Democracia diabética
JOAQUIN ESTEFANÍA
EL PAIS
Los votantes tienen cada vez menos en cuenta el mundo que los rodea y
basan sus comportamientos en el entorno inmediato en el que viven sus
experiencias a diario, dicen los autores del último Latinobarómetro.
Entienden que no hay explicaciones en blanco y negro para América
Latina; que las transformaciones electorales no tratan simplemente de la
derrota de la izquierda ni tampoco del advenimiento de la derecha (el
sondeo, 20.000 entrevistas presenciales en 18 países de América Latina,
está hecho antes de las elecciones brasileñas,
en 2017). Y lo más significativo: sostienen que no hay una
transformación de la ideología dominante en la zona, sino más bien un
alejamiento ciudadano de las ideologías; existe una indiferencia
creciente con el tipo de Gobierno, menos personas se ubican en la escala
entre izquierda y derecha, lo que produce mayores niveles de
pragmatismo en las viejas ideologías, que en muchas ocasiones buscan la
permanencia en el poder más allá de los principios. Este es uno de los retos a los que se enfrenta la izquierda latinoamericana.
Los
ciudadanos prefieren las democracias a las dictaduras, las sociedades
abiertas a las cerradas, pero siempre que las primeras arreglen o
mejoren sus problemas cotidianos; si no, una parte de ellos estaría dispuesta a sacrificar trozos de esas democracias
a cambio de prosperidad económica. Esta versión instrumental de los
sistemas democráticos se subraya con mucha contundencia en el
latinobarómetro, que habla de “democracias diabéticas” al referirse a la
situación de la región, y señala que el declive es lento pero
perceptible. Su principal conclusión es que hay una creciente disociación entre el mundo de la economía
(el capitalismo) y el de la política (la democracia). Ello puede ayudar
a interpretar los profundos cambios que se están desarrollando en
algunos de esos países en los últimos tiempos.
La democracia y el crecimiento no van en la misma dirección, lo cual
recuerda algunos periodos oscuros de la historia en el mundo. ¿Acaso lo
que estamos observando no es una reacción, la pausa que se produce
cuando hay grandes turbulencias, como escribe Hannah Arendt?
En el sondeo se manifiesta un declive sistemático de la calidad de la
democracia —lo que se concreta en una baja sistemática del apoyo y
satisfacción ciudadana— y al mismo tiempo se ven avances en los
indicadores económicos, de tal manera, por ejemplo, que es menor la
cantidad de hogares con dificultades para llegar a fin de mes. “Es una
democracia diabética, con un lento y paulatino declive de múltiples
indicadores según el país y el momento, que permite de alguna manera
ignorarlos como fenómeno social. Sin embargo, vistos en conjunto, esos
indicadores revelan el deterioro sistemático y creciente de las
democracias de la región”.
Por quinto año consecutivo —lo que ya constituye tendencia— va reduciéndose el apoyo a la democracia
(del 61% al 53% de los ciudadanos encuestados), carcomiendo lentamente
lo ya alcanzado. Sólo un 5% opina que hay democracia plena; el 27%, que
hay pequeños problemas; el 45%, que hay grandes problemas, y el 12%, que
a lo realmente existente no se le puede denominar democracia (el resto
no contesta). En una escala de 1 a 10, donde el 1 no es democracia y el
10 totalmente democrático, el promedio de la región era del 5,4 y baja
también por quinto año consecutivo desde un máximo del 6,7. Hay una
percepción creciente de que se gobierna para unos pocos (75%) y que los
Ejecutivos no defienden los intereses de la mayoría.
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