El brulote suizo contra la Unión Europea
Álvaro Vargas Llosa
Si Suiza, enclavada en el centro del continente, es capaz de renegociar su vinculación con el resto de Europa por el rechazo popular a la inmigración, ¿por qué no los propios miembros?
El referéndum en el que los suizos votaron a favor de limitar la inmigración mediante cuotas ha suscitado escalofríos en la Unión Europea. Es una decisión que remece todo el armazón del mercado único y prefigura el impacto que tendrá la extrema derecha en las elecciones europeas de mayo.
Aunque Suiza no forma parte de la Unión Europea, está vinculada a ella mediante un enjambre de tratados que incluyen la libre circulación de personas. Hay diversos mecanismos, si uno no está dentro de la unión, para acceder a su mercado único. Uno es el Area Económica Europea, a la que Suiza no pertenece porque los volantes así lo decidieron en un referéndum. Otro es un acuerdo de asociación que Suiza sí aceptó, gracias a lo cual 56 por ciento de sus exportaciones tienen ese destino, a cambio de distintas contrapartidas, como el libre movimiento de personas. Esto es lo que ahora, con el voto que obliga al gobierno suizo a poner cuotas en un plazo de tres años, ha recibido un tiro de media distancia.
La dura reacción de Bruselas, que ha amenazado con represalias comerciales y de otro tipo, tiene que ver con el efecto al interior del grupo de 28 países. Londres, por ejemplo, ha pedido renegociar los términos de su vinculación con la Unión Europea (David Cameron cree que sólo así podrá ganar un referéndum sobre la continuidad de la pertenencia a la unión en 2017). Partidos con alto perfil en Holanda y otras partes han emitido gruñidos semejantes.
El crecimiento de la extrema derecha, cuyo discurso tiene un fuerte componente antimigratorio, tendrá una casi segura confirmación en las elecciones del Parlamento Europeo en mayo. El miércoles, por ejemplo, “Le Monde” daba cuenta de una encuesta que otorga a Marine Le Pen, la líder del Frente Nacional en Francia, un 58 por ciento de aprobación y a su partido, un impresionante 34 por ciento de apoyo. Los vasos comunicantes entre lo ocurrido en Suiza y este dato no tienen tanto que ver con que el referéndum lo haya ganado el extremista Partido Popular helvético como con el hecho de que los grupos afines al interior de la Unión Europea se beneficiarán de la consecuencia clave de esa votación: el cuestionamiento de las bases mismas de la unión que agrupa a los 28. Si Suiza, enclavada en el centro del continente, es capaz de renegociar su vinculación con el resto de Europa por el rechazo popular a la inmigración, ¿por qué no los propios miembros?
A su vez, el aliento que recibe la extrema derecha europea desde Suiza dará alas al euroescepticismo civilizado. El argumento que usarán los “tories” británicos se ve venir: o la Unión Europea acepta que renegociemos los términos de la unión, o la extrema derecha acabará convertida en la principal fuerza en muchos países en base a su pedido de salirse de ella. Los euroescépticos usarán el voto suizo para dar apariencia euroentusiasta a su antipatía por la unión.
Es cierto que casi la cuarta parte de la población suiza es de origen extranjero pero mucha de esta inmigración tiene que ver con mano de obra cualificada para sostener un tejido corporativo globalizado al que la pequeña población local no abastece con todos los técnicos necesarios.Ni siquiera en el peor momento de la crisis mundial de los últimos años la economía suiza se ha visto negativamente impactada por la inmigración. Lástima que por apenas 20 mil votos lo mejor que tiene el proyecto europeo, su mercado único y la libre circulación de personas y mercancías, sufra este tremendo envite.
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