DEL MITO LA HECHO
ALEJANDRO BENZECRY
POLITIKA UCAB
El primer castigo no fue suficiente. El
perdón lo indemnizó del fuego eterno y aun así se creyó más astuto que
el resto. Sísifo vivió una vida desarraigada y egoísta porque él era el
único que entendía de qué trataba el misterio. La moralidad era algo de
lo que había leído o escuchado y la honestidad era una futilidad. Por un
tiempo, su astucia lo libró hasta de los creadores y su último castigo
en el Tártaro se convirtió en un absurdo en el que Camus encuentra
respuesta a la existencia. Pero lo cierto es que los dioses condenaron
el engaño y la viveza, pero sobre todo el egoísmo, que nubló el buen
juicio de Sísifo para satisfacerse única y exclusivamente a sí mismo.
Hoy, ese egoísmo se transforma en una
conducta difícil de suprimir porque se lleva a la práctica en cada
escalón de la pirámide social. Se transmuta para hacerse real y palpable
en nuestra sociedad que ahora vive una condena incomprensible pero
similar a la del antiguo rey de Corinto, en la que pareciera no existir
un descanso o un final. Mucho tiempo llevamos subiendo la piedra a la
cima de la montaña para que luego caiga y retomemos la rutina.
Anacronismos que nunca dejaron de serlo pero que en repetidas ocasiones y
en distintos períodos nos han resultado perjudiciales. Pareciera que no
quisiéramos ver que el castigo que vivimos es la consecuencia de una
telaraña de acciones, en su mayoría manejables por los ciudadanos. Una
sociedad que, en ocasiones, se enfrasca y se excluye de la más mínima
reflexión.
Son las almas desahuciadas y los
espíritus quebrantados los que no encuentran forma de sumar en esta
crisis. Son esas las personas que viven a contracorriente porque su
lógica utópica y universal es la clave para descifrar el enigma en el
que nos encontramos. Nadie más los entiende porque todos están
equivocados. Ellos son los bondadosos, los únicos capaces de guiar, y
los líderes opositores son un séquito de cómplices que viven en una
burbuja exentos de cualquier calamidad nacional.
Incomprendidos por naturaleza, este
distinguido grupo fundamenta su postura revolucionaria y reivindicadora
con afirmaciones endebles que acusan de corrupto o cómplice a cualquier
personaje postrado en una tarima representando al bando opositor.
Nuestra dura e ingrata realidad tergiversa su sentido común y moldea
soluciones desérticas que solo en sus mentes viscerales se aprecian como
un oasis esperanzador.
Para ellos la cuestión es simple: por uno
pagan todos. Si alguno de la MUD o del Frente Amplio es acusado por
cualquier ciudadano andante de tirar piedras, o si alguno en el pasado
pecó, el resto paga por eso también. El resto es cómplice. Todos son
iguales. No existe distinción, individualidad, porque para ellos
trabajar en un mismo grupo los vuelve un colectivo con alma propia. Un
alma negra, vil y ofuscada que se conforma con unos pocos dólares para
no desmontar el supuesto teatro que denigra al Gobierno y que lo quiere
fuera. Obcecados tal vez por la frustración, tal vez por la
desesperación, o tal vez por la codicia, su accionar demuestra que el
virus que nos contagió por allá en los noventa siempre ha estado
latente, y que ahora, en el desasosiego de la adversidad, brota como la
flora en primavera. Es el virus de la antipolítica, nuestro incansable
hostigador, que se propaga hasta infectar a los que alguna vez pudieron
creerse optimistas y civilizados.
Es un hostigador inclemente, que se
adueña del ser y anestesia su racionalidad hasta volverlo esclavo de sus
caprichos y de sus sentimientos más bajos. Nubla el juicio hasta tal
punto que borra la delgada línea que separa el bien del mal, y este
último predomina porque el individuo se siente frágil ante una realidad
que lo supera y la única forma de sobrellevarla es cerrando los ojos y
lanzar patadas.
Para los infectados nada es suficiente.
Nada satisface esa necesidad de cambio que se traduce en un emotivo
desacuerdo con cualquier propuesta para hacerle frente a esta terrible
situación. Ir a elecciones es validar el carnaval del Gobierno; no ir es
cederles espacio para anclarse aún más en el país. Convocar
manifestaciones es un delito por haberlas “apagado” en el 2014 y el
2017, pero muchos aseguran con vehemencia que la salida es “la calle”,
así sean escudos y piedras contra tanques y metralletas. Acaso no quedó
demostrado que al Gobierno no le tiembla el pulso para fusilar,
aniquilar y asesinar a cualquiera que les haga frente. Que tampoco les
tiembla el pulso para hacer que líderes como Ramón Muchacho, Freddy
Guevara y David Smolansky huyan para no ser capturados y encerrados en
esas cámaras de torturas llamadas cárceles.
Las manifestaciones cumplieron una ardua
misión: movilizaron y sensibilizaron a la mayoría del país y a la
comunidad internacional. Sirvieron como un balde de agua fría para
despertarnos del sueño en el que vivíamos la mayoría, que nos quejábamos
en casa y soñábamos con un país distinto desde el sofá. Cambiaron la
apatía por acción; la anomia por ilusión. Solo una cosa faltó, la más
difícil y a la que tal vez se tenga que llegar por otro camino: derrocar
a un régimen teñido por la infamia, custodiado por unos militares que
de protectores del pueblo se transformaron en sus acérrimos asesinos.
Por esto, significó una gran desilusión
para mucha gente el ver jóvenes golpeados y maltratados, torturados y
asesinados. No solo jóvenes, sería una injusticia soslayar la cantidad
de mujeres a las que los gases lacrimógenos envolvían y asfixiaban a
diario, hombres y ancianos corriendo por sus vidas; una sociedad cuya
recompensa por semejante esfuerzo pareciera quedarse corta.
Alrededor de 160 muertes, presos
políticos y represión exagerada hasta niveles macabros, para muchos no
demostraron la indolencia militar y gubernamental. ¿Qué esperábamos?
¿Seguir lanzando muchachos a la hoguera con la esperanza de conseguir la
piedad de los leñadores? Creo que la evidencia está ahí. Incluso hoy en
día, casi un año después del inicio de las protestas, es que podemos
ver atisbos de insurrecciones militares y escuchar ligeros ruidos de
sables. Tuvieron que esperar a comer de la basura, esperar a que el
genocidio cundiera hasta sus familias para demostrar un poco de dignidad
y respeto a su vocación. Esperar clemencia de esas máquinas de
iniquidades es tan infantil como esperar a los gloriosos Marines.
La calle, los asesinatos, las denuncias y
pruebas de violación a los DDHH no garantizan la salida de una
dictadura. A veces, lamentablemente, son un camino a transitar, una
parada más en la sinuosa travesía para llegar a la democracia.
La antipolítica toma muchas formas.
Digresiones que dificultan la hazaña de salir victoriosos de esta
tragedia. En ocasiones, contamina y merma tanto las esperanzas que hasta
los más entusiastas se desnaturalizan. El escepticismo es tan agudo que
los cuatro años de cárcel de Leopoldo López se toman con la ligereza de
un suspiro. ¿No es ese arresto una prueba de lucha contra el Gobierno y
de disconformidad genuina con el mismo? Para algunos no. Ellos no se
comen esas mentiras. Las incongruencias en las concepciones de los
incrédulos convierten sus ideas en sátiras. Hasta se ha dicho que
Leopoldo vivía como un rey en la cárcel. ¡Que vivía como un rey en Ramo
Verde! Porque cómo alguien puede salir con semejante musculatura de una
cárcel si estaba sufriendo. Hasta este tipo de cosas se pueden decir y
validar en Venezuela.
En la lista de presuntos espías o agentes
de la revolución no puede faltar el más claro adalid de oposición:
Capriles Radonski. Destacar la carrera de Capriles como político
opositor sería tedioso. Basta con decir que desde sus 25 años, desde
distintos cargos, se ha ido convirtiendo, hasta conseguirlo, en el
emblema antichavista. Pero eso no pesa, no convence. Nada puede colmar
el ansia por salir de este régimen porque la ansiedad requiere de
respuestas inmediatas. Si no de respuestas inmediatas, al menos urge de
indicios contundentes. Y como algunos indicios no complacen a las mentes
más exigentes, éstas tapan el vacío del desencanto con argumentos
surrealistas para así culpar a la incompetencia política por este caos y
no aceptar la dificultad situacional. O la mezcla de ambas.
Cualquier ápice del discurso, cualquier
vocablo mal enunciado, cualquier silencio sirven como herramientas para
perseguir y condenar a los políticos opositores como si fueran ellos el
blanco. La persecución a Henrique Capriles por pertenecer, junto a Henry
Ramos, al Frente Amplio alcanzó niveles absurdos, porque meses atrás
alegó no seguir en la MUD hasta que Ramos se deslindara. Una tormenta de
insultos llovió sobre el exgobernador de Miranda basada en la
incoherencia entre su decir y hacer. Pero las cosas no son siempre como
las apreciamos a primera vista. ¿El hecho de trabajar y estar juntos
Capriles y Ramos en el Frente Amplio no es un síntoma de unidad? ¿O
refleja la tibieza de Capriles en el accionar y su liviandad al
declarar? ¿O tal vez es un plan maligno? Esas son opciones a considerar.
Cada quien creerá lo que más le convenga o lo que más lógico le
parezca. Decantarse por lo más lógico podría ser lo más sensato, en vez
de denunciar planes maquiavélicos.
Y es que los delirios de conspiración, de
persecución, de complicidad entre MUD y Gobierno no son producto de la
generación espontánea. Son auspiciados y cultivados por distintas
fuerzas opositoras, cuya premisa parte del menosprecio, del insulto en
público hacia la MUD. Y sus conclusiones se nos presentan huecas, vacías
de contenido y carentes de propuestas viables. Vociferan reproches, mas
no correcciones. Denigran, pero no proponen. Alocuciones y decretos que
al fin y al cabo alimentan el odio y la disconformidad para oxidar la
cadena que nos une como oposición. Y eso es lo más fácil en estos
momentos: delegar culpas en terceros, pretender una salida ideal de una
dictadura porque tambalea al ritmo de la salsa, creer que enunciar los
problemas del país y la mala praxis de otros automáticamente engendra un
camino a la libertad.
El asedio ya no es constructivo, ha
tomado un matiz incoherente. Tanto así que el objetivo a derrocar
pareciera ser la MUD y no la dictadura. Fiel reflejo de este acoso tan
absurdo es el pronunciamiento que Soy Venezuela emitió sobre la Carta de
la MUD a Nicolás Maduro. En este artículo hilvanado por María Corina
Machado, Diego Arria y Antonio Ledezma, está plasmada una crítica tan
meticulosa, tan minuciosa, que difama adrede y roza en el insulto a los
integrantes de la MUD. Solo un extracto es suficiente para darnos cuenta
de algo tan simbólico:
(…) Aparte de estos señalamientos, uno de
los aspectos más deplorables de la carta es el siguiente: “El
venezolano sufre hoy inmerecidas carencias materiales, una profunda
crisis humanitaria ha minado el espíritu alegre de nuestro pueblo y
debemos encontrar una solución que le devuelva la esperanza”. En qué
lugar viven estos dirigentes de la MUD, cuando son capaces de describir
la peor crisis humanitaria del continente, y sin precedente en nuestro
país, como de “inmerecidas carencias materiales que han minado el
espíritu alegre de nuestro pueblo”. La realidad que ellos se niegan a
describir es mucho más trágica. (Soy Venezuela, Marzo 2018). Una crítica
que fácilmente los catapulta como grandes editores o jefes de
redacción, porque es difícil concebir que con toda la anarquía en la que
estamos sumergidos, que con todo el caos que nos agobia, estos
representantes de oposición se tomen el tiempo de analizar una carta
para perfeccionar los calificativos que describan una situación que nos
deja sin palabras a todos. Como si la carta de la MUD tuviera la meta de
informar y describirle al mundo lo que vivimos los venezolanos. O de
informar a los culpables de esta situación que su gestión ha sido
involutiva.
El
diagnóstico nos indica que la antipolítica no se limita a contagiar y
propagarse entre comunes exclusivamente. Puede alcanzar a las esferas
más altas de la política, gente preparada y experimentada que conoce
perfectamente lo que estamos tratando.
Interesados deberíamos estar por que en
la oposición existan distintas corrientes de pensamiento y distintas
creencias sobre cómo llegar a una determinada meta en común. En este
caso: la salida de una dictadura. De hecho, estamos en ese escenario.
Pero ciertas fuerzas no están en sintonía con el grueso del liderazgo. O
no quieren aceptar que el grueso del liderazgo desde hace tiempo yace
sobre los hombros de Capriles y Leopoldo; sobre la Iglesia y el sector
empresarial; sobre los académicos, intelectuales y estudiantes. A menor
escala sobre María Corina Machado y Diego Arria, Claudio Fermín y Henri
Falcón. Esto no omite su importancia en el ámbito político, pues cada
uno de ellos aglutina aún más descontento con la revolución por ser
dirigentes con trayectorias, algunas intachables, y otras quizás no
tanto. Al final suman considerablemente para volverle la cosa
insostenible el régimen.
A excepción del de Falcón, cuyo trabajo
como gobernador se limita a ser respetable, el pasado de estos políticos
nos prueba que son personas más que dignas de la confianza de
cualquiera de los venezolanos. No obstante, el presente nos resulta
antagónico. Pues son los Diego Arria y las María Corina aquellos que hoy
en día buscan definirse como “la oposición verdadera” o el “sector
descontento”. Aprovechan el descontento general con la oposición para
seguir echándole leña al fuego, hasta que llega la hora de proponer. En
ese momento se escudan en reproches a terceros y dominan la atención
mediante una verborrea que desemboca en planteamientos como “calle,
calle y más calle”. Ahora, en las vicisitudes de nuestros días,
enfatizan en lo que no hay que hacer, como votar por ejemplo, y el plan
de acción se posterga hasta volverse algo irrelevante.
Adherir es primordial porque la unidad es
vital. Esto no quiere decir que los venezolanos debamos deleitarnos con
cualquier ser racional que pretenda salir de esta situación. No quiere
decir que debamos creer en profecías, en hombres del Señor, en pastores
con arengas que invocan misticismos y bondades para camuflar sus malas
mañas y sus delitos. Eso no suma, eso divide. Eso turba el camino.
El mencionado grueso del liderazgo no
enmarca exclusivamente al sector político. Dentro de este cuadro de
unión cohabitan empresarios como Jorge Roig, académicos como José
Virtuoso, intelectuales como Elías Pino Iturrieta. El catálogo de
personalidades respetadas por sus trayectorias que se enfilaron en el
Frente Amplio podría no terminar. Y aun así, con pasados casi ejemplares
y presentes gratificantes, hay gente que osa en denigrar e insultar no
solo a uno, sino a todos los que se dieron cuenta de que este deporte se
juega en equipo. Sin embargo, muchos de este liderazgo han pisado la
trampa, y los que no comulguen con su ideología son “colaboradores”.
Una situación tan atípica distorsiona los
sentidos de cualquiera. El presente nos resulta incomprensible porque
el timón de este naufragio pareciera encaminarnos a la deriva. Los
capitanes de la flota no tienen energías para ejercer sus liderazgos
sobre una tripulación que deambula en busca de su norte, porque la
ansiada brújula parece descansar sobre aquellas manos sucias de sangre.
Las manos que esculpieron miseria en cada rincón para hacerla patrimonio
inherente al venezolano. Abandonar el barco y entregarse a la corriente
luce más atractivo que seguir en el manicomio a bordo.
Y en el medio del caos y la anarquía, los
rebeldes no articulan fuerzas. Ellas son incompatibles y por naturaleza
se repelen, a pesar de perseguir lo mismo (tal vez sea por eso).
Mientras los políticos se debaten su pedazo de torta, anécdotas y
realidades nos muestran rutinas medievales. De gente en el campo,
fatigada, en una insaciable búsqueda de agua para rociar sus necesidades
y sus quehaceres diarios. De melancólicos tempraneros, pues solo en el
día tantean una vida normal que solo es posible en la memoria, porque en
la oscuridad solo hay espacio para regocijarse en la desgracia y
sucumbir ante la miseria. Solo cabe dormir y no soñar, porque dormir no
es más que un receso de la agonía diaria; y soñar, un escape a lo
deseado. Anécdotas y realidades de gente que en las noches no goza sino
sufre veladas en familia, porque las velas son impuestas por la
indolencia y la incapacidad de otros. Anécdotas y realidades que nos
recuerdan al medioevo, pero que son el día a día del venezolano en el
interior del país.
La
agonía de muchos no es suficiente para dejar de lado los intereses
particulares de pocos porque “así es la política”, afirman los eruditos.
Esa política la practican aquellos que se tildan de realistas sin
entenderse como cínicos, y los honestos sufren las crueles
generalizaciones. Mientras, el individuo común desespera, insatisfecho,
porque su margen de maniobra cada vez se acorta un poco más hasta
dejarlo estupefacto y abandonarse al colapso para aceptarlo como su
destino.
El arte de lo imposible no seduce ni
convence a los habitantes de esta selva. La civilización ha quedado
lejos en el horizonte y la ley del más fuerte regresa de las cavernas.
El mal ejercicio de la política la ha convertido ante los ojos de la
gente en algo incomprensible. En algo ambiguo, frívolo, incompatible con
la razón y los designios de un pueblo. La verdad pasa a un segundo
plano porque la secta política maneja los hilos a merced de sus antojos
tras bastidores y los ciudadanos solo pueden captar los residuos de sus
intenciones. Insólito es que los líderes aún no saben canalizar nada. El
estancamiento pareciera ser su estado ideal. ¿Qué más se necesita para
hilar esta ruina con una salida? ¿A los militares también? Es
incompetencia pura no saber aprovechar un Gobierno con la mayor
desaprobación en años para alcanzar la libertad. Pero es difícil aceptar
esto. Por ende, vaticinamos planes estratégicos de diversas índoles que
nos den la falsa sensación de control. Pero en realidad lo único que
han demostrado nuestros dirigentes es pánico a la hora de tomar las
decisiones que solo ellos pueden tomar. La desinformación genera mundos
paralelos porque el mundo real se ha vuelto inexpugnable para la mayoría
de un país que se ve a sí misma en una especie de limbo.
Clamar por sensatez y mesura en estos
tiempos podría ser una petición infundada. Aquí está pasando cualquier
cosa. Todo nos toma desprevenidos, ya sea por la maldad sin precedentes
del régimen o la flagelante ingenuidad de la oposición. Descarrilarse se
ha vuelto, con razón, una conducta dentro de lo normal. No obstante, la
serenidad viene con la experiencia y el conocimiento, no antes. Y esa
es la labor individual a perfeccionar. Y que no seamos dignos de este
infierno no nos libra de vivirlo, pues el mundo real no distingue de
merecimientos.
Puede ser esto lo más parecido al castigo
eterno, a la condena inmerecida para muchos. Pero por eso se hace una
analogía entre Corinto y Sísifo y Venezuela y su gente. Porque las
analogías se hacen en situaciones similares o parecidas, nunca iguales.
El autor es estudiante de Comunicación Social en la UCAB
No hay comentarios:
Publicar un comentario