LUIS MANUEL ESCULPI
Hace ya casi medio siglo en “El Gran Viraje del socialismo” Roger Garaudy señalaba como la revolución científico-técnica, que se había producido principalmente a fines de la segunda mitad de esa centuria, es decir, en dos décadas y media, había transformado a la humanidad más que en los siglos precedentes. En el mismo sentido, Felipe González, en su último libro, editado este año, afirma que el paso de la sociedad agraria a la industrial tardó siglo y medio; mientras que el de la inteligencia analógica a la digital se produce en una sola generación. Sólo para citar a dos autores de los innumerables que han estudiado la materia.
Indudablemente que las grandes mutaciones, inimaginables para las generaciones que nos antecedieron, se han reflejado en todas las áreas de la vida, los cambios culturales han producido un impacto excepcional en el área de la cibernética, la computación y las comunicaciones en general. Ahora es posible conocer en tiempo real un hecho noticioso que sucede en cualquier lugar del planeta.
Estas transformaciones han repercutido sensiblemente -no podía ser de otra manera- en toda la acción de los partidos y en la transmisión del mensaje, la plataforma y los programas políticos hacia la sociedad. Es un fenómeno complejo, universal, no limitado a la realidad de nuestro país. El “quehacer político” ha experimentado una significativa metamorfosis, los medios de comunicación (especialmente la TV) se han convertido en escenario privilegiado del debate; lo que impide que el discurso político llegue a la mayoría de sus destinatarios, sólo una frase efectista, los titulares y las consignas seleccionadas y editadas por los “jefes de información” y los dueños de esas empresas son trasmitidas. Ello explica, mas no justifica, las limitaciones para alcanzar el objetivo de lograr una nueva y sólida mayoría.
La situación es aún más grave, conociendo el cerco mediático del gobierno y la existencia de la autocensura. Ante esta realidad la política comunicacional de los sectores democráticos tiene que plantearse el uso intensivo de los “medios alternativos” donde, si bien las redes sociales, muestras emblemáticas de la modernidad, ocupan lugar preponderante, no puede llevarnos a descuidar los impresos y otros tradicionales, de probada eficacia.
Comprendo la importancia que le asignamos a la TV, recordemos que Chávez, con su famoso “Por ahora”, con aproximadamente 170 palabras y poco más de 30 segundos logró el efecto conocido pero, dadas las circunstancias actuales, no sería lógico depender de la presencia en esa pantalla. La disolución del “gran público” de la antigua televisión abierta, y su segmentación en múltiples sujetos, impide hoy tener esa penetración instantánea.
En el pasado reciente los partidos políticos- tradicionales y nuevos- descuidaron la comunicación directa “cara a cara”, ella es insustituible, y sumamente persuasiva especialmente en los sectores mayoritarios de la población. Las inmensas transformaciones no la han reemplazado. Muchas empresas -incluso trasnacionales- basan su estrategia de ventas en ese medio, sin contar con TV, radio o prensa sus productos son ampliamente conocidos y consumidos en las áreas populares. En síntesis para los partidos está planteado “cumplir la tarea” que no se ha venido realizando cabalmente. De eso se trata.
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