GONZALO GONZALEZ
La magnitud, la hondura y las nefastas consecuencias de la
crisis venezolana demanda de las fuerzas de cambio - políticas y sociales -
hacer los esfuerzos necesarios para lograr la salida del poder de quienes
gobiernan. Ese es objetivo nacional fundamental, visto que el chavismo no está
ganado para producir ningún tipo de viraje en su acción de gobierno para
revertir la crisis, más bien insisten en las políticas responsables de la misma
por considerarlas funcionales a su proyecto de dominación inspirado en el
castrismo.
Para derrotar la
dictadura, las fuerzas democráticas no sólo deben trabajar en la construcción
de una amplia convergencia nacional sino también aprender actuar en los
distintos ámbitos en los cuales se plantea y escenifica la lucha contra el
régimen. Asunto en el cual ha faltado la disposición, la voluntad y la pericia
del caso. La flexibilidad táctica no está reñida con la coherencia estratégica
ni con el objetivo central, más bien ha demostrado ser indispensable para
navegar con éxito en una situación compleja como la venezolana.
Incluida en el menú de escenarios de lucha se encuentra la
negociación, siempre y cuando se tenga claridad de que la misma contribuya a
posibilitar y acercar el fin del régimen.
La negociación no puede ni debe ser para darle oxígeno ni
para pactar una cohabitación o coexistencia con la dictadura; la ilegitimidad
de origen y desempeño del régimen no lo recomiendan. Cualquiera de ambas
situaciones son perjudiciales para los intereses de la nación y sus habitantes.
Actuar en esa dirección deslegitima y desvía de su rol en la sociedad a quienes
intenten hacerlo desde el campo democrático.
Siendo partidario de una eventual negociación (más que de un
diálogo porque esa etapa está superada por las circunstancias), el mismo debe
estar orientado a acordar con el oficialismo su salida del poder: sus términos,
condiciones y las garantías que la
situación recomiende.
Lo ocurrido en Chile
con Pinochet, en Suráfrica con el Apartheid y en estos lares con Pérez Jiménez
demuestra que con las dictaduras se puede negociar siempre y cuando sea desde
la premisa inicial de que abandonen el poder y existan las condiciones para
imponer tal designio.
Por tanto negociar o no se transforma en un falso dilema
cuando se hace de ello un asunto de vida o muerte y no se asume con el debido
realismo y consecuente pragmatismo. Esa importante herramienta política no se
puede desechar a priori ni asumirla dogmáticamente.
¿Está planteada en el corto plazo una negociación de ese
tipo? Pareciera que no. Creo que, por los momentos, el régimen no tiene
incentivos suficientes para asumirla. Pero los acontecimientos pueden
evolucionar de tal forma que se vean obligados a contemplar seriamente ese
escenario.
Caracas, 30 de octubre de 2018
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