"Marcola" en Venezuela: el infierno de Dante
ARGELIA RÍOS
EL UNIVERSAL
Lo habrán atisbado? ¿Le estarán dando la lectura correcta a las tantas señales que a diario se nos presentan? ¿Qué tanto se están ocupando en desentrañar el fenómeno? ¿Sabrán cuán oscuro e insondable se ha vuelto el mundo de la pobreza en Venezuela? ¿Habrán identificado los nuevos códigos que la han venido redefiniendo? ¿Poseen alguna idea aproximada de la magnitud del impacto que el crimen organizado tiene sobre ella? ¿Se habrán percatado de las raíces que la delincuencia ha echado en el hábitat de la miseria y más allá de ella? ¿Tendrán a la mano alguna cifra confiable sobre los descamisados o no que viven directa o indirectamente de alguna actividad ilícita? ¿Cuánto dinero circula en ese submundo? ¿Cuán pobres son en realidad quienes, asumiéndose como tales, pertenecen a él? ¿Advertirán que el Estado perdió el control de la situación? ¿Aceptarán que toda esa tragedia supera a cualquier elenco político?
Las preguntas son válidas tanto para el gobierno como para la oposición. Todas esbozan un horizonte desolador, de cuyos rasgos no parecen estarse ocupando siquiera los estudiosos de la pobreza en el país... La metamorfosis se ha hecho cada vez más evidente. Tanto, que ya resulta imposible no trasladar a nuestro terreno las escalofriantes sentencias que en el año 2006 se le atribuyeron a Marcola -un célebre capo brasileño-, en una entrevista de origen dudoso que descorrió el velo del universo de lo que este PRAN carioca -o cualquiera que haya usurpado su identidad para exponer la tesis de "la postmiseria"- denominó "la nueva especie". El lector curioso puede buscar en Google el material para hacerse una idea más amplia del asunto; igual que deberían hacerlo quienes en este momento ejercen o intentan ejercer el liderazgo de Venezuela. Encontrarán allí los fundamentos de las interrogantes con que se inician estas líneas y, sobre todo, del temor que se ha anidado en la sociedad venezolana, por causa de nuestra orfandad.
Una mirada intuitiva sobre el espesor de la perversión que ha venido fermentando en Venezuela, debería ser suficiente para que toda la clase política se dispusiera a atender sin más retraso la debacle del Estado. Aunque la cultura de la violencia tomó fuerzas estos años de lucha de clases y se entronizó como una reacción contra "la moral burguesa", su gravedad reclama una ojeada libre de ingredientes polarizantes. El drama no se resuelve con las bobaliconas canchas deportivas de Maduro y Rodríguez Torres, ni con los sermones de la oposición que se dice concentrada en estructurar un discurso para los pobres. Todos lucen rebasados, sin brújula, repitiendo guiones ahuecados y poco inspiradores, mientras el leviatán sigue empujándonos al infierno de Dante.
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