viernes, 2 de noviembre de 2018

Un presidente en el exilio


 
El país seguirá sin entender el porqué lo dejaron a la buena de Dios, sin oposición democrática capaz de plantarle cara al gobierno que está en Miraflores, y no en el exilio.
Si algo hay que admirarle a la humanidad, es la capacidad para inventar situaciones insólitas, descachalandradas, y luego convertirlas en eso que hoy llaman un relato, una narrativa, ordenada. Porque hay que estar alegre de la chaveta para imaginar un personaje que, probablemente perturbado por el recuerdo olfativo de la leche materna (calostro), va desarmando su futuro para terminar matando a su padre, durmiendo con la madre -ya hecho un manganzón ardiente- y luego sacarse los ojos para limpiar sus culpas de toda visión acusatoria. O por ejemplo, hay que ser bien malvada para embaucar a un fortachón bondadoso de pelos largos, cortarle la coleta, quitarle la fuerza que lo hacía un jefe tribal invencible y temido, sacarle los ojos (¡qué empeño con la vista!) y ponerlo a moler trigo impulsando una noria como una bestia cualquiera llamada Sansón. Los clásicos – religiosos, o no- se pasan de crueles. 
Los tiempos modernos tampoco se quedan atrás: hay que tener una imaginación muy torcida para castigar a un niño de madera haciéndole crecer la nariz -de madera, y eso, sin duda debe doler mucho-; o cercar a una desvalida adolescente con siete avaros de poca estatura y libido burbujeante, hasta que un príncipe de mallas ajustadas la salve del acoso despertándola de su sueño/ensueño con un beso blando y liberador que a más nadie habría entusiasmado. Y no hablemos del cómico británico devorándose un zapato (la versión anterior a comerse un cable) sonriendo con el ánimo silente de quien degusta un manjar de suela y cuero para engañarle el hambre al matón que lo observa con ojos desconfiados. El cine recién comenzaba, y todo se comprende. 
Mas plantearse un gobierno en el exilio, con un presidente en el exilio, y eventualmente -suponemos- los tres poderes separados conviviendo también en el exilio, es una obra de política-ficción a la altura de Huxley u Orwell, y la verdad no deja de maravillarnos la carga imaginativa del creador de la criatura. Podemos imaginar a los Escalante en ciernes contando camisas perdidas en Madrid, Bogotá o Miami, firmando decretos, otorgando audiencias, licencias de explotación petroleras y mineras, y bregando invitaciones para las fiestas familiares de fin año, para recitar poemas encendidos, hacer promesas de eterno retorno a la patria -en modo Pérez Bonalde- mientras se engullen hallacas y perniles humeantes con comprensible voracidad. 
Chocarán los talones los edecanes ficticios, el portavoz del gobierno, en el exilio, ajustará cualquiera sea su aplicación para filmarse mientras informa quienes son los últimos ministros nombrados, en el exilio; habrá reuniones del gabinete, en el exilio, para tomar las medidas propicias y solventar la situación, en el exilio; y el país seguirá sin entender el porqué lo dejaron a la buena de Dios, sin oposición democrática capaz de plantarle cara al gobierno que está en Miraflores, y no en el exilio. 
@jeanmaninat

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