lunes, 19 de mayo de 2014

EL SUEÑO DE UNA NOCHE DE PIKETTY

CARLOS CUESTA

 
El socialismo tiene nuevo economista fetiche. La euforia por Krugman o Stiglitz parece pasar de moda y hay que renovarse. Y el elegido ha sido Thomas Piketty con su nuevo libro El capital en el siglo XXI. El nuevo texto sagrado de tanta progresía que aspira a apoyar sus inamovibles teorías en lo que sea, antes que reconocer el fracaso de sus postulados.
¿Y qué dice el libro para haber atraído al sector del eterno gasto público? Pues que deben subirse los impuestos al capital. No se trata de una conclusión nueva, cierto. Pero al libro hay que reconocerle un acierto: el de poner el acento en un argumento comprensible, fácil de vender y capaz de ser justificado con datos estadísticos, eso sí, siempre que la estadística se corte en el número de años que al autor le interese.
El tema central del libro es la desigualdad. Una desigualdad que seguirá creciendo porque la tasa de retorno sobre el patrimonio es mayor que la tasa de crecimiento, factores que llevarán a que se acelere aún más la concentración de la riqueza.
¿Cuál es la solución de Piketty?: ¿Bajar la carga fiscal de los salarios? No. ¿Reducir las trabas al empleo? No. ¿Eliminar el manoseo de los sectores ultraregulados? No. ¿Recortar el sobrecoste por el gasto público improductivo? Tampoco. Su plan pasa por una acción coordinada mundial para aplicar impuestos a la riqueza. Una medida que, según él, no provocaría ni retirada de capital de los mercados ni desincentivaría la actividad ni relanzaría el fraude fiscal.
Pero hay más. Con ese combustible fiscal, Piketty plantea disparar el gasto público hasta niveles del 66% del PIB, consecuencia, según él, de organizar de forma eficiente un Estado. Es decir, que a más eficiencia, más gasto, planteamiento que supongo que no dejará de chocar a cualquier empresario.
Esos son sus postulados. Los de un economista que se presenta como independiente pese a haber colaborado durante años con el Partido Socialista en Francia. Un economista que defendió el tipo máximo de la renta del 75% del que ya reniega hasta su propio padre político, Hollande. Y un economista que omite que, siendo cierto que el 1% más rico de Francia maneja el 20% de la riqueza, a comienzos del siglo XX ese porcentaje llegaba al 60%.
En resumen, como decía Friedman: «¡"Uno de los más grandes errores es juzgar a las políticas y programas por sus intenciones, en lugar de por sus resultados".

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