domingo, 19 de abril de 2015

RESPETAR LA SOBERANÍA

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   ELSA CARDOZO

Soberanía, idea peligrosa tal y como se nos muestra en estos días a los venezolanos. En nombre suyo se descalifica, ofende y, si es posible, se criminaliza a quien dentro o fuera de Venezuela ose comentar siquiera el descalabro provocado por un ejercicio del poder cada vez más concentrado en preservarse y menos interesado en el país y su gente.
Para constatar lo anacrónica y destructiva que es esta manera de entender la soberanía no hace falta volver la mirada a los clásicos; basta asomarse al vecindario. Por ejemplo, Enrique Peña Nieto, Dilma Rousseff y Michelle Bachelet encaran situaciones complicadas que han mermado seriamente sus apoyos, reducido su margen de maniobra y aumentado las tensiones políticas frenando, según el caso, sus planes de inicio o reinicio de mandato. Ninguno de los tres alienta la polarización entre los suyos y los otros, ni cultiva la tesis del cerco externo. Cada uno procura cuidar las alianzas, dar señales de que escucha los reclamos (no sobra decir que indispensablemente los de sus opositores) y dejar fluir la institucionalidad. Seguramente no terminarán sus mandatos como habían planeado, y para eso habrá opciones ciertas de alternancia.
¿Y qué tiene que ver eso con el respeto a la soberanía? Mucho, todo, aunque por aquí se nos diga que hacer respetar la soberanía venezolana equivale a que el gobierno se encargue de defender la patria de los enemigos externos y sus aliados internos (como se lee en la motivación de la más reciente Ley Habilitante). Argumento perverso que fue llevado a la práctica extrema por la ola regional más reciente de regímenes autoritarios y por la revolución cubana, cada cual con sus particulares planes de refundación y sus doctrinas de seguridad nacional. El caso es que lo esencial de la soberanía se cultiva y se pierde dentro de los países.
Los presidentes lo son, en democracia, porque reciben un mandato a través de elecciones en el marco de un pacto constitucional y unas leyes. El ejercicio democrático interior y exterior de tal mandato, en beneficio de la soberanía, está sujeto a controles dentro y fuera del país, largamente negociados hasta ser acordados; no es una carta blanca frente a los ciudadanos que con su voto eligen al gobierno, ni lo es tampoco frente a otras sociedades.
Es en este sentido que nuestra soberanía está siendo irrespetada, no por el más de un centenar de declaraciones de preocupación por la democracia, los derechos humanos, el Estado de Derecho y el declive socioeconómico y de la seguridad ciudadana en Venezuela. Es irrespetada cuando desde el gobierno no hay respuestas sustantivas ni mucho menos rectificación, sino desconocimiento de compromisos, sordera, desdén y descalificación, según de qué y de quiénes se trate.
Es momento de no dejarse distraer, de seguir llamando la atención sobre lo esencial en lo que literalmente se nos va la vida a los venezolanos. Por eso es más que necesario agradecer los francos diagnósticos, las expresiones de preocupación y las propuestas de tantas organizaciones no gubernamentales e instancias internacionales, parlamentos, autoridades nacionales de diverso nivel de otros países, personalidades de variados ámbitos y, sin duda, a los expresidentes tan consecuentes en su práctica democrática, como, entre otros, Oscar Arias, Felipe González, Ricardo Lagos y Fernando Henrique Cardoso. Lo que están haciendo todos, ni más ni menos, es un llamado al respeto de nuestra soberanía.

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