EL ÚLTIMO ESTADISTA DE LA DEMOCRACIA VENEZOLANA
DOROTHY KRONICK
THE NEW YORK TIMES
FILADELFIA
— Para muchos de los que padecen la crisis económica y humanitaria de
Venezuela, la muerte del estadista veterano Teodoro Petkoff (1932-2018)
el 31 de octubre, a los 86 años, pareció ser otro motivo de
desesperanza.
Un
periodista venezolano escribió que se sentía huérfano. Otros llamaron a
Petkoff, quien fue un crítico feroz de la autocracia de Venezuela, “uno
de los últimos modelos de integridad democrática”. También el
secretario general de la Organización de los Estados Americanos (OEA) lamentó que Petkoff dejara su país “sin un referente obligado sobre compromiso social, coherencia política y defensa de valores democráticos”.
Petkoff
no habría estado de acuerdo. Una de las muchas lecciones de su legado
es que nunca es momento de perder las esperanzas en Venezuela.
Conocí
a Teodoro —como todos lo llamaban— hace doce años. Para ese entonces,
ya se había ganado con creces su lugar en la historia venezolana. Fue
miembro activo del Partido Comunista de Venezuela durante la dictadura
de la década de los cincuenta y luego guerrillero marxista que combatió
la incipiente democracia de los años sesenta, pero para cuando tenía
cuarenta años, Teodoro había renunciado a la lucha armada. “Solo los
idiotas no cambian de opinión”, dijo sobre su giro radical. Con el
entusiasmo de un converso, Teodoro pasó los siguientes 45 años luchando
por la democracia en Venezuela.
Hubo muchas batallas, muchas de ellas perdidas. En 1971, Teodoro se separó del Partido Comunista de Venezuela para fundar el Movimiento al Socialismo
(MAS). La disidencia de Teodoro se escuchó mucho más allá de Venezuela:
cuando publicó un libro en el que criticaba la invasión soviética de
Checoslovaquia, Leonid Brézhnev, entonces secretario general del Partido
Comunista de la Unión Soviética, lo denunció.
Teodoro
renunció al comunismo, pero siguió siendo el rostro de la oposición de
izquierda de Venezuela; de una izquierda comprometida con un socialismo
pragmático que hizo al MAS un partido excepcional entre los movimientos
de izquierda de América Latina. Fue el rostro de Teodoro el que apareció
en los carteles naranjas del MAS en la década de los ochenta, cuando se
postuló dos veces a la presidencia.
Uno
podría pensar que el ícono de la oposición de izquierda de Venezuela se
habría alegrado con el ascenso de Hugo Chávez, un candidato de
izquierda que, a diferencia de Teodoro, creció en las encuestas antes de
la elección presidencial de 1998. Habríamos podido pensar que Teodoro
se uniría a algunos de sus excompañeros guerrilleros para respaldar a
Chávez.
En
cambio, Teodoro le suplicó al MAS que no apoyara a Chávez. Esta súplica
aparece como un parpadeo en una película deteriorada de los archivos de
un canal de televisión: en una convención del partido, un Teodoro
sudoroso les implora a cientos de militantes de su movimiento que
entendieran que Chávez era un autócrata populista. La multitud lo
abucheaba y lo interrumpía hasta que Teodoro gritó: “¡Oigan, chicos!
Tranquilos. ¿Acaso les preocupa que los convenza de cambiar de
opinión?”.
No
logró que cambiaran de opinión. El MAS respaldó a Chávez y Teodoro
renunció al partido que había fundado. Después de cuatro décadas como el
símbolo de la oposición venezolana de izquierda, una oposición de
izquierda finalmente llegó al poder y Teodoro, una vez más, luchó contra el gobierno.
Si
Teodoro se hubiera hartado, lo habríamos perdonado. Pero el año en el
que nos conocimos, cuando cumplía 57 años de vida política, todavía
conducía su viejo Yaris todos los días al trabajo, en el periódico que
fundó, Tal Cual, en donde aún fungía como editor. Todavía escribía sus incisivos y mordaces editoriales
en contra del gobierno y esquivaba los ataques del gobierno del
entonces presidente Hugo Chávez. Tal vez más que cualquier otra cosa en
su trayectoria, los editoriales de Tal Cual lo situaron en el centro de
la esfera pública de Venezuela. Los lectores los esperaban. Los
políticos los usaban como guía. El presidente no los soportaba.
Desde
su escritorio, Teodoro alcanzaba a escuchar las noticias que emanaban
del pequeño televisor en la oficina de Azucena Correa, su asistente
durante tres décadas, y sin importar qué otra cosa estuviera haciendo,
no dejaba de estar atento a los encabezados. Dejaba de hacer lo que
hacía: “¡Santo cielo, el cardenal está denunciando a Chávez!”, y saltaba
de su lugar para avisarle a su equipo.
O
cuando la expresidenta de Argentina, Cristina Fernández de Kirchner
(entonces senadora), criticó a Chávez, dijo: “¡Lanzó la pelota afuera
del estadio! ¡Qué jonrón!”. Mientras, Teodoro hacía como si estuviera
bateando y después seguía con la mirada cómo la pelota desaparecía sobre
la valla.
Los
obituarios apasionados que se publicaron durante la semana pasada
contradicen el hecho de que Teodoro tenía pocos aliados en la política
venezolana. Los opositores conservadores de Chávez veían a Teodoro como
un comunista apenas lo suficientemente reformado; les agradaba en buena
medida por las acciones que él llegó a considerar errores, como cuando
aceptó de manera fugaz un golpe que removió brevemente a Chávez del
poder. Muchos chavistas lo veían como un vendido, un antiguo camarada
que había cambiado su buena fe izquierdista por un poco de poder en la
década de los noventa, cuando ocupó un puesto en el gabinete de Rafael
Caldera, el predecesor de Chávez.
De hecho, el gobierno del presidente Nicolás Maduro ha golpeado a Tal Cual con una andanada de litigios, uno de los cuales prohibía a Teodoro salir del país y le ordenaba presentarse semanalmente ante la corte. Él tenía 82 años.
Por
todas estas razones, habríamos perdonado a Teodoro si se hubiera vuelto
pesimista. Y la última vez que lo vi, una tarde lluviosa de 2012, pensé
por un momento que así había sido. Le pregunté quién de los políticos
jóvenes de Venezuela podría continuar con su legado cuando ya no
estuviera. Se quedó inexpresivo. Mencioné varios nombres, pero él negó
con la cabeza a cada uno de ellos.
Teodoro
se reclinó en la silla y apartó la mirada, fue un momento inusual de
silencio en nuestras entrevistas. Me preparé para una profecía oscura,
para las palabras de un político que moriría dejando pocos sucesores.
Sin embargo, dijo: “Aparecerán”. Y luego lo volvió a decir:
“Aparecerán”.
Dorothy Kronick es profesora adjunta de Ciencias Políticas en la Universidad de Pensilvania.
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