YA ESTÁ BUENO de tanto analista político
Sebastian de la Nuez
Talcual
Lo mejor que puede uno desearle a la Mesa de la Unidad es que los analistas de oficio enmudezcan
Es muy fácil mirar los toros desde la barrera, hacer pronósticos que luego serán olvidados y cobrar por ello.
Los opinadores son una raza que algún día merecerá un sketch en una edición reloaded de Radio Rochela.
Los mejores opinadores son los que por lo general mantienen su boca cerrada y no la abren sino de vez en cuando, si tienen algo que decir.
Los otros, los que se empecinan en escribir algo inteligente cada semana, o decirlo cada día aunque nadie les haya preguntado, suelen ser unos cantamañanas de la opinión, chuleteros montados sobre el tiovivo de la política. Le sueltan el moño a la lengua con demasiada facilidad. El mundo de la política está más lleno de incertidumbres y preguntas que de respuestas, pero a ellos nunca les falta una contestación empaquetada en prolijo verbo. A veces hablan de dictadura refiriéndose a Chávez, y es como la hamburguesa con queso: una idea para comerse rapidito y a bajo costo. No tienen ni idea de la anomia que eso produce.
Los opinadores o analistas políticos no promueven la discusión ni la dialéctica pues sólo se escuchan, en plan onanista, a sí mismos.
Gamelote unidireccional. Pero no hay analista político empacado al vacío sin interlocutorcohete que lo lance desde Cabo Cañaveral. El caso típico: la buena señora Marta Colomina propo- niéndole a su entrevistado de turno una pregunta que lleva implícita la respuesta. El "analista", entonces, suele comenzar sus respuestas desde la esquinita en la cual lo acorraló la buena señora: "Y no sólo eso, profesora, sino que...".
Juntar elementos dispersos y dar una versión o lectura original de la actualidad es un ejercicio intelectual de alto vuelo que no se aprende en cafeterías ni se compra en botica. Hacerlo cada semana es difícil. Improvisarlo de un momento a otro, peor.
Y sin embargo, con esta opinión pública tan veleta, hay opinadores que han hecho su agosto en estos doce años a costa de Chávez. Hablando de Chávez, criticándolo, advirtiéndole hasta del mal que acabará con él; siguiéndole el juego, a fin de cuentas. Así se consolida una opinión pública representada en el tipo clase media que ve al opinador en la cola del cine, se le presenta y le dice: "Doctor, ¿y usted cree que Chávez se va a dejar quitar el coroto así de fácil?" Hay unos analistas de oficio que se apoyan, además, en sondeos propios que no se sabe muy bien de dónde sacan. Me gustaría ver las salas donde hacen sus focus group John Magdaleno y Oscar Schemel, por ejemplo. Deben ser de color blanco, forradas en polietileno, con espléndida luminosidad y llenas de chicas que continuamente hacen consultas relámpago a través de teléfonos manos libres.
Un opinador criollo va a un programa y despliega su plumaje como un pavo real mientras apunta con su dedo índice: "La MUD debería picar adelante en ese asunto de los gallineros verticales y proponerle al país una granja en las azoteas de Parque Central...".
¿Por qué no deja, doctor, trabajar en paz a la Mesa? ¿Dónde estaba usted cuando la Coordinadora Democrática ponía la torta día tras día? ¿Qué dijo usted? Uno descubre en los archivos de los periódicos excelentes razones para no leer, para no escuchar, a quienes viven precisamente de la habladera de pistoladas.
¿No dieron ellos por defenestrado a Chávez incluso antes de los sucesos de abril de 2002, y ya estaban haciendo consideraciones sobre lo que tendría que hacer el inminente nuevo gobierno?
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