¿Cuánto dura la fase terminal de esto?
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ANGEL OROPEZA | EL UNIVERSAL
Haga la prueba. Quizás con algún amigo o conocido que milite en el PSUV o que simpatice con la causa oficialista. Atrévase. Simplemente pregúntele si se considera "madurista". "Fuerte a locha", como se decía antes, que su respuesta no sólo será negativa sino además acompañada con alguna expresión gestual de desagrado. ¿Quiere ir más allá? Llámelo "cabellista", y lo más seguro que usted se gane un muy buen condimentado insulto. Porque si ser llamado "madurista" da vergüenza, "cabellista" es un agravio que muy pocos aceptarían tolerar. ¿Por qué esto?
No se trata sólo que estemos en presencia de una clase política que provoca pena ajena en quienes comparten con ella intereses, conveniencias o creencias, dado su escandaloso desempeño en el poder. Delincuencia, inflación, decrecimiento económico, pobreza, escasez, corrupción, hambre e insensibilidad social son los productos cotidianos de la siembra oficialista. Lo grave es que a esta ristra de tragedias se suma una política sistemática de violación a los derechos humanos y de represión abierta y generalizada, con su inseparable ingrediente de torturas, crueldad y abuso de poder.
Esta represión desatada y sistemática –actualmente el atributo más característico y definitorio del madurocabellismo- está provocando repulsión y rechazo no sólo en las bases populares del oficialismo, sino en sectores del aparato burocrático y hasta en componentes de las propias fuerzas del orden público.
La represión y la militarización son los últimos extremos de la cadena de control social. Cuando se recurre a ellos es porque ninguno de los mecanismos que usualmente se usan en democracia –basados en la obediencia social voluntaria y en la "autoritas" de los gobernantes- funcionan. Ante la carencia o déficit de estos últimos, la única opción para obtener acatamiento es el uso de la fuerza y el miedo.
La recurrencia a la represión y la violencia como mecanismo de control de la ciudadanía es un rasgo distintivo que evidencia lo que llama Fernando Mires la fase de declive del fascismo como modalidad de dominación. En esta etapa terminal – o fase del "gansterismo político" como lo denomina el filósofo chileno- los gobernantes acuden a la violación metódica y continua de la Constitución, la misma que garantiza los derechos que la represión y los abusos de poder anulan en la práctica, con el objetivo de fortalecer su poder y sus privilegios. Es el caso de nuestro país, donde –de nuevo citando a Mires- la política ha vuelto bajo Maduro a su condición primaria: a la del imperio de la fuerza bruta.
Ahora bien, el hecho que el madurocabellismo haya entrado en su fase de declive no significa que pueda predecirse su fin, ni siquiera que no pueda mantenerse artificialmente en el tiempo a pesar de su estado agónico. El calificativo "terminal" no hace referencia a una realidad cronológica sino a una condición situacional, asociada con el desgaste de la autoridad, la declinación de los apoyos populares, y el ocaso de la emoción –ya lejana y superada- que caracterizaba los inicios del actual modelo político.
Las condiciones históricas indican que esto debe cambiar, pero no cambia solo y la dirección del cambio no está determinada. Ni cuándo. Por tanto, lo que hay que hacer en esta fase terminal es reforzar y acelerar el trabajo de la micropolítica, esa que nos debe llevar, donde quiera que estemos y nos movamos, a asumir la tarea de ayudar a transformar el enorme descontento social que hoy existe en fuerza política. Sin ese transitar por el arduo camino de la organización popular no hay cambio posible. Las salidas mágicas suelen conducir siempre a dolorosas trampas, que alejan más las posibilidades de transformación que se desean. Como afirmábamos en un artículo anterior, nuestro deber es nunca dejar de hablar, de denunciar, de conquistar gente para nuestra causa, de convencer a quien piensa distinto, solidarizándose con sus problemas pero ayudándole a entender qué y quiénes están detrás de su desdicha.
Frente a la etapa terminal del madurocabellismo explotador y represivo, nuestro reto es unir al país, pueblo con pueblo, pueblo opositor y pueblo oficialista. Conectar ambos torrentes de descontento, protesta estudiantil y lucha popular, y conformar así un gigantesco movimiento social que no pueda ser detenido ni dividido.
No siempre se tiene la oportunidad de ser testigos de la trascendencia. Hoy la historia nos bendice al permitirnos trabajar para producir inflexión y cambio. Pero hay que ser inteligentes, perseverantes y sobre todo no errar el objetivo. Ello pasa, por ejemplo, por no prestarse al juego del gobierno y caer en la estupidez de torpedear la necesaria unidad de los factores de oposición. El costo de tal error puede ser tan caro, que se convierta en el oxígeno que tanto necesita un gobierno en fase terminal. Hay que recordar la dura pero acertada frase de Leon Blum: "La política es un juego severo, donde no todos los aciertos se cobran, pero donde todos los errores se pagan doble".
@angeloropeza182
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