EWALD SCHARFENBERG
EL PAÍS
Después de 83 años de vida, Teodoro Petkoff sigue en sus trece. Celebra de buena gana el Premio Ortega y Gasset a la Trayectoria Periodística que le ha sido concedido EL PAÍS, del que se enteró este jueves por la tarde en Caracas. Pero está seguro de que no podrá asistir a la ceremonia de entrega del galardón, el próximo 6 de mayo en la capital española -con todo y el nexo que siente con España, donde un tío suyo, Luben Petkoff, cayó luchando en las filas de las Brigadas Internacionales durante la Guerra Civil de 1936-39-. “Es que no le voy a pedir permiso a Diosdado Cabello para viajar”, jura sin aspavientos, mientras hace referencia al poderoso presidente de la Asamblea Nacional, ex teniente del Ejército y número dos del chavismo en el poder.
Cabello, némesis de la prensa libre en Venezuela, demandó por un
pretexto nimio a Petkoff, director, y a todos los miembros de la Junta
Directiva del diario Tal Cual, por presuntos delitos contra su
honor. Y aunque el juicio prosigue lentamente -desde noviembre pasado el
juzgado no hace ninguna diligencia, promovida su titular a un cargo del
Tribunal Supremo de Justicia (TSJ)-, la magistrada que lleva el caso
dictó contra Petkoff y sus socios del periódico un régimen de
presentación semanal, con prohibición de salida del país.
A través de sus abogados, Petkoff podría solicitar a la corte un permiso especial para viajar a Madrid. Pero lo dicho: “No lo voy a hacer. Sería como legitimar la conculcación de mi derecho al libre tránsito que se me ha impuesto”.
Así que no se le verá por Madrid. Sería el segundo ganador del Ortega y Gasset
que no puede acudir a la entrega, después de la cubana Yoani Sánchez en
2008. Petkoff no sabe todavía a quién le va a pedir que recoja el
premio. Lo único que tiene seguro es que él no irá. Menos ahora, que
Cabello amenaza con presentar otra demanda por difamación no solo contra Tal Cual, sino contra el diario El Nacional de Caracas y el agregador de noticias lapatilla.com.
Pero el ex ministro de Economía (1996-98, con el presidente Rafael
Caldera) y ex comandante guerrillero (a comienzos de los años 60, como
líder de la Juventud Comunista) se aferra a “un mexicanismo“, dice, que lo acompañó en todas las mutaciones que experimentó: “No me voy a achicopalar”.
No en balde es el mismo hombre que no se dejó arredrar cuando el
secretario general del Partido Comunista soviético, Leonid Brezhnev,
desde Moscú lo excomulgó del marxismo mundial, o el militante de 31 años
de edad que anudó una ristra de sabanas para descolgarse del séptimo
piso del Hospital Militar de Caracas en 1963 y así escapar de sus
custodios.
Hombre de acción y pensamiento, políglota, economista, le encuentra
cierta gracia a que, a estas alturas de su tránsito vital, se le otorgue
un reconocimiento por su ejercicio periodístico, al que solo le entró
hace 20 años cuando el editor Miguel Ángel Capriles C. le ofreció la
dirección del vespertino El Mundo. “No vacilé ni un instante“,
confiesa hoy Petkoff, atrincherado en los 70 metros de superficie de su
modesto apartamento en Colinas de Bello Monte, una zona de clase media
en el sureste de Caracas. Duró casi dos años en el puesto. Con su garra
característica, trasladada a través de sus titulares y editoriales, le
dio respiración artificial al vespertino, que hasta entonces parecía
morir de mengua; pero a la vez empezó a irritar al chavismo, recién
llegado al poder. Hugo Chávez y su principal operador político, José
Vicente Rangel, pidieron su cabeza.
Por eso, Petkoff se confiesa consciente de que “este premio no es para mí, sino para los 15 años de Tal Cual y para los muchachos que me ayudaron a hacerlo”.
Tal Cual fue la criatura que inventó tras su salida forzosa de El
Mundo. Un diario que nacía con todos los astros en contra: precario
apoyo financiero, una plantilla corta y joven, circulación vespertina y,
vaya blasfemia, la intención de abrir todos los días la tapa del diario
con un texto editorial, no informativo, del propio Petkoff. La fórmula
funcionó: si bien siempre mantuvo un techo bajo en las cifras de tiraje,
se convirtió en un medio muy influyente. A la vez, empezó a servir de
vivero de nuevos talentos periodísticos que despuntaban en el rotativo y
luego iban a dar a las redacciones de los diarios más grandes y
encorsetados del mercado venezolano.
“Ese es un motivo de gran satisfacción”, confiesa, “pues se consolidó durante 15 años un proyecto periodístico serio, que nadie se atrevería a decir que fuera un pasquín”.
El cerco que poco a poco le fue tendiendo el oficialismo -para el que
Petkoff representa una suerte de Bestia negra- a veces dio lugar a
episodios desternillantes de burla a la censura. En 2007, por ejemplo,
el organismo oficial de protección a la infancia multó con un
equivalente de 20.000 dólares al diario, que poco antes había publicado
una columna del humorista Laureano Márquez en el que este se dirigía a
Rosinés, la hija menor del presidente Chávez. En ese trance, el carisma
de la cabecera periodística y de su director suplieron lo que escaseaba
por vía financiera: recaudaron el monto de la multa mediante una colecta
pública, un logro sin precedentes en la industria editorial venezolana y
que desde entonces tampoco se ha repetido.
Al final los personeros del chavismo consiguieron doblegar a Tal Cual
y a Petkoff, pero solo a medias. El diario dejó de circular en marzo
pasado: ahora pasa un proceso de reingeniería para, haciendo oportunidad
de la crisis, transformarse en un semanario en línea, con nueva
identidad gráfica y nuevos contenidos.
Teodoro -como es conocido por los venezolanos, sus bigotes y lentes
convertidos en icono de la cultura popular-, por su parte, algo
restringido por los achaques de la salud y, sin duda, por las
interdicciones de la justicia, persevera. Asegura El Catire -rubio en
castellano criollo de Venezuela-, hijo de una pareja de inmigrantes del
Este de Europa -ingeniero búlgaro, el padre; médico polaca, la madre-,
que estará presente en la venidera campaña para las elecciones
parlamentarias, unos comicios en los que la autodenominada revolución
bolivariana se juega su continuidad.
“No voy a ser candidato a nada, pero ayudaré en la medida de mis posibilidades a los amigos que se lancen”,
dice, y luego suelta una frase que sonará como una amenaza para sus
adversarios, y como una ráfaga de esperanza para quienes le veneran: “Yo no puedo dejar de ser lo que soy”.
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