ELIAS PINO ITURRIETA
EL NACIONAL
No ha sido posible librarnos del dictador. De acuerdo con lo que se
esperaba, y pese a los pronósticos de algunas encuestas que vaticinaban
un resultado apretado en medio de una participación que superaba la
mitad del padrón electoral (fantasías inexplicables a primera vista, y a
segunda también), sigue sentado en el trono. Fueron muy pocos los que
le dieron los votos que no necesitaba en un proceso controlado por el
PSUV y por los recursos del peculado, pero bastantes para cumplir el
rito de un simulacro que lavara las cicatrices y las llagas que abundan
en un cuerpo trajinado y voluminoso. No se lavó en aguas lustrales
porque el domingo pasado hubo sequía de ellas, pero cierta ducha y una
minúscula pastilla de jabón ofrecieron sus secuaces para que se
presentara con alguna muestra de aseo en el acto menguado de una
victoria sin pelea ni antagonista. Pero sigue allí, como si cual cosa.
Tal es el punto principal de la actualidad que padecemos.
Sigue allí contra la voluntad del pueblo, si consideramos cómo los
electores se negaron a participar en una fiesta que no les concernía.
Tal vez estemos frente al punto de mayor trascendencia en el análisis
del suceso. El dictador clamó por una compañía que le fue esquiva.
Programó una fiesta rumbosa que se quedó sin invitados. Nadie quiso su
comida porque el anfitrión no había sido obsequioso en anteriores
ocasiones, sino todo lo contrario, y porque se adivinaba la precariedad
del menú. Pero precisamente la ausencia de los convidados remite a la
respuesta que se pueda dar al fenómeno a través del cual un hombre
abandonado de soporte popular mantiene la posibilidad de seguir reinando
sin la preciada plataforma. ¿Por qué continúa en las alturas del poder,
si parece que no lo quieren ni en su casa?
Porque nadie tiene una respuesta certera sobre la distancia
establecida entre elección y electores que acaba de suceder. Las
mayorías no quisieron pasar el puente, o no pudieron porque no existía.
Se puede pensar que el vacío fue una inspiración de la MUD y del Frente
Amplio, pero es mucho suponer. Los promotores de la abstención no
hicieron mayor cosa para profundizar el mensaje. Lo anunciaron y después
hicieron un mutis que fue apenas interrumpido por presentaciones
fugaces que no se caracterizaron por la profundidad ni por la oferta de
las ideas que se concretarían después del festín desierto. Pero un
mensaje tan ligero, y quizá igualmente tan irresponsable, pudo ser
descartado con facilidad si se encontraba el anzuelo adecuado para
pescar votantes. Se pudo reemplazar el silencio por un ruido caudaloso,
por una oferta que deslumbrara a la clientela, por una figura atractiva y
prometedora. ¿No estaba servida la mesa, según los oradores de los
contados mítines, para llenarla con nuevos ingredientes y con comensales
ávidos? Sin embargo, nos quedamos a la espera de lo que pudo ser un
desenlace salvador. Si los primeros instigadores de la abstención apenas
se asomaron a la arena, los animadores del voto y el aspirante a la
alternativa vieron la lidia desde el burladero, después de algunos
faroles de adorno, porque carecían de elementos para enfrentarse a la
res amorcillada. Aún amorcillada, la res tiene cuernos y arrobas para
evitar proximidades peligrosas.
Los que se atribuyen la paternidad de un agujero que no cavaron, y
aquellos que después no supieron rellenarlo, deben enfrentar el desafío
de una sociedad que impuso la autonomía de su conducta. El
comportamiento de los electores no es un hecho que pueda pasar
inadvertido porque, según puede jurar el opinador, fue una exhibición de
beligerancia, una advertencia que solo se ha hecho contadas veces a
través de nuestra historia. Un movimiento subterráneo brotó hacia la
superficie porque le vino en gana para mover el piso del dictador que se
aferra a tierra resbaladiza, pero también para llenar de valladares el
camino de sus adversarios. Allá el dictador con sus cálculos y con su
búsqueda perentoria de supervivencia. Pero lo menos que pueden hacer los
opositores que equivocaron sus cálculos, tanto los supuestos animadores
de la ausencia electoral como los que no fueron capaces de calentar el
ánimo colectivo que necesitaban como si fuera oxígeno, es juntarse en un
solo cenáculo para sacar las cuentas de sus limitaciones. Tal vez
traduzcan con eficacia la lección del pueblo y encuentren un candil que
de veras alumbre.
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