MIGUEL ANGEL SANTOS
Mucha gente por estos días se
pregunta en qué anda Maduro, qué tiene en la cabeza. ¿Cómo es posible
que haya decidido profundizar en una receta económica que sólo ha traído
inflación, desabastecimiento y recesión, cuando esas fuerzas se vuelven
hacia él como un boomerang, y amenazan su supervivencia política? Entre
las hipótesis que más se han repetido prevalece la idea de que, o bien
lo hace a propósito, para destruir aún más la economía y afianzar su
control; o bien es presa de grupos de interés que se benefician del
status quo, y le son esenciales para su precaria supervivencia. No le
tengo mucha fe a la primera. Sí creo que hay algo de la segunda, pero no
sé si alcanza para explicar en toda su extensión el disparate. Me
gustaría proponer una idea diferente: Maduro ha escogido la muerte más
lenta.
A mediados del año pasado,
Rafael Ramírez se paseaba por Londres ofreciendo un paquete de ajustes
de esos que ellos suelen llamar neoliberales, aunque no tengan nada que
ver con el neoliberalismo. Los banqueros de inversión se hacían eco del road show
y aconsejaban a los inversionistas llenarse los bolsillos de deuda
venezolana. Y he aquí que, en algún momento, Maduro se deshizo de
Ramírez y le dio la espalda al paquete. Quizás sospechaba que liberar el
cambio, algunos precios, y aumentar la gasolina, lo iba a convertir en
un blanco fácil dentro de la propia revolución. Es decir, una vez que él
hubiese asumido el costo político, la tentación de obligarlo a dar un
paso al costado bajo el argumento de que “ha destruido el legado de
Chávez” y proponer un heredero más legítimo, se hacía ya demasiado
grande. Esto que ustedes quieren hacer, no lo voy a hacer yo. Ustedes
creen que yo soy frágil porque tengo 20% de popularidad, pero la verdad
es que detrás de mí vienes tú, que tienes 6%, y tú, que no llegas a 1%. A
fin de cuentas, aquí el único que cuenta con algún trazo de
institucionalidad soy yo.
Maduro
se inclinó por reorganizar la distribución del poder, y hacerle frente
al barranco económico en toda su extensión, en un esfuerzo por ganar
tiempo. Cada mes que pasa le hace falta un nuevo malabarismo. Primero
fue el descuento de la deuda Dominicana, luego la emisión de deuda de
Citgo, ahora el swap del oro. Y así. De aquí en adelante habrá que
ponerse más creativo. Pero sigue vivo.
Las
cifras apuntan hacia una disminución en las importaciones del primer
trimestre que podrían estar alrededor de 18% y 32%. Aún así, el déficit
de divisas proyectado para el año se mantendría alrededor de 12.000
millones de dólares. Se aproxima septiembre y octubre, con sus colosales
pagos de deuda. En esa carrera hacia el abismo, ganar uno, dos o tres
meses podría ser fundamental. Y hay maneras de darle la vuelta a los
ominosos escenarios que muchos analistas - ya metidos en el agua hasta
el cuello - insisten en señalar en caso de una cesación de pagos.
¿El
embargo de los envíos de petróleo venezolano? Depende. Si el default se
hace sobre los bonos soberanos, la mayoría de los abogados avezados en
estas cosas opinan que sería muy difícil interrumpir el flujo comercial
de Pdvsa. El problema está en que la mayoría de los vencimientos que se
aproximan son precisamente de Pdvsa. ¿Y entonces? Podrían crear una
nueva compañía, y traspasarle los activos de Pdvsa. Una vez consumada la
operación, el default lo produciría una entidad inerte, ahogada entre
sus deudas y sin mayores activos que embargar. Es sólo una posibilidad.
Es eso, o recortar las importaciones en una magnitud próxima a 40% o
50%, hasta niveles similares a los del año 2004. El default no tiene
sentido a largo plazo, ni siquiera a mediano, pero Maduro cuenta en
términos de días, semanas, no sé si llegue a pensar en términos de
meses. Es un callejón sin salida, que terminará por destruir la
economía, pero prolongaría aún más su vidrioso mandato. Ha preferido
esta muerte.
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