martes, 15 de febrero de 2011

ELLAS

Rosa Montero

El País

Este artículo es demasiado pequeño para que quepa en él mi entusiasmo por la caída de Mubarak. Y la esperanza de que el viento de fuego democratizador siga tirando las fichas del dominó del mundo árabe y, después, las de los países subsaharianos ("el miedo ha cambiado de bando", decía Jordi Vaquer: sí, los tiranos se han puesto a temblar). Tampoco cabe aquí mi indignación ante los besuqueos que España le está prodigando al déspota de Obiang, lo cual, en estos épicos momentos, resulta doblemente repulsivo: mientras el mundo se mueve, nosotros apoyamos a los malos.

Pero, sobre todo, no me cabe la emocionante visión que he tenido, la intuición de que, en este salto hacia el progreso que está dando el planeta, hay un ingrediente fundamental que es la fuerza colosal de las mujeres. Sí, hablar de mujeres en Occidente puede parecer hasta aburrido. Pero, en el resto del mundo, la mayoría viven en condiciones atroces: como la afgana a la que el marido amputó la nariz, o la niña bengalí de 14 años que, tras ser violada, fue azotada hasta la muerte. Y, sin embargo, esos millones de mujeres maltratadas se están moviendo. ¡Y cómo se mueven! Sus pisadas están cambiando el rotar de la Tierra. Desde las egipcias de las revueltas populares a las mexicanas que combaten el narcotráfico. Una marea silenciosa de heroínas civiles. Déjame que te hable de dos de ellas: de Yirgalem Fisseha, una de las pocas periodistas de Eritrea. Detenida el 22 de febrero de 2009. Lleva más de un año en aislamiento en condiciones terribles. Y de Agnés Nkusi, de Ruanda, editora de un periódico, en prisión desde julio de 2010 y condenada a 17 años. Las dos encarceladas simplemente por informar, dice Reporteros Sin Fronteras. Miro sus fotos: son jóvenes, son guapas, están muy solas. Únicamente nos tienen a nosotros: esta mención en mi artículo, tus ojos que lo leen. A ver qué haces.

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