CARLOS CANACHE MATA
Durante más de 28 años, entre el 13 de
agosto de 1961 y el 9 de noviembre de 1989, el Muro de Berlín fue tal vez el
mejor testigo de comparación entre el régimen comunista y las democracias
occidentales. La reflexión surge porque se acaba de conmemorar un nuevo
aniversario de su caída. Murieron alrededor de 200 personas y hubo centenares
de heridos que intentaron traspasar sus 155 kilómetros de recorrido.
Además de ejemplo representativo de la Guerra
Fría que siguió al terminar la II Guerra Mundial, el Muro se erigió para
impedir la migración masiva desde Berlín oriental, bajo el control comunista,
al Berlín occidental, bajo el control de países democráticos. Desde el final de
la II Guerra Mundial hasta la decisión comunista de construir el Muro, más de
tres millones de alemanes habían pasado –“hemorragia demográfica”- de Berlín
oriental y de la RDA (la Alemania comunista) al Oeste. El historiador italiano
Indro Montanelli dijo que tenía “dimensiones bíblicas” el desmesurado éxodo de
personas desde la Alemania Comunista a la Alemania democrática. Una diáspora de
aquel entonces, de gente que quería respirar en libertad y tener mejores
condiciones de vida. No es por casualidad que la caída del Muro en 1989 haya
prologado la desaparición de la Unión Soviética dos años después en 1991 y haya
contribuido al enorme descenso de la influencia mundial de la doctrina
comunista. Para buscar sobrevivencia, en algunos de los pocos países donde sus
gobernantes la profesan, como China y Vietnam, la aplican a medias con su
llamado “socialismo de mercado” en el orden económico. El presidente Kennedy se mantuvo inactivo
ante la construcción del Muro, lo que quizás envalentonó a Jruschov para
instalar misiles al año siguiente en Cuba, que luego se vió obligado a
retornarlos a la Unión Soviética.
El Muro de Berlín era un muro físicamente
real, una gran cerca de acero y hormigón que rodeaba y encarcelaba a la ciudad,
y medía entre 3,90 y 4,50 metros de altura, coronados de alambre de púas y
atalayas y torres, con minas explosivas. Unas 5.000 personas lograron sortearlo
y otras 5.000 fueron capturadas en el intento. Cuando la noche del 9 de
noviembre de 1989 se anuncia que se retiraban las restricciones que se habían
mantenido durante 28 años y se podía circular libremente entre los dos Berlín,
una avalancha de millares de alemanes procedentes de la parte oriental recorren
las calles de Berlín occidental y quedan “deslumbrados” al ver las vidrieras de
los comercios.
Aquí en Venezuela, la caricatura de dictadura
totalitaria que nos oprime y sojuzga no ha levantado un muro de cemento erizado
con alambres de púas, sino que el éxodo de alrededor de 4 millones de
venezolanos hacia otros países de la región se ha producido saltando por encima
del muro invisible, virtual, de hambre y represión, que nos rodea.
Más que un catálogo de indicadores que
muestren los diferentes resultados de los gobiernos de los dos sistemas, la
superioridad y el triunfo del democrático occidental sobre el comunista han
quedado mejor evidenciados por aquel Muro de Berlín y por este otro Muro, que
no se ve, alzado en Venezuela por quienes son unos simples aspirantes a
comunistas en alpargatas.
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