sábado, 19 de marzo de 2011


LAS "PILOTAS"

Karl Krispin

En estos últimos doce años nos han cambiado no pocas cosas: la constitución, la bandera, el escudo, el nombre de la República y se ha querido implantar, sin éxito y habida cuenta de la rochela nacional, el mondongo piche del socialismo del siglo XXI. Sin hablar del hundimiento de la empresa privada y la pronta inauguración del país de los sóviets, como eran conocidas las comunas en la afortunadamente desaparecida URSS. Han querido programarnos neurolingüísticamente y es común escuchar a los opositores referirse a sí mismos como “escuálidos” o invocar lo del mamarracho de la cuarta república, que no se aclara si comenzó en 1830 o en 1999 y que no existe sino en la mente de sus forjadores y quienes gaguean el fatigoso disparate. Cuando se incorpora irreflexivamente un concepto o un significante al habla común, se corre el peligro de hacerse cómplice de él. El lenguaje es nuestra carta de identidad cultural y la forma en que lo manejamos traduce una visión del mundo.

La supuesta corrección política, alentada sobre todo desde la izquierda, ha traído unos despropósitos ridículos y fatalmente patéticos. Ya nuestra constitución cuela alguno de ellos como los irrepetibles “presidenta”, “fiscala”, “concejala”. Se han multiplicado en seguidilla “generala”, “tenienta” y hasta “miembra” he llegado a leer. Un tuitero me escribió recientemente que había escuchado a un encumbrado apparatchik del oficialismo referirse a “sopranas” y “barítonas”, términos que ni al más gozón de los humoristas se le habría ocurrido inventar. El corrector de estilo de la pulcra constitución de 1961 fue nada menos que Ángel Rosemblat, un lexicógrafo que ni mil años de socialismo guevarista podrán repetir. Ahora resulta que la voz ciudadanos que incluye naturalmente a hombres y mujeres, no es válido y resulta obligante, para los cultores de este idiolecto relamido, decir ciudadanos y ciudadanas. Niños y niñas, republicanos y republicanas. No se dan cuenta de que el genérico los contiene pero a como dé lugar tiene que operar esta cirugía de castración del uso aceptado del lenguaje. En estos días el programa de Vanessa Davies me iluminó con una flamante denominación que ya no sé si preocuparme o recomendársela a Laureano Márquez para su risoterapia personal. (El humor como escribió Johann Paul Richter hay que tomárselo muy en serio) La palabra es “pilota” que sería la antigua piloto que manejaba los aviones. No he escuchado algo tan desternillante y lánguido en los últimos tiempos. Los medios de comunicación tienen esa curiosa vocación despedazadora de la lengua o constructora de espantapájaros lingüísticos. No en balde se habla de “privativa” de libertad o de “ilícitos” penales cuando las palabras entrecomilladas son adjetivos y no sustantivos.

Alfonso Reyes al referirse a los nombres decía que las clases bajas transformaban los mismos porque cuidaban poco la tradición. De modo que frente a un conservador nombre como, pongamos, Isabel Eugenia, pues se innova un Yuxmary que obedece a una combinación de progenitores. Los cultos no transforman la lengua: de lo contrario seguiríamos hablando el Latín de Marco Tulio Cicerón. Pero gracias a la unidad que viene preservando la aldea global y su sistema de interacción, la lengua castellana habrá de cambiar con mayor lentitud garantizando el entendimiento de la comunidad hispanohablante. Claro, si la dejamos en manos de esta pandilla situacional que está deponiendo a paso de vencedores el manejo del idioma mientras aguarda por el hombre nuevo (perdón: del hombre y de la mujer), a la vuelta de la esquina estaremos comunicándonos con la jerigonza diseñada por el PSUV. Sugiero que a este idioma germinal lo bauticen como “socialisto”, para que haga honor al engendro poco recomendable que le dio vida.

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