ROBERTO ENRIQUEZ
EL Nacional
Maduro tiene cara de buena gente; obviamente eso no es suficiente, hay que serlo. El presidente no actúa como presidente, no parece presidente, y eso, lejos de alegrarme, me preocupa. Son muchas las especulaciones que se tejen sobre el comportamiento errático del presidente. Lo cierto del caso, es que las contradicciones en el seno del gobierno, lejos de ser una razón para celebrar son razón de alarma.
Que haya contradicciones en la oposición, es normal. Incluso, hablar de varias oposiciones dentro de la oposición es propio de una dinámica natural de la competencia política que siempre termina encarrilándose en un cauce común. Lo que sí es grave es que en Venezuela, en lugar de tener un gobierno, tengamos varios gobiernos. Que a estas alturas del juego muchos venezolanos nos preguntemos quién manda realmente en el país. Eso es responsabilidad de Maduro.
Desde el momento en el que Maduro comenzó a hablar de una fulana dirección político-militar de la revolución, dio los primeros pasos trastabillando y haciéndose un harakiri en la autoridad política y constitucional que, como jefe del Estado, estaba obligado a proteger, y dejando una estela sombría de dudas sobre la legalidad de esa dirección político-militar.
En el gobierno parecen no entender que con la partida del presidente Chávez se cerró un ciclo. No solo por las características personales de su liderazgo, sino por la realidad social y económica que legó. Las expectativas populares son la gran amenaza para Maduro y su gobierno, y no la oposición, en ninguno de sus tonos, formas o modalidades.
Maduro luce extraviado. Un día habla de economía productiva, y al día siguiente vuelve con la cantaleta de la economía socialista. Un día habla de retomar las relaciones con Estados Unidos, y al otro brinca desorbitado dando alaridos contra el imperialismo yanqui. Un día habla de la necesidad de dialogar para buscar puntos de encuentro, y al otro día dice que sentarnos a dialogar ya es suficiente; como si la compleja crisis que atraviesa el país se puede resolver parloteando entre cafecitos y canapés.
Maduro acelera en una dirección, y de pronto mete un frenazo. Es allí donde el gobierno transpira su irresponsabilidad. Los pasos dados por Maduro al convocar al diálogo con los diversos sectores de la vida nacional le estaban dando una personalidad propia y asomaban la posibilidad de que el nuevo presidente fuera un hombre tolerante y amplio. Se reunió con los gobernadores y alcaldes, con empresarios y con la MUD. Parecía querer romper con un patrón de liderazgo todopoderoso y epicéntrico, que en las actuales condiciones del país es imposible sostener. Pero, de pronto, el frenazo y la marca de caucho en el asfalto dejan a todo un pueblo cavilando entre el desconcierto y la desolación.
Para Maduro y sus consejeros (supongo que los orondos personajillos de la indigerible dirección político-militar) el diálogo se ha convertido en una papa caliente. Saben que el pueblo quiere diálogo porque asocia el diálogo con la paz y a la paz con la prosperidad; pero al mismo tiempo tienen temor de que su electorado base se sienta defraudado si en aras de construir esa paz toma decisiones que puedan ser percibidas como signos de debilidad. En esa trampajaula se han metido Maduro y su conciliábulo sin darse cuenta de que se están ahogando en un vaso de agua por detenerse a mirar el árbol en lugar de largar la vista hacia el bosque.
En el gobierno han preferido buscar la paz a punta de represión; lo cual obviamente nunca será paz, será, si acaso, un silencio circunstancial para correr la arruga de la catástrofe. Maduro ha anunciado en reiteradas ocasiones su disposición a dialogar con los estudiantes, pero sigue evitándolos, sin entender que mientras no dialogue con ellos el país en rebeldía no se sentirá conforme. Maduro no quiere concretar soluciones mediante al diálogo porque algún estúpido seguramente le dijo que eso era darle victorias a la oposición. Y lo más patético del asunto es que mientras los representantes de Maduro hacen acuerdos en la mesa de diálogo en el marco de la Constitución, y los anuncian al país, luego desconocen esos acuerdos faltando al honor y a la palabra.
En sus temores, Maduro y su inconstitucional dirección político-militar no se atreven a liberar a los estudiantes y presos políticos, repatriar a los exilados, garantizar poderes públicos confiables y renunciar a todo aquello que bajo el pesado fardo del legado socialista viole la Constitución, porque temen perder a su electorado duro. Sin darse cuenta de que de tanto cuidar lo que les queda están perdiendo a todo el país.
Hay momentos en que los opositores le dan mejores consejos al presidente que sus mismos colaboradores. Maduro debe ponerse las pilas porque tiempo es lo que no tiene.
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