domingo, 19 de abril de 2015

EL FUTURO DESDE UN PUPITRE

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LEOPOLDO MARTINEZ N.

Tras escuchar el coro de letanías anti-imperialistas que marcó la Cumbre de Panamá, Barack Obama sentenció esta práctica plañidera con expresión contundente: “Cuando vengo a estas reuniones en América Latina aprendo sobre el pasado: me reclaman a mí cosas que hicieron Presidentes de mi país que ejercieron cuando yo no había nacido. Cuando voy a Asia, por el contrario, aprendo del futuro”. Y acto seguido explicó su cambio de política frente a Cuba y la región como una decisión que no se deja atrapar por la historia o el pasado.
En esas reflexiones está contenido un mensaje fundamental para algunos en Latinoamérica, particularmente para quienes gobiernan a nuestra Venezuela, quienes siguen secuestrados por el pasado, encallados en ideas muertas e incapaces de responder a los problemas pendientes que se vienen enfrentando por décadas.
En muchos países de América Latina se tendría que duplicar (en algunos hasta triplicar) la tasa de crecimiento económico en forma sostenida, por al menos una década, para reducir de forma significativa la pobreza. En el caso venezolano, el crecimiento económico tendría que sostenerse en niveles del 8% o más para topar con una sociedad más justa y de oportunidades. En toda América Latina y el Caribe el promedio de crecimiento estará entre 2,2% y 3%. En Venezuela, el cambio, el drama es que se proyecta un decrecimiento económico de -5,3% para 2015 y de -0.7% para 2016.
La claves para alcanzar ese tipo de crecimiento con justicia social radican en la innovación y el emprendimiento. Por un lado, hay que convertir el inmenso capital humano de nuestros países en el verdadero motor del crecimiento. Para ello es preciso dar la oportunidad a millones jóvenes de ser empresarios, capaces de superar la pobreza con su esfuerzo y creación de riqueza. Por el otro, debemos crear condiciones para que esos emprendedores se atrevan a innovar.
Hay gobiernos en América Latina apuntándose en esa estrategia. Por ejemplo, están los llamados Parques Tecnológicos. La experiencia de Silicon Valley, el Triángulo de Investigación Raleigh-Durham-Chapel Hill en Carolina del Norte, o los laboratorios de innovación e incubadoras de nuevas empresas en MIT, alrededor de Kendall Square en Cambridge, han hecho pensar a muchos que es posible concebir políticas para promover estos espacios donde convergen los centros de investigación, el capital de riesgo y los emprendedores o innovadores. La idea apunta en la dirección correcta, pero el asunto va mucho más allá de un decreto o una política.
La piedra fundacional de un cambio en la cultura de emprendimiento y en el potencial innovador de una sociedad está en la educación. Alrededor de Silicon Valley, por ejemplo, están tres de las más importantes universidades del mundo en asuntos tecnológicos (Cal Tech la primera, Stanford la cuarta, y Berkeley la octava), según todos los “rankings” internacionales. Lo mismo sucede en todos los enclaves similares de emprendimiento en Estados Unidos, Asia o Europa.
La universidad latinoamericana está muy lejos de las mencionadas referencias.
La mejor ubicada en toda la región a nivel mundial es la Universidad de Sao Paolo, que se ubica en la posición 150 de los rankings. El inmenso talento y capital humano de nuestros países no encuentra una plataforma educativa adecuada. Esa debería ser la piedra angular del debate en toda la región. El principio rector de todas las iniciativas políticas para alcanzar el desarrollo.
Parafraseando las palabras de Obama, es hora de ingresar al futuro, y el signo de este depende de la inversión y transformaciones en materia educativa que ofrezcamos a nuestras sociedades.

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