios para que se doten del Gobierno que consideren conveniente.
Soberano es el Estado que sirve para proteger a su población. El gobierno que no protege a sus ciudadanos y que por el contrario se convierte en su principal enemigo no merece seguir gobernando. De ahí lo adecuado de la respuesta internacional. Es una hipocresía extrema escudarse en la condenable represión saudí en Bahrein para devaluar la resolución de Naciones Unidas. Lo ha hecho el jeque Nasrallah, líder de Hezbola, en Líbano, pero lo hacen también otras voces desde la derecha más reaccionaria, que apuesta por mantener el ‘status quo’ en Oriente Próximo y tiene los máximos recelos ante el despertar democrático de los árabes. Es el caso de la Liga Norte en Italia o del Frente Nacional en Francia, dos de las fuerzas que han rechazado la resolución de NNUU.
Ni la resolución ni la acción militar son insignificantes. Llegan tarde, pero no llegan demasiado tarde. Llegan a tiempo para evitar lo peor y a tiempo para dar vida de nuevo a la revuelta contra Gadafi y abrir el camino hacia la transición. Con estos mimbres el margen de acción es amplísimo. Sobre todo si sigue contando y manteniendo el consenso y el apoyo de la población libia y de la mayoría de los países árabes. La mayor baza de un dispositivo como el que se está organizando son los ataques a las fuerzas militares que se desplacen entre ciudades o apoyando a las fuerza rebeldes que se desplacen también de una ciudad a otra: el primer golpe aéreo contra cuatro blindados de Gadafi va en esta dirección. Militarmente a Gadafi solo le queda la posibilidad de atrincherarse en Tripoli para negociar la rendición y su salida. Sostener a sus tropas mercenarias sobre la extensa geografía libia, con el desequilibrio de fuerzas que tiene en el aire y en el mar, es una tarea imposible que le conducirá a la derrota rápidamente y a quedarse sin recursos para la defensa final.
Gadafi se halla cercado. Tiene enfrente a toda la comunidad internacional incluidos los países árabes en transición, Túnez y Egipto, pero también a los que quieren evitar nuevas revoluciones. La vía reformista, que permita el mantenimiento de los regímenes en plaza actualmente, pasa por eliminar al tirano libio. Los déspotas árabes que queden le deberían estar agradecidos, porque han ganado tiempo para reprimir a sus revoltosos y encauzar las energías revolucionarias. No cabe pensar, en cambio, en un ataque directo a Gadafi, inicialmente al menos, aunque según como evolucionen las cosas puede haber una escalada en los objetivos militares: no es una guerra en propiedad pero no puede descartarse que se convierta en una guerra abierta. Para proteger a la población civil nada mejor que liquidar al dictador. Pero no se puede hacer poniendo en riesgo precisamente a la población civil. Los bombardeos indiscriminados o los ataques a fuerza de Gadafi emboscadas en las ciudades deberán quedar tajantemente excluidos.
La acción emprendida a partir de la resolución 1973 es muy peculiar. Es tan legítima como la primera guerra del golfo o la invasión de Afganistán. Es tan moral como la guerra contra Serbia por Kosovo. Tiene incluso algo en común con la guerra de Bush en Irak: se trata de una coalición de voluntarios, con una muy notable característica, que no la dirige Estados Unidos sino Francia. La votación el jueves por la noche en el Consejo de Seguridad demuestra, de otra parte, un alto grado de consenso internacional. La abstención de China y Rusia, dos países con derecho a veto, es un voto condescendiente. La abstención de Alemania es, sobre todo, un problema para Alemania y para la Unión Europea, pero desde el punto de vista práctico también sirve: Merkel pone a disposición sus aviones-radar Awacs para actuar en Afganistán y libera así a los Awacs estadounidenses, que podrán colaborar en el cerrojo sobre Gadafi. Su participación en la reunión de París demuestra su compromiso político, aunque no militar, con el derrocamiento del dictador.
Estamos de nuevo ante un giro inesperado en la dinámica de las relaciones internacionales. Esta vez es consecuencia de la sorpresa árabe, una auténtica novedad histórica, de las que hace época, trastoca liderazgos y obliga a cambiar el paso a todos. Ban Ki-moon ya no es el peor secretario de Naciones Unidas de la historia. Sarkozy se está salvando. Los déspotas árabes se palpan la ropa y se convierten al reformismo. China y Rusia se apartan amablemente. No sabemos qué es Alemania. Israel se halla perpleja y asombrada: no es el ombligo del mundo y ni siquiera lo es de Oriente Próximo. Obama no actúa como el líder del planeta. Todos estos hechos constituyen la promesa de que vamos a seguir viendo cosas extraordinarias en los próximos tiempos.
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