Al cumplir 12 años en Miraflores, Chávez evita mencionar a Mubarak como si nada estuviera ocurriendo en el Mediano Oriente. Hasta ordenó desalojar a unos jóvenes egipcios que tomaron la embajada de su país. Abiertamente Chávez no toma partido por el pueblo árabe, ni por sus dictadores, prefiere pasar agachado. Por ahora. El socialismo del siglo XXI no quiere ofender a esos gobernantes vitalicios, ni condenar una revolución realmente popular. Cuida su amistad con el dictador Khadafi y con los monarcas sauditas. Al primero lo considera un luchador antiimperialista, en cambio Washington critica a Mubarak, se arriesga a que una democracia en Egipto elija por votos un régimen que no apoye su política; no le asusta que Irán aplauda a los rebeldes egipcios. Quizá Obama se equivoca, o quizá no le queda otro remedio Quizá sea un idealista o algo parecido: un ingenuo. O sencillamente rechaza ser el policía del mundo.
En tiempos mejores el chavismo amenazaba con ganar elecciones en México, Perú, Centroamérica, y con ser un factor político en Colombia.
Por torpeza, amateurismo, precipitación, perdió su influencia internacional. Hasta Brasil marca distancia con Caracas.
El sábado marcha la sociedad civil, sindicatos y estudiantes. La inmensa mayoría de las ONG representan muchas veces una decena de personas, dedicadas con fervor a un tema de importancia. Si los sindicatos, las empresas y las universidades lucharan por sus reivindicaciones hombro con hombro con los partidos, el actual gobierno estaría contra la pared. Diariamente estallan conflictos laborales que pasan al olvido porque carecen de la resonancia de contar con líderes nacionales. En estos años el rechazo a los partidos debilitó a la sociedad, la descabezó: los partidos son la forma más perfecta de participación en la política. Los partidos se volvieron cascarones vacíos.
A Hugo Chávez lo ha mantenido en el poder su carisma, y la desunión entre los partidos y la falta de unidad de los mismos partidos con la sociedad civil organizada: sindicatos, universidades, gremios.
En las grandes manifestaciones antichavistas rechazaban la presencia de los políticos, como si fuera posible un movimiento popular sin partidos.
El pasado 23 de enero Andrés Velásquez marchó codo con codo con los dirigentes obreros de la zona del hierro.
El verdadero parlamentarismo de calle brota en las luchas sociales. En La Pastora, La Vega, Coche invaden viviendas aprovechando que sus inquilinos o dueños van al mercado.
Esa sociedad civil organizada, en especial los sindicatos, en otra época protagonizó huelgas nacionales que conmovieron al país. A los diputados les toca acompañar a sindicatos, empresarios, estudiantes en sus luchas reivindicativas.
Claramente Miraflores quiere ahogar a los sindicatos, a los universitarios, a los gremios, a los empresarios. Veremos si lo logra.
Este 4 de febrero marca el despertar político de esa sociedad civil organizada.
Hoy marchan unidos obreros y estudiantes; faltaría que los acompañen los diputados. Fíjense en lo que ocurre hoy. Sea nutrida o escuálida, la marcha indica un camino. El único posible: la incorporación de los jóvenes y de los obreros a la lucha política, igual que está ocurriendo en Egipto.
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