FAUSTO MASÓ
Cito de memoria el primer libro venezolano que leí, el
relato del viaje a Caracas de un merideño hace poco menos de un siglo. A pesar de
lo incómodo del trayecto, del atraso que encontraba a su paso, se decía a si
mismo que marchaba hacia la luz. Marchábamos, marchaban, hacia la civilización,
los libros, la curación de las endemias. Aquel viajero se hospedaba en
estrafalarios albergues, no conocía la infame palabra “modernización”. Viaje al
Amanecer fue mi introducción a una Venezuela que confiaba en el futuro. Hoy a
Mérida se llega en horas pero esos libros lujosos que editan las empresas sobre
los Andes siempre han mentido, el papel glasé nunca será tan fidedigno como la
pluma de aquel viajero
Viajamos ahora más rápido, no llegamos a ninguna parte.
Picón Salas divisaba en la bruma a Caracas, igual que Pocaterra en Las memorias
de un venezolano de la decadencia. Aquel país atrasado poseía una visión, el de
hoy no espera nada del futuro, la aspiración de muchos se reduce a tener otro
inquilino en Miraflores, o emigrar a
Panamá, Miami, Madrid...
Hace muchísimo tiempo en uno de esos cócteles donde
servían caviar y buen whisky, alguna vez se vivió muy bien en Caracas, desde la
terraza de un apartamento el anfitrión nos
advertía que los pobres bajarían de los cerros. Mirábamos las luces en
los cerros. Algún día los miserables nos aplastarán a pisotones, afirmaba
filosóficamente nuestro amigo. Imaginé a miles con una tea en la mano, armados
de cuchillos y piedras, superando por su número a la policía. Nosotros
comíamos, ellos nos observaban. Pura fantasía, por esos años a los ranchos los
invadían los televisores, los VHS. Cada mañana bajaban a la ciudad millares de
secretarias, albañiles, choferes de por puestos, buhoneros; a la noche
emprendían el camino de vuelta. Eran circunspectos, votaban por AD y Copei,
confiaban en vivir mejor, como efectivamente ocurría. Había una gran marcha
hacia el este de Caracas, en esa “Belle Epoque”, las secretarias conocían a
Disneyworld, funcionaba el Seguro Social, la propiedad horizontal crecía, solo
que por todos los medios se denigraba de la democracia y a los partidos. Así
nos fue.
A mí me gustó una sociedad que renacía cada fin de semana.
Todos como yo eran, éramos, recién llegados en Caracas, al país del desarraigo.
Me parecía admirable volvermer ese venezolano que describía Cabrujas y que
lamentaba Vallenilla, el perenne visitante. Los bárbaros de Vallenilla llegaban
a caballo, los de Cabrujas en motorhomes. Cabrujas murió escribiendo guiones,
al pie de la piscina de un hotel de Margarita.
Por ahí anda un manifiesto en que los artistas y
escritores venezolanos, como hubieran
hecho igual los colombianos, argentinos, chilenos, se les caía la baba
saludando a Fidel Castro de visita, aplaudiendo este futuro. Las películas venezolanas cuando
representaba a un podrido burgués le daban modales amanerados Por suerte
sobrevivieron todos los dirigentes de izquierda, sin ellos no tendríamos
líderes de derecha.
Ese mañana soñado
llegó, es este desastre, porque en
Venezuela todos eran de izquierda, hasta los representantes de la derecha. Ser
de izquierda era propio de las personas decentes, los universitarios, los
curas. Hoy carecemos de futuro. No se divisa nada en la bruma. No marchamos hacia
ninguna parte. En cambio, en un país atrasado, analfabeto y palúdico, gobernado por dictadores primitivos, Picón
Salas y Pocaterra viajaban hacia el amanecer.
Algo se perdió, porque el ayer, cualquier ayer es superior a este hoy,
donde falta un Picón Salas emprendiendo su viaje hacia el amanecer, apenas ahora nos basta con soñar con que haya un nuevo
inquilino en Miraflores. Hoy se viaja hacia el atardecer.
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