Beatriz de Majo
El Nacional
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Las bajezas con las que ha estado plagado el proceso que antecede a la votación presidencial colombiana en las últimas semanas son una muestra de lo rastrera que puede ser la carrera hacia el poder o el irrefrenable deseo de conservarlo a cualquier precio.
En este vodevil que se ha ofrecido a los colombianos, y a los que observamos al país neogranadino desde fuera, salen mal parados todos los candidatos –presidente y expresidente incluidos–, los partidos políticos, las instituciones públicas y la prensa. La campaña tornó un circo donde todo se volvió válido, en el que cada uno ha tratado de pescar en río revuelto y en el que los optantes a la magistratura del Estado han perdido estatura ante el magno evento que está por ocurrir. Las propuestas de acciones para mejorar la calidad del Estado y transformar a la sociedad parecían quedar en el decorado mientras todos los cinco candidatos se enfrascaban durante tres semanas en una pelea sin cuartel de bajezas y descalificaciones.
En el caso de la prensa, resultó imposible distinguir lo real de lo falso en esta recta final hacia las presidenciales por la dosis de amarillismo que le imprimieron a la contienda. Era difícil diferenciar lo que es noticia real de lo que es anecdotario vil; lo que es una prueba fehaciente con valor legal y periodístico de cualquier historia de folletín agrandada desmesuradamente para hacerla aparecer como lo que no es. Las revistas han transmitido videos trucados, la radio y la TV se han prestado al juego perverso de la descalificación gratuita, del golpe bajo, de la mentira disfrazada de verdad con tal de conseguir audiencia y lectoría.
En definitiva, dentro de tanta zancadilla política hasta pareciera que los guerrilleros sentados en la mesa de La Habana han actuado –si no con el mejor espíritu constructivo– al menos con mayor transparencia. No es que el acuerdo que se acaba de alcanzar sobre la ruptura de la insurgencia criminal del comercio ilegítimo de drogas vaya a resolver el drama del narcotráfico en Colombia. Lejos de allí. Pero al menos ha sido sincero. El mínimo denominador fue bajito porque los representantes de los narcoguerrilleros se comprometieron hasta donde pueden – que es bien poco–, pero hasta en eso hubo sinceridad. El acuerdo sobre el punto 4 de la Agenda de la Paz terminó siendo un guayoyo bien livianito que no conduce a nada concreto y que solo sirve para que los politólogos afirmen que un acuerdo es bueno aunque su contenido sea bagatela de la buena.
Hasta para eso ha servido la debacle política que se instaló en el país vecino: para que al calor de las zancadillas políticas pocos se percataran de lo anodino del acuerdo en un tema tan crucial como el tráfico de droga. Hasta ha habido quienes aplaudan el adefesio con el argumento de que al fin Colombia consiguió que la guerrilla admita su perversa vinculación con la lacra del narcotráfico…
En fin, a horas de la convocatoria nacional que le dará aliento a Juan Manuel Santos o lo condenará electoralmente, pudimos ver en las pantallas chicas a todos los candidatos batirse en el duelo de las ideas frente al país. Si no fuera porque todo el ambiente de tramposerías de los días pasados le quitó brillo al proceso, habría que decir que Colombia se luce por la talla intelectual de sus candidatos, por sus análisis certeros, por sus propuestas vanguardistas por su amor al país, por su ánimo constructivo.
Cómo es que eso se da la mano y convive con las lamentables escenas de la batalla política a las que hemos asistido, yo no lo sé. Pero en todo caso hay que desear lo mejor para los vecinos y que salga ganador quien más méritos tiene.
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