EL OTRO DIÁLOGO
RICARDO COMBELLAS | EL UNIVERSAL
martes 27 de mayo de 2014
No es necesario ser un observador perspicaz para advertir en los actuales momentos la fragmentación de la oposición democrática. De entrada señalo que defino la oposición democrática como aquella que apuesta por un régimen de libertades, donde se respeten los derechos humanos y nos rija el imperio del derecho. Esa oposición, ampliamente mayoritaria en la Venezuela del presente, se encuentra dolorosamente dividida por la visión estratégica en torno a como reconquistar una democracia viable que nos reconcilie como pueblo, pero, lo más grave donde se ha perdido la confianza entre sus partes componentes y abundan los calificativos hirientes y agresivos hacia los que unos y otros se perciben como traidores y entreguistas o radicales y aventureros. En consecuencia, la unidad conquistada ejemplarmente en estos últimos años con tanto ahínco como esfuerzo, con el mejor espíritu de sacrificio y colaboración, amenaza con naufragar para mal de muchos y provecho de los adversarios y enemigos. En definitiva para mal de la misma democracia que todos anhelamos.
La historia patria revela que Venezuela ha sido siempre una nación difícil de gobernar. Es famosa la frase atribuida a Guzmán Blanco: el país es como un cuero seco. Al pisarlo por un lado se levanta por el otro. Sin caer en dramatismos la verdad es que la frase conserva su sentido más profundo. En pleno siglo XXI seguimos sin respetar las constituciones, las leyes se convierten en papel mojado de aplicación circunstancial, predomina el personalismo sobre las instituciones y nos es sumamente difícil llegar a acuerdos, para luego no respetarlos y desaplicarlos. Nuestros momentos más gloriosos se vinculan al predominio del gobierno deliberativo, cuando nos guiamos por el respeto de las leyes, asumimos el consenso creativo y tratamos a nuestro prójimo político como el adversario con el cual se cuenta para construir en paz la nación y no el enemigo a envilecer y destruir.
En el seno de la oposición democrática hay que comenzar nuevamente a dialogar. Hacerlo sin complejos, sin posiciones dogmáticas y sin maximalismos estériles. Su máximo peligro es el afán de protagonismo y la lucha extemporánea por el liderazgo. Los egos personalistas, que tanto dañan al ser humano y degradan su espiritualidad, abundan en la política actual y emergen como un cáncer mortal en algunos supuestos líderes de la oposición democrática. ¿Acaso quince largos años de duro gobierno autoritario no bastan para solidificar la unión? Es la hora del liderazgo colectivo, de la permanente deliberación, pero también de la férrea unión a la hora de ejecutar las decisiones.
La oposición democrática exige disciplina y organización, y por ende abandonar la improvisación. Mente fría y racionalidad, que modere el calor del corazón, la irracionalidad y canalice las pasiones hacia objetivos sensatos y racionales.
Hagamos votos porque no predominen los, en palabras de Aníbal Romero, "políticos de plastilina", y que Oswaldo Álvarez Paz calificó alguna vez como "hombres de corcho", que flotan con oportunismo en el vaivén de las corrientes del mar de las circunstancias; pero porque tampoco predominen los líderes seudorreligiosos que se creen poseedores infalibles de la verdad revelada. Hoy requerimos más que nunca de altura de miras, de mesura, del manejo inteligente de las posibilidades; también requerimos del sentido de la responsabilidad de la que nos hablaba Max Weber, y de la lucha interna contra el mal de la vanidad, mal que carcome el alma de los políticos mediocres. La política se hace con la cabeza, como nos lo recuerda el autor, no con el corazón.
En esta hora estelar el diálogo tiene que regresar al mundo de la oposición. Fragmentación es sinónimo de debilidad. La unión hace la fuerza. Lo contrario significa fracaso, derrota y frustración.
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