Un presidente en el exilio
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El país seguirá sin
entender el porqué lo dejaron a la buena de Dios, sin oposición
democrática capaz de plantarle cara al gobierno que está en Miraflores, y
no en el exilio.
Si algo hay que admirarle a la
humanidad, es la capacidad para inventar situaciones insólitas,
descachalandradas, y luego convertirlas en eso que hoy llaman un relato,
una narrativa, ordenada. Porque hay que estar alegre de la chaveta para
imaginar un personaje que, probablemente perturbado por el recuerdo
olfativo de la leche materna (calostro), va desarmando su futuro para
terminar matando a su padre, durmiendo con la madre -ya hecho un
manganzón ardiente- y luego sacarse los ojos para limpiar sus culpas de
toda visión acusatoria. O por ejemplo, hay que ser bien malvada para
embaucar a un fortachón bondadoso de pelos largos, cortarle la coleta,
quitarle la fuerza que lo hacía un jefe tribal invencible y temido,
sacarle los ojos (¡qué empeño con la vista!) y ponerlo a moler trigo
impulsando una noria como una bestia cualquiera llamada Sansón. Los
clásicos – religiosos, o no- se pasan de crueles.
Los tiempos modernos tampoco se
quedan atrás: hay que tener una imaginación muy torcida para castigar a
un niño de madera haciéndole crecer la nariz -de madera, y eso, sin duda
debe doler mucho-; o cercar a una desvalida adolescente con siete
avaros de poca estatura y libido burbujeante, hasta que un príncipe de
mallas ajustadas la salve del acoso despertándola de su sueño/ensueño
con un beso blando y liberador que a más nadie habría entusiasmado. Y no
hablemos del cómico británico devorándose un zapato (la versión
anterior a comerse un cable) sonriendo con el ánimo silente de quien
degusta un manjar de suela y cuero para engañarle el hambre al matón que
lo observa con ojos desconfiados. El cine recién comenzaba, y todo se
comprende.
Mas plantearse un gobierno en el
exilio, con un presidente en el exilio, y eventualmente -suponemos- los
tres poderes separados conviviendo también en el exilio, es una obra de
política-ficción a la altura de Huxley u Orwell, y la verdad no deja de
maravillarnos la carga imaginativa del creador de la criatura. Podemos
imaginar a los Escalante en ciernes contando camisas perdidas en Madrid,
Bogotá o Miami, firmando decretos, otorgando audiencias, licencias de
explotación petroleras y mineras, y bregando invitaciones para las
fiestas familiares de fin año, para recitar poemas encendidos, hacer
promesas de eterno retorno a la patria -en modo Pérez Bonalde- mientras
se engullen hallacas y perniles humeantes con comprensible voracidad.
Chocarán los talones los edecanes
ficticios, el portavoz del gobierno, en el exilio, ajustará cualquiera
sea su aplicación para filmarse mientras informa quienes son los últimos
ministros nombrados, en el exilio; habrá reuniones del gabinete, en el
exilio, para tomar las medidas propicias y solventar la situación, en el
exilio; y el país seguirá sin entender el porqué lo dejaron a la buena
de Dios, sin oposición democrática capaz de plantarle cara al gobierno
que está en Miraflores, y no en el exilio.
@jeanmaninat
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