Los teodoristas
ALBERTO BARRERA TYSZKAEL PAIS
Es de tarde y el sol está rebotando sobre el balcón del pequeño
apartamento. Teodoro acaba de abrirnos la puerta, está muy sonreído. Ya
no recuerdo por qué Ibsen Martínez y yo estamos ahí, a cuenta de qué
hemos ido a verlo. Pero con cierto apremio nos hace pasar, nos dice que
nos sentemos y nos muestra unas hojas de papel que tiene en sus manos.
Es una tarea de escuela que ha escrito su nieta en París. Está
orgullosísimo. Quiere leérnosla. Se sienta también él en un sillón,
levanta sus lentes y nos pregunta si puede leerla en francés. Los dos
decimos que mejor nos la traduzca. Teo desliza su mirada hacia las
hojas, sonríe y masculla con una mezcla de sorna y de ternura:
—¡Como se nota que nunca estuvieron en la cárcel!
Ahí donde algunos solo vivían o veían una prisión, Teodoro Petkoff
también encontraba una oportunidad para aprender idiomas. Eso lo
definía. Nunca estaba en calma. Siempre quería más. Siempre conseguía
una nueva pregunta.
Teodoro solo podía entender la existencia desde la pasión, desde el
movimiento. Fue un hombre llevado por la inquietud. Jamás huyó de las
preguntas. Por el contrario, cada vez que pudo, fue a buscarlas, a
desafiarlas. Se dejó interrogar por la realidad y, con honestidad y
valentía, siempre fue irreductiblemente leal a esa búsqueda. Y siempre,
además, estuvo dispuesto a asumir el gran riesgo de cambiar.
Fue miembro del Partido Comunista pero luego también denunció el
totalitarismo soviético. Terminó vetado por la URSS y sin visa de los
Estados Unidos. Fue un hombre de acción y de ideas. Protagonizó fugas
espectaculares de cárceles militares y escribió libros memorables. Fue
guerrillero en la década de los sesenta pero también, después, supo y
pudo ser un demócrata radical, candidato a la presidencia, ministro,
líder político. Fundó un partido al que renunció para no apoyar a Hugo
Chávez. Se reinventó en el periodismo y, desde ese espacio, se convirtió
en uno de los más grandes críticos del proyecto autoritario
autoproclamado como la "revolución bolivariana". Su estilo directo, su
manera de desnudar al poder, la naturalidad con la que planteaba el
debate abierto y el cuestionamiento, su sencillez ante las ceremonias de
cualquier élite...Terminaron convirtiéndolo en una referencia de
integridad para varias generaciones y de lucidez intolerable para el
gobierno. Teodoro Petkoff tenía la épica y la autoridad moral que al
chavismo siempre le faltó. Nunca se lo perdonaron. Por eso lo
persiguieron y lo acosaron hasta el último momento.
En medio de la anti política y del culto religioso a Chávez, Teodoro
logró ser un líder enorme, sin partido y sin iglesia. Sin proponérselo,
convocó a su alrededor entusiasmos personales profundos. Ser o no ser
teodorista, no implicaba necesariamente estar de acuerdo con todo lo que
Teodoro decía o proponía. Más que comprometer algunas líneas concretas
de acción o de pensamiento, más que suscribir una línea ideológica
particular, representaba apoyar una manera de estar en la vida pública
del país; una forma de apostar por el debate abierto, por la
transparencia, por decir y defender lo que se piensa, con honestidad,
sin concesiones; una manera de seguir buscando siempre otras preguntas,
de convertir la incomodidad en una práctica política.
El teodorismo es, también y sobre todo, una forma de afecto,
una manera de admirar a un hombre entrañable, de una generosidad
maravillosa y de una inteligencia desconcertante; un hombre auténtico,
independiente y corajudo. Con quien tanto quisimos y a quien tanto
extrañaremos.
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