miércoles, 30 de marzo de 2011

¿Quiénes son los rebeldes libios?

por Jon Lee Anderson


Tres de los ejércitos más grandes del mundo han acordado apoyar a un grupo de personas en las ciudades costeras y pueblos de Libia, conocidos vagamente como «los rebeldes». El último mes, Muammar Gadafi, que combina un fantasmagórico sentido de la realidad con una ilimitada capacidad de sembrar terror, apareció en televisión para decir que los rebeldes eran extremistas de Al Qaeda, infectados por alucinógenos que tomaron en su leche y Nescafé. El presidente Obama, que se debate entre la urgencia de rescatar a los inocentes de la masacre y al mismo tiempo de no caer en una guerra prolongada, describió a los rebeldes de una forma diferente: «Gente que está buscando una mejor calidad de vida».

Durante estas semanas que he estado reportando en Bengasi en un caótico y movedizo frente de guerra, he pasado gran cantidad de tiempo con estos voluntarios. El lado más fuerte de los combatientes ha sido el shabbab —jóvenes cuyas protestas a mediados de Febrero desataron la insurrección—. Sus miembros abarcan desde matones callejeros a estudiantes universitarios (muchos de ellos en computación, ingeniería o medicina), y se les unieron hombres adultos; comerciantes, mecánicos y tenderos desempleados. También entre ellos hay un grupo de trabajadores de empresas extranjeras: ingenieros petroleros, marítimos, de construcción, supervisores y traductores. Hay ex soldados, que llevan pintadas la culata de sus armas de rojo, verde y negro —los ubicuos colores de la bandera libia pre-Gadafi.Fuera de Ajdabiya, un hombre llamado Ibrahim, uno de los muchos emigrados que volvieron, dijo: «Los libios siempre han sido musulmanes. Buenos musulmanes». Aquí la gente se considera decente y atenta. Un poco parroquiales, a la antigua, pero no islamistas radicales. Ibrahim tiene cincuenta y siete años. Vive en Chicago y entregó su taller de reparación y lavado de autos a un amigo para poder venir a pelear. Él ha hecho su vida en los Estados Unidos, dijo, pero es su deber como libio, ayudar a deshacerse de Gadafi «el monstruo».Por otra parte hay unos cuantos religiosos, más disciplinados que los otros, que muestran la intención de pelear a la cabeza del frente de batalla. Parece improbable que ellos representen a Al Qaeda. Vi en el frente, en Ras Lanuf como se organizaron rezos y oraciones, pero la mayoría de los combatientes no asistió. Un rebelde con ansias de futuro, en Brega, reconoció ser un jihadi —un veterano de la guerra de Irak— pero dijo que aprobaba la acción de los Estados Unidos de involucrarse en Libia, porque Gadafi era un kafir, un infiel.

En el último mes, hombres como Ibrahim se han lanzado al combate, impulsados por la rebeldía y la desobediencia, pero son apenas capaces de empuñar las armas. Para muchos de ellos, el combate consiste mayormente en una actuación —bailando, cantando y disparando al aire— y en correr alrededor de improvisadas camionetas de combate. El ritual continúa hasta que son ahuyentados por las municiones del ejército oficial. En los primeros días de contraataque de Gadafi, los jóvenes combatientes se sentían indignados porque el enemigo les disparaba con armas de verdad. Cientos murieron.

La realidad del combate ha asustado a los rebeldes, pero también ha fortalecido la determinación de aquellos que han perdido amigos o hermanos. Fuera de Ajdabiya, conocí a Muhammad Saleh, un joven mecánico armado sólo con una bayoneta. Una o dos horas antes, había visto morir a su hermano menor. Pocos días después, me dijo que planeaba comprar armas en el mercado negro, y con un grupo de diez amigos, volver al campo de batalla. Con entrenamiento profesional y liderazgo (presumiblemente del extranjero), los rebeldes lograrán convertirse en un verdadero ejército. Por ahora cuentan con quizás mil soldados entrenados, y se encuentran dramáticamente rebasados. La semana pasada un ex oficial militar me dijo: «No hay ejército, sencillamente somos nosotros. Unos cuantos voluntarios como yo, y el shabbab».

Grandes preguntas quedan sin contestar sobres los líderes de la rebelión: ¿Quiénes son? ¿Cuáles son sus idea políticas? ¿Qué harán si Gadafi cae? En la corte en Bengasi, la sede de facto de la revolución libia, un grupo de abogados, doctores y otros profesionales ha nombrado una mezcolanza como «líderes del consejo». Hay un consejo de la ciudad de Bengasi, y un consejo nacional provisional, liderado por un blando y aparentemente honesto ex ministro de justicia, Mustafá Abdel Jalil, que pasa su tiempo en Bayda, a ciento veinticinco millas. Otras ciudades tienen sus propios consejos. Sus miembros son intelectuales, ex disidentes y hombres de negocios, muchos de ellos de distinguidas familias antes de que Gadafi llegara al poder. Pero no están organizados. Nadie se explica cómo el Consejo de Bengasi trabaja con el Consejo Nacional. La semana pasada, otra sombra del gobierno, el Consejo de Manejo de Crisis, fue anunciado en Bengasi. No estaba claro si un antiguo planificador experto del gobierno llamado Mahmoud Hibril, estaría coordinando con Jalil, o si lo estaría suplantando.

Reina la confusión: hay dos jefes militares compitiendo. Uno es el general Abdel Fateh Younis. Era el ministro de interiores y comandante de las tropas especiales de Libia bajo el mando de Gadafi hasta que «desertara» al lado rebelde. Younis ha estado públicamente ausente. El shabbab y varios consejos desconfían de él. El otro jefe, el coronel Khalifa Heftir, es un héroe de la guerra libia con Chad en los ochenta. Luego se volvió contra Gadafi y hasta hace poco, estaba exiliado en Estados Unidos. A diferencia de Younis, él despierta admiración en toda Bengasi, pero también se ha mantenido fuera, en un campamento secreto donde está preparando tropas élite para la batalla.

Mustafa Gheriani, hombre de negocios y vocero rebelde, reconoció la ineficiencia de los consejos revolucionarios y me instó a no creer en las acusaciones de Gadafi de extremismo. «Las personas aquí están mirando a Occidente, no a alguna forma de socialismo u otro sistema extremo. Eso es lo que teníamos antes aquí», dijo. «Pero si son defraudados por occidente, serán presa fácil para los extremistas».

Antes de que las tropas de Gadafi llegaran a Bengasi, había un gran fanfarroneo revolucionario. Los libios estaban unidos por su odio al hombre fuerte. Decían los rebeldes, que si el ejército trataba de tomar la ciudad, ellos se pondrían de pie y pelearían. Pero cuando las primeras columnas de soldados llegaron, varios miles de bengasinos —incluyendo a algunos de los miembros del consejo— huyeron hacia el este. De esos que se quedaron a pelear, más de treinta murieron, y la resistencia se salvó por la llegada de los aviones de guerra franceses. Desde entonces, la retórica sobre la unidad ha integrado insinuaciones sobre los leales a Gadafi, estampadas por quienes han sido perseguidos, detenidos y, en algunos casos, violentamente.

Gheriani trató de asegurarme que el nuevo estado no sería conducido por una turba o por extremistas religiosos, sino por «intelectuales educados en occidente», como él. Si se trata de un deseo, del cual se ha hablado mucho aquí en las últimas semanas, es un enigma. Después de cuarenta y dos años de Muammar Gadafi —su crueldad, sus presunciones megalómanas de liderazgo en África y el mundo árabe— los libios no saben cómo es su país, mucho menos qué será.

A pesar de todo, algunas cosas están claras en Bengasi: un influyente hombre de negocios, Sami Bubtaina expresó un sentimiento común: «Queremos democracia. Queremos buenas escuelas, queremos libertad de expresión, darle fin a la corrupción, un sector privado que pueda ayudar a construir esta nación, y un parlamento para deshacerse de quien sea, cuando lo queramos». Estas son honorables demandas. Pero esperar que sean alcanzadas fácilmente, sería negar el precio de décadas de demencia, terror, y de la eliminación deliberada de una sociedad civil.

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