Tulio Hernandez
Ahora que han pasado tantos años, quince creo, y que podemos evaluar objetivamente sus resultados, cualquier persona sensata puede concluir que no ha habido en la historia republicana de Venezuela una clase política más inocua e inútil, hipócrita y arrogante, cruel y dañina, onanista en extremo, como la élite chavista.
Ahora que hemos visto lo que han hecho y desecho, sabemos que son un club exclusivo de emprendedores de la nulidad; capitanes del extravío humano; traficantes de sueños y exclusiones convertidas en pretexto para sus placeres personales; oportunistas del rentismo petrolero camuflado en utopías igualitarias; herederos histéricos de dogmas decimonónicos. Héroes de la nada. Constructores del vacío.
Todo eso me lo ayudó a entender, hace unos pocos días, Zigmunt Bauman, el sociólogo polaco que al filo de los 90 años sigue por el mundo oficiando el papel de maestro de pensamiento que ya pocos pueden ejercer. En una entrevista concedida el 17 de mayo a Nuria Escur, del diario La Vanguardia, Barcelona, explicó la diferencia, a su juicio fundamental, entre los nazis y los comunistas.
Los nazis, dijo este hombre lúcido, “eran transparentes, querían infligir el mal y lo hicieron”. “Sin espacio para dudas”, agregó. Los comunistas en cambio fueron una gran estafa, “nos defraudaron”. Y, citando a Albert Camus, el inolvidable autor de La peste, precisó lo que quería decir: “el comunismo es el mal bajo los eslóganes del buenismo. Por eso en las filas comunistas surgió la rebelión intelectual”.
“Los eslóganes del buenismo” es la frase fundamental. El chavismo, ahora degenerado en rodrigueztorrecismo, se ha ocultado en el buenismo. Los pobres primero, los demás después. Los ricos son malos. Los gringos también. La oligarquía, los medios privados, la derecha, los escuálidos, la clase media tonta, perversos todos. Y, en nombre de esas causas buenas arruinaron el país y lo convirtieron en campo de tiro colectivo y plantación bananera administrada a su antojo.
Es muy temprano para entenderlo, pero algún día sabremos por qué esa élite conformada por militares golpistas surgidos de la clase media baja de pueblos del interior; ultraizquierdistas de la Liga Socialista, el Cler y Ruptura; comandantes de apellido que fueron los últimos en bajar del ensueño guerrillero; pequeños y grandes burgueses oligárquicos que como José Vicente Rangel han estado siempre, gozones, en el corazón del poder; académicos de nivel, pero comunistas atávicos, como Jorge Giordani; ex militantes del MAS y la Causa R reconvertidos en seguidores del militarismo; conformaron esta estrategia del odio, esta fascinación por la exclusión, que hoy tiene a Venezuela al borde de la guerra con el papa rezando por ella, al mismo nivel que Sudán y Siria, y tres cancilleres de países amigos tratando de impedir que la sangre llegue al río.
Personalmente ya no me llamo a engaños. Como era muy joven cuando Pincohet dio su golpe y Somoza reinaba en Nicaragua, creí por mucho tiempo que los malos, los dictadores y los tiranos tenían tras de sí algo genético. Eran militares prusianos, usaban lentes oscuros, comían niños y escupían los huesos sin más.Ahora, cuando veo como guardan silencio ante los abusos de poder y la espantosa violación de derechos humanos que el régimen rojo oficia en Venezuela, entendí que no es genético, que alguno de tus mejores amigos de infancia, compinche de la universidad o compañero de trabajo, no importa si escriben poemas o hacen películas, si no son ordinarios y toscos como el teniente Cabello y saben comer con cubiertos y pronuncian correctamente el francés, puede ser un parapinochetico, un decistalin, un minifranco, solo porque un día compraron una ideología integrista y meses después de hacerse ministros, embajadores, artistas o intelectuales del régimen, sintieron que era muy tarde para abandonar la zona VIP del Titanic. Y allí viajan. Sedados. Pensando que los derechos humanos solo son buenos cuando estás en la oposición. No cuando arribas al gobierno.
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