ELIAS PINO ITURRIETA
En 1971, Ernesto Giménez Caballero escribe “El parangón entre
Bolívar y Franco”, fragmento de un libro que circula en Madrid con el
título de Bolívar regresa a España, en el cual se informa sobre
contactos de representaciones diplomáticas de América Latina con el
dictador. En sus páginas abundan las loas para Isabel la Católica,
“reina fundadora” de una comunidad de pueblos que de nuevo procuran la
unión. Como prólogo de la publicación se incluye “El Generalísimo
define”, texto que considera a don Simón como “uno de los grandes héroes
de la emancipación americana, síntesis genial de esta raza nuestra,
creadora de pueblos para la libertad”.
Como Franco suscribe las
letras, los lectores desprevenidos estarían de acuerdo en calificarlo de
bolivariano, esto es, como discípulo de las ideas del inspirador de su
entusiasmo. Pero tal vez solo esté arrimando la sardina de la
Independencia para la brasa de la Hispanidad, no en balde aprovecha la
ocasión para hablar de la existencia de una raza encarnada en un
conjunto de pueblos cuya vocación conduce a la realización de grandes
hazañas, entre ellas una escaramuza pasajera de padres e hijos que por
fin se juntan en la familia marmórea de siempre para ascender otra vez a
la cumbre de la historia. No pasa de allí el Generalísimo, pero Giménez
Caballero se ocupa de revelar la definición que quedó pendiente y que
convierte a su jefe en bolivariano.
Se sabe que Giménez Caballero
fue propagandista del fascismo en España, promotor de la Falange y
letrado cercano a Franco, trabajos en los que llegó al extremo de
asegurar cómo el Caudillo superó al insurgente en la tarea que se
propuso contra la monarquía. Franco se inspiró en Bolívar, de acuerdo
con el panegirista, porque fue “gran lector y meditador sobre esa
auroral y precursora figura hispanoamericana”. Pero cuando se refiere a
la fuente como “auroral” y “precursora” apenas habla de un comienzo de
historia, de la raíz de una planta que no ha crecido o que dará frutos
debido al trabajo de una figura o de un suceso del porvenir. ¿Quién es
esa figura? ¿Cuál es el suceso?
Leamos un fragmento de “El
parangón entre Bolívar y Franco”: “Había que substituir una monarquía
hereditaria –planteó ya Bolívar– que era la estabilidad, la continuidad y
el orden de tres siglos, por un sistema republicano que era lo
contrario, lo que él llamó ‘El hemisferio de la anarquía’. Y para ello
solo cabía un presidente vitalicio (continuador del rey) con derecho de
elegir su sucesor (continuidad del príncipe) y con un Senado hereditario
(transformación de la antigua aristocracia). Y ese fue el gran triunfo
político de Franco al encarnar tal pensamiento: presidente o jefe de
Estado vitalicio, con un Senado o Cortes orgánicas. Y –son palabras
textuales de Bolívar– ‘un ideal príncipe hereditario que asegure la
continuidad, pero con mérito propio. ¿Qué fueron los príncipes
hereditarios elegidos por el mérito y no por la suerte, sino los
monarcas más esclarecidos? Harían la dicha de sus pueblos”.
La
maniobra de Giménez Caballero parte del fracaso de la Constitución de
Bolivia, cuya monarquía sin corona no se convirtió en realidad por el
rechazo que produjo en los sectores liberales de Lima, Quito, Bogotá y
Caracas. Ni Bolívar ni los bolivarianos pudieron superar el escollo,
para que el proyecto de una república autoritaria condujera a la
decadencia política del proponente y a la desaparición de Colombia. El
designio de Bolívar fue “como arar en el mar”, concluye el escribidor,
mientras el futuro “hace la interpretación decisiva: la del auténtico
pensamiento bolivariano realizado en la historia: ni siquiera por el
propio Bolívar, sino por Francisco Franco”.
De lo cual se deduce
que Giménez Caballero fue un franquista redondo y sin fisuras, hasta el
punto de disfrazar a su líder de bolivariano partiendo de una analogía
cuyo anacronismo solo tiene cabida en los espacios de la propaganda
política más burda. Sin negar que el cesarismo español del siglo XX
pudiera encontrar mejores argumentos en la tela del uniforme de Bolívar,
hispanidad aparte. Pero también sin dudar que, si alguien ya se atrevió
a asegurar que Franco perfeccionó la obra inacabada del Libertador,
cualquiera puede decir lo mismo sobre Chávez y Maduro.
epinoiturrieta@el-nacional.com
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