sábado, 17 de mayo de 2014

¿Acabará 2014 como 1914?


Larry Summers
El País

 
Si uno se fija bien, 2014 es un año de aniversarios. Es el centenario de 1914, un momento en el que el mundo se manejó mal a sí mismo, y de ese mal manejo cosechó la más espantosa de las consecuencias conocidas hasta entonces. Una desgastada primera potencia, Gran Bretaña, no supo actuar prudente ni consecuentemente frente a la emergente maquinaria económica germánica. Ante esto, otros se posicionaron para sacar ventaja, permitiendo que las aspiraciones y fuerzas nacionalistas se convirtieran en el aglutinador que procurara legitimidad a Gobiernos cuestionables y que en lo económico no acababan de dar la talla. La confusión, la complacencia y la confianza dieron lugar al cataclismo con una rapidez devastadora, y el mundo nunca fue ya el mismo.
Hace 75 años estábamos en 1939. Se había llegado a creer que la guerra que empezó en 1914 había sido una guerra con la que acababan todas las guerras. Nadie, mientras tuvo lugar, pensó nunca en llamarla I Guerra Mundial. Una vez finalizada, los vencedores se comportaron imprudentemente. Confundieron sus legítimas reclamaciones con calculados egoísmos e impusieron una paz que inevitablemente alimentó un profundo resentimiento. Una potencia que había encabezado y dado forma al sistema económico mundial se vio mermada, y mientras tanto no acabó de surgir una potencia con suficiente capacidad de liderazgo, ni se puso en marcha sistema alguno de integración económica. El mundo se hundió en la depresión. Las naciones se preocuparon por la situación de sus economías. Quienes se habían empobrecido no supieron ver las crecientes amenazas exteriores, y en 1939 el mundo estaba al borde de su segunda guerra, que iba a ser todavía más terrible.
Hace 50 años era 1964. El mundo no estaba entonces al borde de ningún cataclismo. Las economías industrializadas se hallaban en medio de un periodo de rendimiento como nunca antes habían conocido. Pero 1964 transcurría meses después del asesinato del presidente Kennedy. Fue el año en que Estados Unidos entró en Vietnam. Ese fue un acontecimiento que desgarró nuestra sociedad, por lo que significó para una generación de jóvenes norteamericanos, un acontecimiento que cambió, y no precisamente de la mejor manera, el modo en que EE UU era visto en el mundo. El año 1964 fue también en un sentido histórico, ya que no aritmético, el comienzo de los sesenta. Fue un periodo en el que en todo el mundo industrializado se cuestionaron de manera creciente tanto el funcionamiento de las sociedades democráticas como la aceptación de las mismas por parte de sus ciudadanos jóvenes. Dispuso el escenario para la inflación, la pérdida de confianza y la disminución de la productividad que sobrevinieron en los años setenta.
Hace 25 años fue 1989. En sentido histórico fue el año en el que acabó el siglo XX. Acabó con una extraordinaria y espectacular victoria de la que todos podríamos, o deberíamos, sentirnos orgullosos. Una ideología y un imperio totalitarios fueron derrotados sin que se disparara un solo tiro. ¿Cómo sucedió eso? Sucedió en parte por la fuerza del ejemplo que daba el contraste entre cómo vivía la gente en Occidente y cómo vivía la gente en el mundo comunista. Sucedió en parte por el agotamiento de un sistema que carecía de la capacidad de dinamismo que posee el capitalismo de mercado. Y sucedió en parte debido a una reposada, decidida y conjuntada estrategia de fuerza de las naciones aliadas de Occidente. Al final, en la guerra fría esta estrategia se impuso, e hizo del mundo un lugar infinitamente mejor.
El caso es que no ha habido un año, al menos que yo recuerde, en que los desafíos globales sean tan importantes para los ciudadanos de nuestros países como lo son hoy. Desafíos como el del calentamiento climático, como el de la proliferación nuclear y lo que esta puede significar para pequeños grupos terroristas. Como el de la seguridad cibernética, en un momento en el que un sistema, al hacerse mucho más interdependiente, también se convierte en mucho más vulnerable. Se trata de un extraordinario momento al que llegamos juntos. Y yo sugeriría que hay un pequeño número de principios generales que pueden animarnos de manera eficaz a seguir adelante.Así que, si uno cree en la numerología, en siglos y en cuartos de siglo, este es un año extraordinario. Se ha dicho que la historia no se repite, pero lo cierto es que rima. Si uno piensa en los desafíos históricos que he descrito, que algunas veces terminaron bien y otras mal, los ecos de muchos de ellos pueden volver a oírse hoy. De nuevo una potencia grande y fuerte, que no crece tan rápidamente o tan confiadamente como en otros tiempos, se encuentra inmersa en un sistema global y con un determinado poder ascendente junto a fuerzas nacionalistas. De nuevo una nación que perdió una guerra se encuentra insatisfecha con su posición en el mundo y dirigida por un Gobierno que quizá obtiene su legitimidad gracias a un impulso expansionista.
—Primero, el éxito económico no asegura la paz, pero el fracaso económico y la desintegración casi garantizan el conflicto. Les corresponde a los líderes de las principales naciones resolver cómo lograr un crecimiento económico más rápido y sostenido. Si se produce un crecimiento económico más rápido en el mundo industrializado, los índices de deuda pública del PIB descenderán rápidamente. Nuestros ciudadanos tendrán más confianza. El carácter ejemplar de la democracia será mucho más persuasivo. Si no somos capaces de asegurar el crecimiento juntos, las deudas crecerán y serán más problemáticas, el nacionalismo ascenderá y la deriva autoritaria será más tentadora.
—Segundo, un compromiso para mantener la fuerza, para defender el orden internacional, es parte inherente y profundamente arraigada de todo sistema global que se precie. Las grandes potencias nunca pueden ir de farol. Cuando lo hacen, cuando sus intenciones son inciertas, se las somete a examen. Cuando se las somete a examen, surgen las preguntas, y la posibilidad de conflicto aumenta.
—Sugeriría en tercer lugar que esa experiencia nos ofrece una lección: la de que, como leí una vez, “la esencia de la diplomacia es la de ser capaz de distinguir los grados del mal”. Que no hay nación, por fuerte que sea, por grande que sea, por decidida que esté, que pueda corregir todo error, determinar todo resultado o dar respuesta a toda injusticia. Por tanto, un acertado enfoque de las relaciones internacionales debe basarse en la capacidad de distinguir aquellos intereses que son más fundamentales de los intereses que son deseables pero menos fundamentales.Recientemente volví a leer el famoso libro de John Kennedy ¿Por qué se durmió Inglaterra? Pensé que me explicaría los históricos errores de Múnich. En cierto modo lo hizo, pero en realidad me dijo algo que no me esperaba. Me dijo que Chamberlain, en Múnich, no tuvo elección, ya que Gran Bretaña no tenía la fuerza suficiente para sostener sus posiciones. Así que Chamberlain no tenía más alternativa que la de tratar de ganar tiempo. Hoy no hay nada en el escenario mundial que uno pueda pensar que sea como Hitler en 1937. Pero yo diría que esa lección sigue vigente. Que estar preparado para cualquier contingencia, estar comprometido en cada lugar, sea cual sea, es esencial si queremos ampliar las posibilidades de preservar la paz.
—Sugeriría finalmente que la historia nos enseña que no hay nación que, por sí sola, pueda garantizar la estabilidad del sistema. Solo mediante la solidaridad entre las naciones, mediante el establecimiento de instituciones, mediante la legitimidad que deriva de convocar al diálogo entre todos, es como se pueden trazar unas líneas firmes y claras y como se puede persuadir a los demás.
En cierto sentido, la atracción por el servicio público me llegó de niño, observando al primer presidente que impactó en mi conciencia, John F. Kennedy. Alguna vez dijo: “Los problemas del hombre son obra del hombre. Por tanto pueden ser resueltos por el hombre”. En tanto que ciudadanos concernidos, está en nuestras manos determinar lo que alguien vaya a decir en 2114 cuando reflexione sobre los anteriores 100 años.
Larry Summers es presidente emérito y profesor de la cátedra Charles W. Eliot de la Universidad de Harvard y antiguo secretario del Tesoro de EE UU con la Administración de Bill Clinton. Este artículo es la adaptación de una conferencia en la Canadian International Council de Toronto.
Traducción de Juan Ramón Azaola.

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