Insólito Discurso
El pasado Domingo, en
horas de la noche, cuando me disponía a escribir este artículo, se anunció una
cadena nacional en la que el Presidente haría importantes reflexiones sobre el
acontecer nacional. Creí, que debido a los difíciles momentos que vive el país,
el alto gobierno se había avocado a
estudiar la situación y se aprestaba a presentar algunas iniciativas para
solventar los problemas. Craso error de mi parte. La alocución presidencial se
dedicó a justificar lo injustificable, a
diluir las ineludibles responsabilidades del gobierno por la vesania y abusos
de sus descontrolados esbirros contra los jóvenes estudiantes, a “denunciar”
supuestas conspiraciones e intentos de magnicidio, a amenazar radicalizar el
proceso mediante el amparo y uso ilegal de las armas de la República, a
ridiculizar a los líderes de la oposición, a burlarse de la valentía con que
los manifestantes opositores se enfrentan desventajosamente a la represión
gubernamental y a las desenfrenadas huestes de sus acólitos tarifados y, a presentarse
ante el país como supuesta víctima de los excesos estudiantiles imbuidos por
unas tenebrosas influencias. Es decir, fue una perorata desesperada que no
trasuntaba autoridad y cuyo contenido y estilo estuvo muy distante de ser un
discurso de un jefe de estado, de un estadista preocupado por la suerte de la
Nación; se suponía que sus palabras
deberían infundir tranquilidad y sosiego a una sociedad conmovida por la
virulencia de los acontecimientos, pero causaron el efecto contrario, más
angustia y desasosiego colectivos.
Pero no quedó allí. En la segunda parte del “show “, el
Presidente, en comandita con Cabello, se dedicó a tratar de encontrar a los
culpables de lo que ocurre en el país. Vano y fútil intento. Acusó, sin
convencer a nadie, a líderes opositores, a Fedecámaras, a las Universidades y
hasta a los habitantes del este de Caracas, de formar parte de un siniestro
plan para desestabilizar y derrocar al gobierno. Señaló, basado en una supuesta
conversación entre un funcionario del Departamento de Estado y el Embajador de
Venezuela ante la OEA, que el referido plan había sido urdido por los Estados Unidos
con la colaboración del ex presidente Uribe y como ejecutores del mismo
aparecían los “apátridas”opositores. En síntesis, a la usanza del que se fue y
de los hermanos Castro, utilizó la misma conseja: el “imperialismo” nuevamente
ataca a Venezuela y hay que prepararse y unirse para repeler la agresión a la
soberanía nacional, pero sin hacer consideración como ésta ha venido siendo
mancillada permanentemente por Cuba y sus funcionarios con la aquiescencia de
su ineficiente gobierno.
La causa de todos los males que nos aquejan, según su
“constructiva” visión, es de otros y no de su régimen. En su estólida arenga, no hizo
anuncio alguno de cómo el país enfrentará las vicisitudes económicas que nos
apremian, ni tampoco se refirió los planes de su gobierno para lograr la
concordia y paz en un país dividido por el odio clasista y por tanto excluyente
que se destila desde las esferas del gobierno, y, mucho menos, de cómo combatirá la inseguridad, la
inflación y la escasez.
Causa profundo estupor y preocupación que la suerte de la
República esté en las ineptas manos de ese advenedizo y que el futuro de todos
nosotros sea tan oscuro e impredecible por la incapacidad de quiénes la
desgobiernan. Maduro, así no se gobierna.
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