lunes, 21 de marzo de 2011

LINGUÏSTICA POLÍTICA

Ramón Piñango

Los debates en la Asamblea han servido, entre otras cosas, para demostrar la importancia del uso del lenguaje como arma política. Es decir, la utilización de expresiones, palabras y símbolos para transmitir eficazmente lo que se quiere comunicar a los ciudadanos y obtener su apoyo.

La primera condición para desarrollar una comunicación políticamente eficaz es ser consciente de que las palabras importan porque tienen consecuencias. Gran parte de las intervenciones de los parlamentarios de oposición hacen dudar de que tengan tal conciencia. En las recientes sesiones de la Asamblea unos cuantos no tenían claro que su audiencia no eran los ministros interpelados ni los diputados oficialistas, sino la gente que desde su casa los estaban escuchando o los periodistas. Como fuera, trataban de ganarle un argumento a algún ministro, y, al hacerlo, cometían algunos errores. Uno fue enfrascarse, como grupo, en un uso y abuso de cifras para demostrar asuntos tan diversos como inflación, desempleo, pobreza, mortalidad infantil o inseguridad. ¿A quién se dirigía tal derroche estadístico? ¿A expertos o al ciudadano común? Los primeros no lo necesitan, al segundo le dice muy poco o nada. Además, la cosa era ridícula: estaban las cifras oficiales y las de la oposición, es decir cifras para el gusto de cada bando.

El uso excesivo de cifras obedece a la creencia equivocada de que el lenguaje político es un lenguaje de hechos, que los hechos no tienen que ver con emociones y que los números son lo que mejor refleja los hechos. El papel del político es conectarse con la gente y ayudar a los ciudadanos a interpretar la realidad. Para ello debe entender que la percepción de la realidad y su interpretación son procesos tanto cognoscitivos como emocionales. Por ejemplo, las encuestas demuestran que la gente está muy preocupada por el problema de inseguridad. Quien ha sufrido la muerte de un familiar no quiere saber de cifras sino que alguien que comprende su dolor y está dispuesto a hacer algo. Inviértase tiempo, entonces, en asociar al Gobierno con calles inseguras, oscuras y sin policías.

Insistir en cifras al hablar de inseguridad o mortalidad infantil "enmarca" al político opositor como tecnócrata alejado del drama humano.

Como diría George Lakoff, en política usar el lenguaje significa, en gran parte, "enmarcar" al adversario y a uno mismo de determinada manera. Hugo Chávez, por ejemplo, ha enmarcado a la oposición como "escuálida" y "golpista". Tan eficaz ha sido que la misma oposición se ha mostrado muy temerosa dudando de su propia fuerza y tratando de no acosar al Gobierno. Teme, incluso, hablar de dictadura para que no piensen que tiene "malas" intenciones. Si algo teme el Gobierno es que lo "enmarquen". Lee encuestas y sabe que lo de socialismo o comunismo no es muy popular, por lo que ahora elude esos dos términos y se llama revolucionario. De igual manera, Chávez teme que lo llamen "dictador" y afirma a cada momento que es demócrata. Que la oposición aprenda, e insista en llamar al régimen comunista y denunciar la penetración cubana. De esta manera lo "enmarca" como "enemigo de la libertad" y "débil" en la defensa de la soberanía, cosas que contradicen valores fundamentales de esta sociedad.

La oposición también necesita enmarcar su discurso. Al respecto, la intervención de Alfredo Ramos abre una posibilidad: enmarcarse en la defensa de los más débiles ante el poderoso Estado abusador. Claro, queda por verse si la oposición está de acuerdo y si está dispuesta a jugar como equipo coherente y no como agregado de divos.

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