Curioseando anaqueles de comida en Nueva York, por casualidad me he cruzado con una tableta de 50 gramos de chocolate “Acarigua”, fabricado por la empresa italiana Giraudi. Esta tableta se vende a 9.80 dólares; pero apuesto que menos del 1% va a parar al cultivador del cacao venezolano. El 99% restante va al bolsillo de quienes hicieron la ingeniería genética del cacao, el procesamiento, el branding, el mercadeo, la publicidad y otras tareas de la economía del conocimiento.
En esta economía, los recursos no son lo importante, sino el conocimiento, la imagen de “Cioccolato Artigianale” orgánico, para consumidores de alto poder adquisitivo. Por eso, una empresa como Google, que no nació vendiendo ningún producto que pudiera ser tocado con las manos, vale cuatro veces más que el producto interno bruto de Bolivia, con todos sus recursos naturales. A principios de 2010, el valor de mercado de Google era de 200.000 millones de dólares, mientras que el de Bolivia, apenas 45.000 millones de dólares, como explica Oppenheimer en su último libro “¡Basta de Historias!”
Anclados como estamos en una mentalidad obrerista y de lucha de clases ‘a la Marx’ típica del siglo 19, está pasando frente a nosotros el siglo 21 (llevamos ya una década cumplida) sin enterarnos de los profundos cambios en las estructuras económicas, que imponen un cambio igualmente profundo de nuestras ideas sobre donde está la fuente verdadera de la riqueza para el país.
Las ideas de nuestros pensadores de políticas públicas es tan obsoleta como el teléfono de disco o el fonógrafo, pues abreva en las ideas de “economía industrial” de finales del siglo 19, Ellos conciben el desarrollo económico atado a grandes inversiones estatales, para la producción de industrias pesadas “ancla” o “estratégicas”, donde el factor de producción importante es la mano de obra del “obrero factorial”. El desiderato de esta forma de pensamiento es utilizar la “palanca” de la inversión pública, como mecanismo catalizador de inversiones privadas, y generar así “mano de obra” para emplear a la gente.
Esta es la razón que algunos economistas como Orlando Ochoa o José Guerra –no precisamente simpatizantes del gobierno – esgrimen para resistirse a la privatización de PDVSA, pese a que la evidencia palmaria les manotea en la cara que esta idea no es sino más de lo mismo, pero dicho con la floritura del tecnócrata. Lamentablemente, no pueden ver otro universo, porque sus anteojos para analizar la economía son de la misma fabricación que los de un Jorge Giordani: ven a la economía como una gran máquina que ellos pueden gobernar, dotados de las herramientas fiscales que proporcionan estas industrias “estratégicas”.
Pero incluso asumiendo su cándida hipótesis de una PDVSA y otras empresas públicas manejada por querubines o sabios ancianos, resulta que el desarrollo económico hoy día no depende de cuantos recursos naturales “controle” la sociedad (si puede llamarse “control social” a la industria petrolera), sino en la agregación de valor sobre esos recursos. Depende de la producción de conocimiento, que no está en otra parte, sino en las personas mismas. Para corroborarlo, basta con comprobar cómo los activos intangibles de una empresa (el “branding”, las marcas, la investigación y desarrollo) tienen un valor cada vez mayor frente a los activos tangibles (como tierra, instalaciones, edificios y equipos). Por ello, es que hay una diferencia cada vez mayor entre el valor en libros y el valor de mercado de estas empresas, que los ortodoxos de la economía, infantilmente, atribuyen a “especulación”. El trecho que existe entre los activos físicos de una compañía y su valor verdadero (de mercado) se le conoce como correlación valor en libros-valor de mercado (“market-to-book ratio”). Esta correlación es especialmente significativa para empresas de alta tecnología y servicios. Por ejemplo, para 1997, la correlación apenas era de 1.6 para General Motors, pero de 13.4 para Microsoft. Ya en aquel entonces los activos físicos de Microsoft a duras penas alcanzaban 7% del valor total; el 93% del valor restante eran intangibles que los contadores no podían contabilizar: ¿Cómo atribuir un número en un estado contable a los cerebros de estos “obreros” del conocimiento? Más interesante aun: entre 1990 y 2005 el valor promedio de la correlación valor en libros-valor de mercado, subió drásticamente en los EE.UU (de 194% a 325%) y Europa (de 149% a 240%). Estos países han apostado por desarrollar los sectores de mayor valor en sus economías, por lo cual han invertido masivamente en producir conocimiento. Nosotros, en cambio, invertimos nuestro tiempo en identificar industrias “estratégicas”, para financiar sectores “altamente intensivos en mano de obra”. Según parece, nadie se ha paseado aun por la aceptación implícita de que la solución al problema laboral no es formar al trabajador, sino ver adonde colocarlo dado su mediocre nivel de formación.
Esto no se diferencia demasiado del desiderato del gobierno, cuando no está ocupado en asuntos más trascendentes y sesudos, como es descubrir si a Bolívar lo mató la sífilis, la tuberculosis, un ataque de sarna, o las veleidades bogotanas del General Santander, o culpar al capitalismo como responsable de la desaparición de la vida en Marte.
Por cierto, ¿alguien en el gobierno habrá notificado a la NASA del hallazgo de vida pasada en Marte?
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