EDITORIAL-EL PAIS, ESPAÑA
El presidente de Venezuela pone en riesgo la relación con España para ocultar su incompetencia
Nicolás Maduro está arrastrando a su país a una situación muy
peligrosa, también en el ámbito de las relaciones internacionales. Sus
decisiones ya las sufren los ciudadanos, que afrontan como pueden una
situación de precariedad e inseguridad indigna de un país como
Venezuela. Ahora, el absurdo y arbitrario enfrentamiento con España, los
insultos reiterados contra su Gobierno actual y sus gobernantes
anteriores, no son —por más que se empeñe Maduro en discursos plagados
de bravatas— sino un patético esfuerzo por encontrar un chivo expiatorio
para tratar de justificar una desastrosa gestión en los asuntos
políticos, económicos y sociales. El perfecto ejemplo de cómo arruinar y
aislar a un país más que rico en recursos naturales y capital humano,
además de históricamente abierto al mundo.
El que el Gobierno español tome la muy excepcional decisión de llamar
a consultas a su embajador en Caracas es una advertencia que no debe
caer en saco roto. En el lenguaje diplomático, es el paso previo a la
ruptura de relaciones, algo que parece que Maduro trata de provocar,
pero que sería una pésima noticia, por mucho que la maquinaria
propagandística chavista —que necesita un enemigo exterior— lo
presentara como símbolo de orgullo patrio.
Maduro no solo ha perdido el tren de la historia, sino que lo hace a
expensas de su pueblo. Mientras en todo el continente soplan vientos de
cambio y de diálogo, el Gobierno de Caracas se empecina en una retórica
vacua y en despreciar e insultar precisamente a quienes le tienden la
mano para ayudar a Venezuela a salir del gravísimo problema
institucional en que se encuentra. En este contexto se enmarca la
declaración de persona non grata del expresidente del Gobierno
Felipe González, que se ofreció para defender a dos de los principales
presos políticos que Maduro mantiene en prisión militar bajo
fantasmagóricas acusaciones conspiratorias. González es una voz muy
valorada en Latinoamérica y siempre ha hablado en favor de Venezuela.
Los insultos vertidos contra él, como contra el expresidente José María
Aznar, son inaceptables.
El mandatario caribeño puede optar entre seguir encerrado en su torre
de marfil o afrontar la realidad y, por el bien de Venezuela, liberar a
los presos políticos y dialogar con la oposición. Si quiere quedarse
solo, es su opción personal. Pero Venezuela y los venezolanos no merecen
que se les cierren todos los caminos.
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