martes, 13 de noviembre de 2018

EL CORIOLANO DE KRAUZE

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                            IBSEN MARTINEZ
 
Eché los dientes entre gente de teatro y, siendo yo mismo escribidor de piezas teatrales, volé desde el índice del libro a la página 251, donde comienza el demasiado breve ensayo que Enrique Krauze tituló Coriolano de Shakespeare, el antipopulista trágico. Lo que Krauze ofrece a partir de esa singularísima pieza del Bardo me interesó vivamente.
Con El pueblo soy yo (Debate, 2018), Krauze echa al mundo una colección de ensayos acerca de todos los populismos que inquietan al planeta en la hora actual, prestando especial atención a los de nuestra América. La viga maestra del volumen es la exhaustiva recensión que el historiador mexicano hace de El espejo de Próspero, obra capital de Richard Morse, eximio latinoamericanista estadounidense.
Krauze aborda, a partir de Morse y sus dilatados saberes, el tema de la naturaleza del poder político en países como los nuestros, cuyas instituciones son herencia, emanación, saldo o como prefiera usted decirlo, de valores y usos monárquicos, no todo ellos, por cierto, venidos de España, puesto que muchos, y de mucho peso, ya se hallaban aquí cuando alguien gritó “¡tierra!”.
Morse, desde luego, es muchísimo más que mi torpe sumario y debo invitar al lector interesado a frecuentar la densa elegancia de El espejo de Próspero.
El rompedor aporte de Krauze, al servirse con poderosa originalidad de la erudición y las ideas de un humanista de la talla de Morse, está en abrir puertas a una comprensión de los populismos criollos más instruida y amplia, más sosegada y penetrante —¡y muchísimo más útil a una política liberal!— que la embotada fraseología lacaniana y posmarxista, hecha de “significantes vacíos”, que imparte la industria académica sobe el tema. Pero volvamos a mi asunto: Coriolano.
Shakespeare basó esta tragedia en la vida de una legendaria figura romana que vivió entre los siglos VI y V antes de Cristo: Cayo Marcio Coriolano. La acción ilustra paso a paso su biografía, según las Vidas Paralelas de Plutarco. Todo pasa en la época que siguió a la abolición de la monarquía, en tiempos del nacimiento de la república.
Con Julio César, Shakespeare ya había introducido la Roma republicana en la literatura dramática. Creía que la historia de los idus de marzo confirmaba su cruel filosofía de la historia y del poder. Jan Kott, el gran estudioso shakesperiano, llamó a esa filosofía el “Gran Mecanismo”, ese que infunde en Macbeth su demoníaca fatalidad.
Pero la historia de Coriolano no se deja encerrar en un círculo inalterable en el que el principio y fin de cada reinado es el asesinato de un monarca: no es una historia de reyes, sino la de una ciudad dividida entre plebeyos y patricios. Una tal historia deja de ser demoníaca y, para decirlo con Kott, “es solo irónica y trágica lucha de clases”, de allí su contemporaneidad.
Hasta aquí, conformes, pero ¿qué hace Coriolano en un libro sobre el populismo latinoamericano? Coriolano es patricio, es también un guerrero. Es hosco altivo y violento. Él solo rindió una ciudad enemiga y con ello salvó a Roma. La gloria del triunfo trae consigo el consulado. Para ser electo cónsul, los usos de Roma exigen que muestre sus heridas de guerra a los tribunos de la plebe, relate sus hazañas y, zalameramente, haga valer sus méritos.
“Te corresponde hablarle al pueblo, no según tus convicciones, ni según los impulsos de tu ánimo, sino diciendo las palabras de memoria, aunque sean bastardas”, insinúa su propia madre.Coriolano desprecia a la plebe (“voluble, cobarde y apestosa”) y encuentra indigno cortejar de ese modo sus votos.
Prefiere que hablen sus hechos, no insinceras palabras. Al cabo, vendrá el destierro y, víctima de su valor moral, Coriolano pagará con la vida su intransigencia.“Desde nuestro tiempo —habla Krauze—, Coriolano adquiere una dimensión aleccionadora: es el antipopulista. A la luz de esta tragedia, una de las más sombrías y misteriosas, nuestro tiempo revela su miseria, no solo en la política sino en todos los órdenes. Vivimos huérfanos de líderes virtuosos y los corrompidos cuerpos aristocráticos y representativos han perdido autoridad. En cambio, abundan quienes ganan los votos del pueblo con engaños, insidia, mentira y manipulación”.
“There is a world elsewhere”. Coriolanus, Act 3, scene III.
 

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