POLÍTICOS DE PLASTILINA
Anibal Romero
Desde Platón sabemos que la demagogia es el veneno de
la democracia. Lo que no se dice con frecuencia es que ese mal ataca primero a
numerosos politicos y después a las masas.
Una
de las más frases elocuentes que hayan sido pronunciadas con referencia al
veneno demagógico es ésta: “Yo les sigo a ellos, pues yo soy su líder”. La
mezcla de cinismo y sarcasmo es tan patente como risible, con una dosis
trágica. La frase ha sido atribuída al politico francés del siglo XIX Auguste
Ledru-Rollin y al politico inglés del siglo pasado Stanley Baldwin, entre otros
personajes históricos. Sea como fuese, lo cierto es que retrata a los que acá
denomino “politicos de plastilina”, es decir, aquéllos que en vez de labrarse
convicciones y sostener creencias para persuadir a la gente a que les siga, lo
que hacen es leer encuestas para averiguar qué es lo que presuntamente interesa
a la gente, de modo de seguirles.
El peor mal que aqueja actualmente a la democracia
alrededor del mundo es la conversión de demasiados politicos en meros lectores
de encuestas, carentes de convicciones firmes. Una cosa es conocer la situación
de la opinión pública para orientarse, y otra muy distinta estudiarla para
amoldarse y subordinarse a ella. Esto último, por lo demás, es lo que hacen
esos politicos que se transforman en gerentes y gestores de “políticas
públicas” (como si existiesen “políticas privadas”), olvidando que un politico es
una cosa y un gerente otra.
En este orden de ideas debo admitir que Hugo Chávez
fue un politico sustantivo de la cabeza a los pies. Utilizó la demagogia en su
manejo comunicacional, pero tenía convicciones y el coraje (se lo reconozco) de
defenderlas y de voltear los términos de la frase previamente citada. Para
Chávez el tema se definía así: “En esto creo, aspiro convertirme en su líder, síganme”.
Por desgracia todo aquéllo en lo que Chávez creía
significó un rumbo de destrucción nacional, de la que Venezuela tomará mucho
tiempo en recuperarse, confiando en que comience algún día a hacerlo. Pero ése
no es mi punto en esta nota. Lo que deseo destacar es el daño que causan los
“politicos de plastilina”, que pasan el tiempo leyendo encuestas y consultando
asesores para que les indiquen qué deben decir y qué no. La autenticidad, la
confianza en sí mismos y en sus ideas,
la voluntad de persuadir y guiar han sido trastocadas por una permanente
búsqueda de rutas prefabricadas, con el único propósito de complacer las cambiantes
y muchas veces confusas perspectivas de una mayoría que, por supuesto, tiene
comúnmente la atención centrada en sus dificultades cotidianas, lo que no implica
que ello sea lo único que les importe o que sus prioridades sean impermeables
al cambio.
En una situación como la que vive Venezuela, sometida
al dominio de un poder extranjero, azotada por la maldad, ceguera e ineptitud
de un gobierno oprobioso, y en pleno deslizamiento por un barranco de
decadencia en todos los órdenes de la existencia colectiva, lo que menos
necesitamos es una política de gerentes o conserjes. Lo que hace falta, me
parece, son políticos capaces de colocar la lucha de la
gente en el plano requerido, el plano del compromiso en función de un propósito
más noble que aquél al que empuja a diario la dura (para la mayoría) vida
cotidiana.
Las encuestas son instrumentos útiles pero tienen
peligros. Creo que en Venezuela se plantean desafíos que quizás no son claramente
percibidos por los estudios de opinión, pero son los más apremiantes. Para
asumirlos se requieren politicos de convicción, no de plastilina.
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