miércoles, 9 de julio de 2014

SALDO DE UN SÍNCOPE

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Leopoldo Tablante

Se agota el furor de La Salida y las cuentas siguen dando en rojo: 44 personas muertas, innumerables torturadas, multitud de acusados a la espera de proceso, la diputada María Corina Machado destituida, Leopoldo López preso y Henrique Capriles Radonski calificado como pusilánime por la oposición radical.

A lo largo del año 2012, la oposición se felicitó gracias a la visión estratégica de la Mesa de la Unidad Democrática y la motivación aeróbica de Capriles, que se movió como un peso pluma por todo el país a título de vocero de un inédito discurso forjado entre la paciencia, la empatía y el coraje. Con tanto corazón le habló Capriles al país chavista que, en octubre de 2012, le roncó en la cueva al ventajismo del ex presidente Hugo Chávez y en marzo del año pasado fue derrotado por su heredero, Nicolás Maduro, con un margen tan estrecho que desató un escepticismo colectivo que pica y se extiende.

Ni las pretensiones de “voto duro” de María Corina Machado ni la efectista fotografía de Leopoldo López entregándosele a un Guardia Nacional con la estatua de José Martí como bambalina han subido tanto cerro como la campaña trashumante de Capriles entre 2012 y el primer semestre de 2013. Por si fuera poco, Capriles no se abandonó a su suerte tras los resultados de marzo del año pasado: su insistencia en demostrar el discutible conteo electoral no se deslindó de una plataforma de inclusión y reconciliación que pondera la realidad sociopolítica del chavismo, sobre todo a partir del logro plebiscitario –hoy seriamente amenazado− que han sido las misiones.

El chavismo se desmorona porque al patriarca le falló el olfato políticoal elegir a su sucesor. Si algo pudiera sacarse en claro de la errática puntuación y el colosal arroz con mango de la carta de Giordani es que Maduro es un líder impostado y abrumado por la realidad. Entre los chavistas ansiosos que en vísperas del último asueto decembrino bajaron a reclamar su aguinaldo y los estudiantes alzados y sin horizonte de tregua, el país se precipita a tierra. Y como es probable que no esté familiarizado con la máxima que recomienda “ante la duda, calma”, Maduro se encomienda a la mecánica de la represión y el gatillazo.

Sin embargo, ésta, que debería ser la ocasión para que la oposición se consolide y se relance, es el telón de fondo de su propia canibalización. Como en oportunidades anteriores, la oposición no parece concederse el tiempo necesario para que una economía vapuleada haga su trabajo; que la revolución se desfalque, se agote y le colme la paciencia a sus beneficiarios más directos; que la ineptitud de Maduro sature los límites del “por amor”; que el liderazgo intangible y cada día más difuso de Chávez se disperse en la resignación de sus numerosos deudos.

A diferencia de Maduro, Chávez tenía monitoreados los afanes de sus contrincantes. Cuando la cosa se le ponía difícil, desaparecía en medio de la maledicencia ambiente para renacer de sus cenizas con otro golpe de teatro: la expulsión de alguna autoridad diplomática, un estrechón de manos con un líder deplorado por la esfera occidental, un acto de juramentación de milicias, el anuncio de cierre de RCTV, etcétera. Le ayudaban el histrionismo y la oratoria. En cambio, los balbuceos de Maduro lo desprestigian hasta entre los “traidores” de su propia causa, lo que le abre a la oposición un espacio precioso que no acaba de aprovechar: mucho cacique, poco indio y una MUD que es hoy el decorado de la ausencia.

Habrá quien diga que esta perspectiva ante el desgaste de la unidad no se ajusta a la histeria de nuestros tiempos violentos; que hace falta iniciativa, concha y carácter individual para meterle mano a este país de grano rugoso y gobierno forajido. Calle en tu calle, con tu bandera, tu guarimba y tu corazón, en el más clásico estilo “ahora vengo yo”, pasmo tribal de dientes y garrote, loza estrellada contra el piso con la puntería de un liderazgo certero, claro y raspao, como un berrinche.

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