Francisco Suniaga
El Nacional
Desde que inició su mandato, cualquier análisis objetivo de la presidencia de Nicolás Maduro concluía en que eran muy pocas sus posibilidades de éxito. El manejo de la muerte de Chávez y el gambito anticonstitucional que lo elevó prematuramente a la primera magistratura anunciaban que la nueva administración nacía con plomo en el ala, amén de las fallas estructurales que les legó el finado. Si en algo se equivocaron quienes así expresaron sus opiniones fue en que la realidad superó a la predicción, el gobierno del “primer presidente obrero” resultó peor de lo previsible.
Así, a un año de su ejercicio, el gobierno boquea por oxígeno, venga de donde venga y al precio que sea. Su carácter autoritario, tanto en lo económico como en lo político, no es sino la confesión de su gran debilidad. Sus defectos son muchos y se agravan con el paso del tiempo, pero hay uno que sobresale entre ellos y constituye su principal deficiencia: la falta de credibilidad.
Nadie, ni siquiera aquellos que forman parte de sus altas esferas, cree en este gobierno y sus posibilidades de resolver los agudos problemas que padece el país. No todo es inherente a la pasta política de Nicolás Maduro ni a la inseguridad con la que asume la presidencia (Maduro ha sido el único presidente en la historia patria que ha declarado que no quería serlo). Hay una razón real y de peso que determina la condición falaz de este gobierno: su carácter multipolar.
El problema es que aunque el finado dejó la ruta marcada con su Plan de la Patria, “los hijos de Chávez” lo leen e interpretan como les da la gana, y por tanto el plan no existe. Cuando aquí se dice “el gobierno”, nadie sabe a cuál gobierno se refiere. Si al de Maduro, al de Diosdado, al de Ramírez, al de Arreaza, al de los militares o al de los ñángaras que todavía deliran con que este caos es una revolución. Cada uno tira por su lado y hace lo que le da la gana en un ambiente de extrema debilidad institucional.
Por ejemplo, las líneas aéreas celebraron en marzo haber llegado a un acuerdo con “el gobierno” y en mayo protestan porque nada de lo acordado se ha cumplido. Los comerciantes llegaron a acuerdos con “el gobierno” para fijar precios por encima de la absurda “Ley de Precios Justos” y el fin de semana del Primero de Mayo, como para congraciarse con la “clase obrera”, Maduró lanzó una ofensiva que condujo a la cárcel a decenas de comerciantes y obligó a otros muchos a rematar la mercancía al “precio viejo”.
Las políticas económicas, que alivien el desastre que ellos mismos han creado tras quince años de locura, se anuncian para un día, luego se suspenden y finalmente no se ejecutan; ese es más o menos el ciclo. El gobierno multipolar se comporta como los cangrejos venezolanos en el frasco: un interminable todos contra todos y “catch as catch can”.
Así las cosas, puede preguntarse cualquiera ¿por qué habría de ocurrir algo distinto con el diálogo entre el gobierno y la oposición democrática? La verdad, nadie cree que así vaya a ocurrir, es cuestión de tiempo para que el diálogo en el que tantos venezolanos han puesto sus esperanzas termine triturado en esta máquina infernal de generar mentiras en que ha devenido el gobierno multipolar de Nicolás Maduro.
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