Plinio Apuleyo Mendoza
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Trabajando a seis manos, Carlos Alberto Montaner, Álvaro Vargas Llosa y yo llegamos finalmente a trazar un completo panorama de nuestro continente. Me refiero al libro de reciente aparición que se conoce como El nuevo idiota.
En sus páginas se registran dos realidades continentales. Predominan, de un lado, los países con gobiernos democráticos de centroizquierda o centroderecha que avanzan por la vía del desarrollo gracias a una real economía de mercado y al provecho obtenido de la globalización. De otro lado aparecen aquellas naciones que han optado por un populismo asistencial, con rasgos ideológicos heredados de Marx y de Fidel Castro y bautizado pretenciosamente como socialismo del siglo XXI.
Al personaje que se mueve detrás de esta última corriente lo hemos llamado, con perdón suyo, el idiota. Y es que no es para menos. Lo define una vulgata ideológica inamovible según la cual la pobreza corre por cuenta del imperialismo norteamericano y de las oligarquías locales cuyos privilegios sólo pueden ser eliminados mediante expropiaciones y el monopolio del Estado en todas las áreas de la producción. Estos iluminados idiotas han llegado al poder en Venezuela, Ecuador, Bolivia, Nicaragua e incluso en Argentina, gracias a la dinastía Kirchner.
Todos ellos tomaron como sagrada Biblia el libro de Eduardo Galeano Las venas abiertas de América Latina. ¡Qué error! El propio Galeano, hoy con 73 años, acaba de confesar que cuando escribió este libro era muy joven y no sabía nada de economía.
¿Cómo se explica que nuestro personaje, pese a estas impugnaciones dadas por la realidad a su credo ideológico, haya logrado apoderarse de varios países en el continente? Tal éxito se le debe a Chávez. Fue él quien dio alas al nuevo idiota. Más de una vez hemos recordado cómo modificó el viejo catecismo castrista. Así, en vez de aceptar que la revolución solo podría alcanzarse por la vía armada, demostró que era posible llegar al poder por la vía electoral y desde el poder, con toda suerte de artificios y las ofertas de un populismo asistencial, hacer la revolución.
Ahora bien, ya ha llegado la hora de comprobar los desastres del socialismo del siglo XXI mirando el caso de Venezuela: deudas impagables, inflación nunca vista, moneda por los suelos, total escasez y una terrible inseguridad.
¿Es claro el camino para los países que siguen la senda opuesta de una economía de mercado? Algunos sí y otros no. Entre los primeros pueden figurar tranquilamente Brasil, Perú, Uruguay e incluso Colombia, y desde luego Chile, líder regional con una renta per cápita de casi 20.000 dólares, cuyo exitoso rumbo corre hoy algún riesgo por obra de los trasnochados aliados que llevó en su campaña Michelle Bachelet.
México –decimos– se quedó a mitad de camino en el tránsito hacia la modernidad, aunque hoy las condiciones están dadas para que pueda dar el salto adelante que todos los latinoamericanos necesitamos que dé.
Colombia, en nuestro libro, presenta dos caras. La primera produce optimismo cuando se observan sus alentadores índices de desarrollo: crecimiento sostenido del PIB, inflación de un solo digito y altos niveles de inversión. La segunda suscita inquietud por las pugnas surgidas entre los partidarios de Santos y de Uribe, el deterioro de la justicia, una clase política corroída por el clientelismo y la corrupción, las maniobras políticas de las FARC y sus aliados y el incierto precio que estas le pueden fijar al proceso de paz.
Luces y sombras aparecen, pues, en este panorama de América Latina. Pero todo indica que el porvenir está en el modelo de desarrollo que les apuesta a la economía de mercado, a la educación, a una limpia democracia y no a los sueños y desvaríos de los nuevos idiotas.
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