Defender a los libios
SAMI NAÏR 12/03/2011
El País
Es evidente que una intervención internacional de apoyo a las fuerzas civiles libias es difícil de realizar, puesto que la experiencia de estos últimos 10 años ha sido catastrófica para el derecho internacional. EE UU y Reino Unido asestaron un golpe mortal a la legitimidad de la ONU en 2003, durante la invasión de Irak; lo empezaron a pagar de hecho en Afganistán, donde el apoyo internacional se tambalea. Pero siguen dando muestras de complicidad con Arabia Saudí, foco purulento del fundamentalismo religioso, y siguen apoyando de manera incondicional a Israel. La opinión pública internacional no se toma en serio los discursos falsamente humanitarios de EE UU. Y lo que es más grave aún es que estos son reinterpretados en sentido contrario por la opinión pública árabe, ya que, a sus ojos, toda iniciativa de Occidente en general y de EE UU en particular es sospechosa, debido a la tradición de los dos pesos, dos medidas.
El esquema que, después de la invasión de Irak, trazábamos de una destrucción duradera del derecho internacional en las relaciones internacionales se confirma año tras año. La diplomacia internacional está paralizada; la Unión Europea no tiene nada más que una diplomacia decorativa y ridículamente retórica: solo puede actuar el Consejo Europeo, pero en ausencia de una defensa mínima común, no hay brazo armado europeo que pudiera dar un contenido disuasorio a las decisiones europeas; Francia y Reino Unido pueden sin embargo actuar conjuntamente, puesto que su cooperación militar está avanzada.
Sin embargo, nunca dejaremos de repetir que Libia no es Irak. Odiado por Occidente, Sadam Husein había respetado todas las decisiones de la ONU desde 1990; gobernaba con la fuerza un país aplastado por el embargo impuesto por EE UU con la complicidad de las grandes potencias occidentales, pero no tuvo que afrontar una guerra civil, aunque reprimiera brutalmente toda oposición, sobre todo la de los kurdos.
Gadafi es otra cosa: bombardea a los civiles, menosprecia los derechos más elementales de la humanidad amenazando con "provocar un baño de sangre", en caso de que se exprese cualquier solidaridad con el pueblo alzado. Lo peor es que aunque el mundo no haga nada, él masacrará de todas maneras a las poblaciones civiles que se han levantado en su contra. Si gana, a Bengasi le aguarda el destino del campo de exterminio.
Y, sin embargo, podemos actuar. Parece que la idea de una zona de exclusión aérea se ha descartado por razones técnicas. Pero, aun así, existe un consenso relativo para actuar militarmente. El Consejo de las monarquías del Golfo ha dado ya su acuerdo para una intervención que pretende proteger a los civiles. La Liga Árabe, reunida hoy (12-3) en El Cairo, asumirá sus responsabilidades. Queda por convencer a China y a Rusia. No es imposible, si ven que a Gadafi se le acaba el tiempo. Esta intervención es, evidentemente, de carácter defensivo: se trata de proporcionar a los combatientes libios las armas que necesitan y responder a los bombardeos de la aviación libia con acciones puntuales contra sus bases. Ya es hora de acabar con el payaso sanguinario de Trípoli.
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