Escuela para tiranos
Douglas Farah
Foreign Policy
El coronel Muamar el Gadafi es hoy famoso por los abusos que ha cometido con su pueblo durante más de cuatro décadas de Gobierno brutal en Libia, pero pocos recuerdan la amplia campaña de matanzas y actos terroristas que orquestó en África occidental y Europa cuando estaba en el apogeo de su poder.
Tampoco se conocen bien su reciente alianza con el venezolano Hugo Chávez ni su larga amistad con el nicaragüense Daniel Ortega, dos presidentes muy ocupados en la labor de pisotear sus respectivas constituciones y progresar hacia una dictadura. Y suele ignorarse el hecho de que estos tres gobiernos apoyan a las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC), un grupo terrorista que produce más de la mitad de la cocaína mundial y dos tercios de la que llega a Estados Unidos.
Ortega y Chávez son dos de los pocos dirigentes que han defendido públicamente los ataques del líder libio contra su propio pueblo y que le instan a resistir y librar una última batalla revolucionaria. En 2004, Gadafi otorgó a Chávez el Premio Internacional el Gadafi de Derechos Humanos, creado por él mismo. El líder venezolano, que, a su vez, concedió la máxima condecoración civil de Venezuela a Gadafi en 2009 y le comparó con el libertador suramericano Simón Bolívar, se ha ofrecido ahora a mediar en el conflicto libio. Hasta ahora, el único que parece haber aceptado la oferta es el propio coronel.
Los vínculos de Gadafi con varios de los regímenes y movimientos armados más represivos se establecieron en los 80, cuando estaba considerado como una de las mayores amenazas terroristas del mundo. Rebosante de dinero del petróleo, Gadafi organizó una campaña de entrenamiento para individuos que acabaron siendo los señores de la guerra más brutales de gran parte de África, un legado que dejó una región asfixiada e inestable.
El Centro Revolucionario Mundial (CRM) de Gadafi, próximo a Bengasi, se convirtió, como escribió el especialista Stephen Ellis en su libro de 2001 The Mask of Anarchy, en “el Harvard y el Yale de toda una generación de revolucionarios africanos”, entre ellos, muchos de los tiranos de más triste fama del continente. Allí, unos campamentos levantados en el desierto acogían a reclutas de distintos países que recibían formación en el uso de armas y técnicas de espionaje, con cierta dosis de adoctrinamiento ideológico basado en el Libro Verde de Gadafi. Los cursos duraban de unas semanas a más de un año, en función del nivel de especialización y el rango que tuviera cada uno.
Además de africanos, los cuadros de Gadafi entrenaron a sandinistas de Nicaragua y a miembros de otros movimientos revolucionarios latinoamericanos, y desarrollaron una sólida relación con Ortega. Posteriormente, Gadafi estableció una estrecha relación con las FARC y conoció a sus líderes en reuniones de grupos revolucionarios que se celebraban de forma periódica en Libia.
En los 80 y 90, un grupo selecto de discípulos de entre el alumnado del CRM formó una fraternidad de déspotas que decidieron apoyarse mutuamente en sus campañas sanguinarias e implacables para obtener poder y riqueza. Esa red sigue teniendo hoy una influencia considerable a través de los miembros que siguen en el poder, como Blaise Compaoré de Burkina Faso e Idriss Déby de Chad.
El elemento que todos estos matones tan distintos tenían en común era su actitud antiamericana, que hizo que Gadafi apoyara a otros dictadores. Su mejor aliado en el continente era el asesino Robert Mugabe, que, aunque no se entrenó en el CRM, se ha sostenido gracias a donaciones directas de Libia y envíos de petróleo subvencionado; sobre todo, envíos de crudo subvencionado por valor de cientos de millones de dólares. En los últimos tiempos, las relaciones entre los dos países son más tensas, porque Zimbabue no puede pagar el dinero que debe a Libia.
Da la impresión de que Gadafi ha sacado buena rentabilidad de sus inversiones. Después de intervenir militarmente en
Pero fue en África occidental donde más se notaron los primeros efectos de la ambición de Gadafi. Liberia, el bastión de Estados Unidos en la zona durante la guerra fría, interesó de manera especial al líder libio, sobre todo después de que el presidente Ronald Reagan ordenase en 1986 un bombardeo en el que murió una de las hijas de Gadafi.
Para que le ayudase a ejecutar su venganza, Gadafi recurrió al presidente de Liberia, Charles Taylor, un criminal de guerra que hoy está sometido a juicio por crímenes contra la humanidad, incluidos el secuestro de niños para utilizarlos en combate, las violaciones sistemáticas y el asesinato de masas. Otro reclutado por Gadafi, Foday Sankoh, del Frente Unido Revolucionario (FUR) de Sierra Leona, estaría hoy presente en el mismo tribunal y por los mismos motivos si no hubiera muerto por causas naturales.
Sankoh, un cabo analfabeto, formó el FUR bajo el patrocinio de Taylor, y los dos fueron los pioneros del atroz método que les hizo famosos en los 90: la amputación de brazos y piernas de hombres, mujeres y niños como parte de una campaña de tierra quemada planeada para apoderarse de los yacimientos de diamantes de la región. Gadafi respaldó su salvajismo y se reunió a menudo con Taylor y sus más estrechos colaboradores para examinar el progreso de los conflictos y suministrarles armas. De hecho, siguió enviando armas a Taylor incluso después de que éste perdiera el poder por la fuerza, en 2003.
Otro que fue alumno del centro libio fue Laurent Kabila, cuyas fuerzas despiadadas se hicieron con el poder en
Compaoré, actual presidente de Burkina Faso, es otro famoso graduado del CRM. En 1987, unas tropas leales a él, en aquel tiempo capitán y ministro de la presidencia, asesinaron al presidente Thomas Sankara, que era su mejor amigo, y allanaron el camino para que se adueñara del poder. Cuando ya era presidente de Burkina Faso, un país pequeño, pobre y sin salida al mar, Compaoré apoyó con tropas y recursos la insurgencia de Taylor en Liberia y las acciones del FUR en Sierra Leona. En 2002, una investigación de Naciones Unidas llegó a la conclusión de que había contribuido de forma importante a armar al FUR y a Taylor y con ello había violado el embargo de armas impuesto por
En Latinoamérica, Gadafi ha ayudado a los sandinistas y a Ortega desde 1979, y este no lo ha olvidado. La semana pasada, declaró que Gadafi era su "hermano", y hace unos días comunicó su apoyo y prometió que "Nicaragua, mi gobierno del Frente Nacional Sandinista de Liberación y nuestro pueblo están contigo en estas batallas".
La relación de Libia con Chávez y las FARC se remonta al menos a 2000. Numerosos correos electrónicos enviados entre el comandante de las FARC, Raúl Reyes, Gadafi y Ortega muestran lo profunda que seguía siendo su relación en un pasado no muy lejano. Las FARC, fundadas en 1964 y cuyo ámbito de actuación es fundamentalmente Colombia, son el movimiento guerrillero más antiguo del hemisferio occidental. Desde que Chávez llegó al poder, el presidente venezolano les ha dado todo su respaldo político y ha exigido que se eliminara el grupo de las listas de terroristas de Estados Unidos y
Cuando Reyes murió a manos de las tropas colombianas en 2008, la policía se incautó de los discos duros de sus ordenadores, que contienen una montaña de correspondencia, con mensajes como la carta del alto mando de las FARC enviada el 4 de septiembre de 2000 al “Camarada coronel Gadafi, Gran Líder de
El 22 de febrero de 2003, Reyes escribió una carta a Ortega, con la advertencia de "Entregar en mano", en la que le pedía noticias sobre la situación de la petición que habían hecho las FARC de misiles, y subrayaba la urgencia. "Querido camarada Daniel", escribía, "los libios dijeron que nos responderían, pero todavía no hemos recibido ninguna información... Cuando estábamos en Libia nos explicaron que la responsabilidad política de las estrategias de Libia en la región estaba en manos de Daniel Ortega. Por ese motivo nos dirigimos a ti, con la esperanza de obtener una respuesta". No está claro si alguna vez les entregaron las armas.
Chávez tiró la casa por la ventana durante la visita de Gadafi a Venezuela en 2009. “Lo que es Simón Bolívar para el pueblo venezolano, lo es Gadafi para el pueblo libio”, dijo mientras concedía al coronel la medalla de
Chávez, Ortega, Mugabe, Compaoré y los demás miembros, cada vez menos numerosos, del club de déspotas de Gadafi, deben de estar deseando que el coronel no tuviera razón. El apoyo de Chávez y Ortega a Gadafi ha tenido un alto coste político y ha sido motivo de bochorno para muchos antiguos revolucionarios latinoamericanos que hoy comparten la visión de un futuro democrático. Da la impresión de que el club de viejos dictadores perderá pronto a uno de sus miembros, y los supervivientes -y sus ciudadanos- se quedarán pensando si también existe un destino común.
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