martes, 15 de febrero de 2011


La velocidad de la revolución

Lluís Bassets
15-2-11

No hay tiempo apenas para tomarse un respiro. Ni siquiera para mantener la atención sobre todo lo que está cambiando. El viernes a mediodía los más escépticos de los occidentales que partían de fin de semana no podían pensar que el lunes a la vuelta todo habría cambiado. Y sólo empezar la semana la oleada árabe sigue en Yemen y en Bahrein, después de golpear todavía muy ligeramente en Argelia, pero ya desborda su ámbito inicial. Hay que cambiar los rótulos: la revolución afecta ahora a los países islámicos, una forma como otra de poner a Pakistán en la perspectiva.

Los buenos conocedores aseguran que así es: el violento mundo del terrorismo islámico que ha crecido alrededor de las madrasas fundamentalistas nos hace olvidar que la demografía y la sociología de esta zona de Asia superpoblada está muy cerca del norte de Africa. Difícil que los jóvenes allí no quieran vivir mejor y vivir en libertad como los árabes y prefieran seguir sufriendo la manipulación fundamentalista.

No será una revolución, pero lo que sea va a toda velocidad. Túnez y Egipto no tienen nada que ver, pero eso que se mueve ha derribado ya a dos dictadores y está dando muestras de toda la energía para no parar hasta incrementar la lista. Nada cambia ni nada va cambiar de fondo, aseguran los portavoces de los reflejos conservadores; pero no se conoce ni un solo gobierno de la zona, e incluso más allá, China por ejemplo, que no se haya movido a toda velocidad para amortiguar el descontento y evitar que le pille la oleada.

Veremos en qué para todo esto, es verdad. De momento, tanto en Túnez como en Egipto, se ha producido una ruptura democrática. Es decir, las manifestaciones de los ciudadanos han obligado a que quienes detentaban el poder lo abandonaran sin atender a las reglas de juego trucadas que utilizaban para mantenerse en él. Recordemos que en España, tras la muerte de Franco, no hubo ruptura, sino una evolución desde la legalidad franquista hasta la legalidad democrática; una ruptura pactada, ahora podríamos decir una ruptura reformista. En Túnez, con una fuerte tradición constitucional, formalmente se mantiene la legalidad después de la huída del déspota; pero en Egipto ahora hay un gobierno militar de facto, que ha inutilizado la constitución y los procedimientos con los que Mubarak pretendía enredar.

Es la diferencia entre lo que va de echar a un dictador a que el dictador se muera en la cama y se celebre el duelo oficial con toda la pompa, aunque luego el cava corra a ríos en bares y casas. No será una revolución, si tanto se empeñan los pesimistas que no creen ni en el cambio político ni en el protagonismo ciudadano del cambio; pero lo que sea tiene toda la alegría y el entusiasmo de una revolución. Además, en un momento especial: cuando el horizonte revolucionario se había eclipsado y todos creíamos, resignados unos y más que satisfechos otros, que los cambios políticos del futuro se realizarían todos después de los debidos conciliábulos en los altos despachos entre quienes saben de estas cosas.

No es así. La historia no está escrita. La gente, el pueblo, la ciudadanía puede y debe intervenir en política. Y si vive bajo una tiranía está probado de nuevo, ahora recientemente y gracias a los tunecinos y a los egipcios, que tiene la oportunidad de derribarla. Es un mensaje deprimente para los dictadores y para los países sin libertades, del color que sea, que desborda el mundo árabe e islámico: China y Cuba, por supuesto, Arabia Saudita y Bielorrusia. Con una novedad, además, que la convierte en el primer fenómeno revolucionario del siglo XXI: su carácter vírico, producto de la velocidad con que se transmiten los mensajes a través de los móviles y de la redes sociales: sus efectos globales, producto de la tecnología, pero también de similares condiciones sociales y políticas; y su impronta juvenil, fruto de la demografía explosiva de toda esta zona del planeta.

Esta argumentación tiene un corolario. Estos cambios de régimen y estas movilizaciones van a producir un cambio, en muchos aspectos revolucionario, en la forma de conducir las relaciones internacionales. Empezando por la primera superpotencia, cuyo papel, decisiones y estrategias están ahora mismo en revisión y son objeto de crítica por parte de todos los analistas. Un mundo nuevo va a salir de todo esto y una nuevas forma de conducir las relaciones internacionales, haciendo buena la premonición de Julian Assange, pero no aplicada exactamente a la filtración de Wikileaks: The coming months will see a new world, where global history is redefined.

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