TRINO MARQUEZ
Durante los últimos días, Nicolás
Maduro ha emitido dos declaraciones sorprendentes e insólitas. Ha dicho que va
a demoler la economía, debemos imaginarnos que se refiere a la economía privada,
y que les dará un “revolcón” a los empresarios que desataron la “guerra
económica”. En medio de estas amenazas advirtió que a los hombres de negocio
les quedan dos opciones: o se adaptan al cepo que les puso el gobierno o se van
del país. Lorenzo Mendoza le respondió con un emotivo mensaje.
El
señor Maduro no demuestra ningún propósito de enmienda. La economía no hay que
demolerla. Ya ese trabajo sistemático de destrucción viene llevándose a cabo
desde hace dieciséis años. El régimen rojo ha disparado proyectiles de todos
los calibres contra el aparato productivo nacional y la iniciativa particular.
Las expropiaciones y confiscaciones para transferirle al Estado empresas
productivas en manos privadas comenzaron hace más de una década. Luego apareció
la tesis del socialismo del siglo XXI que le dio un barniz teórico a las
exacciones. Al lado de la sovietización de la economía, y para complacer al ala
maoísta del oficialismo, surgió la idea del Estado Comunal y la economía
popular, con las empresas de producción social, los núcleos de desarrollo
endógeno y todos los demás aditamentos que adornan la “economía y la propiedad
social”. Con todo este coctel molotov, se minaron las bases económicas de la
nación.
La tragedia
desatada por Hugo Chávez pudo ser encubierta por los altos precios petroleros
que se alcanzaron a partir de mediados de la década pasada. El gobierno pudo
inundar de productos los estantes de los mercados populares y los supermercados
por la enorme capacidad importadora de los petrodólares. Fue una época de
abundancia y derroche. Cualquier baratija que la gente buscase podía
conseguirse. El sector importador vivió una época gloriosa. El régimen avanzaba
en la aniquilación del sector privado sin que el país lo notara porque el
déficit de producción interna era cubierto con importaciones masivas. Sobraron
las voces que alertaron acerca de los peligros que se corrían. Dinamitar el
aparato productivo nacional mediante controles desmedidos, con el único fin de
someter a los empresarios particulares y obligarlos a sujetarse a las normas
del gobierno, traería consecuencias fatales para la nación. Chávez no oyó las
advertencias. La borrachera petrolera le impedía ver lo que se venía, o
simplemente no le importaba.
Su heredero ha
continuado por ese camino con los resultados que estamos padeciendo. Chávez
navegó en un mar de petrodólares. A Maduro solo le ha quedado un charco en el
que chapotea. Los precios del crudo se desplomaron y la capacidad de elevar los
ingresos mediante el incremento de la producción no existe. Pdvsa está destruida y arruinada.
Las compañías petroleras piensan mil veces antes de asociarse con la estatal
venezolana. Esta es mala paga y está muy mal gerenciada. Quienes la dirigen le
rinden cuentas al Psuv, no al país.
Los
empresarios no reciben dólares. Las divisas del Cencoex están destinadas casi
exclusivamente para organismos oficiales y para los militares. Desde hace meses
el Sicad no convoca a ninguna subasta. Los dólares del Simadi cuesta un
esfuerzo gigantesco conseguirlos; los particulares no quieren utilizar este
mecanismo para vender divisas porque es muy engorroso y, además, representa una pérdida frente al
paralelo. En fin, los dólares oficiales no se consiguen por ningún lado. Los
empresarios no quieren acudir al mercado secundario porque la Ley de precios
justos les impide recuperar la inversión. Los sindicatos oficialistas completan
el cerco.
Maduro en dos
años ha devastado lo poco que había dejado su antecesor y padre político. Los
empresarios están trabajando con los inventarios. Los costos de reposición no
pueden financiarse. Numerosas empresas trabajan por debajo de su capacidad
instalada porque no consiguen materia prima, ni insumos, ni repuestos.
Artículos tan simples como el papel, los envases de aluminio o de plástico para
envolver, escasean.
Las empresas
estatizadas son las que peor funcionan. No hay cemento, cabillas, leche y café,
todos productos fabricados por empresas rojas. Sin embargo, Maduro va a
provocar un revolcón. En sus propios términos: va a radicalizar el proceso para
tornarlo más socialista. No le basta con el tsunami que provocó.
Quiere más ruina.
Mientras
tanto, la Polar sigue produciendo en grandes cantidades.
@trinomarquezc
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