Trino Marquez
El
recrudecimiento de las sanciones y amenazas, lleva a pensar a un grueso
segmento de la oposición venezolana que la solución de la grave crisis nacional,
se halla en la presión que sea capaz de sostener la comunidad internacional
sobre el régimen cada vez más aislado, desprestigiado y sancionado de Maduro.
Para que tal premisa se cumpla, resulta indispensable resolver algunos
problemas internos que esa colectividad no puede corregir.
En su relación con los sectores
democráticos venezolanos, desde finales de 2017, la comunidad internacional ha
ido cambiando sus nexos, definidos hasta entonces sobre la base de una conexión
fluida con la Mesa de la Unidad Democrática, instancia que agrupaba a la mayoría
de la dirección opositora: la que gozaba de mayor prestigio y autoridad. Había
sido un arduo trabajo de varios años lograr que la opinión pública
internacional reconociera un interlocutor válido, al que le concediera valor y
prestigio. Hugo Chávez se había encargado de demoler a AD y Copei, los grandes
partidos históricos, las otras organizaciones languidecían y las nuevas
agrupaciones no habían tenido tiempo para implantarse y desplegarse por el
territorio nacional. La MUD a partir de 2010 se convierte en esa plataforma que
la comunidad internacional estaba esperando que apareciera.
La atomización que se produjo
recientemente dentro de los sectores adversos al régimen, modificó ese panorama.
Ahora se mueven varios grupos en el escenario sin que ninguno de ellos posea la
hegemonía. En la actualidad encontramos el Frente Nacional, la MUD, los
factores que integran Vente Venezuela, los partidos que apoyaron a Henri Falcón
durante la campaña electoral, el chavismo disidente y algunos núcleos realengos
que, estricto sensu, no se ubican en ninguna de las facciones anteriores. Los
voceros más activos de la comunidad internacional, especialmente Luis Almagro,
secretario general de la OEA, Marco Rubio, senador republicano de Florida, y Antonio Tajani, presidente del
Parlamento Europeo, mantienen contacto permanente con los miembros de las
fracciones que decidieron abstenerse en las elecciones del 20-M, pero sus lazos
con los otros segmentos opositores es muy precario o inexistente. Esta
diferencia se entiende. Los voceros opositores más dinámicos e influyentes en
el frente internacional son Julio Borges, Antonio Ledezma, Carlos Vecchio y
Luis Florido, cuyos partidos forman o formaron parte de la MUD y, posteriormente,
se negaron a asistir a la cita del 20-M. Son ellos quienes construyen los
puentes con el exterior. Sin embargo, esta
cercanía de ningún modo significa que sean esos dirigentes y sus agrupaciones
los únicos que pueden potenciar la influencia foránea dentro del país. Para que
ese respaldo se traduzca en una fuerza emancipadora, resulta esencial que
vuelva a aparecer en el ambiente nacional una plataforma política y
organizativa similar a la MUD, capaz de
sintetizar los intereses y aspiraciones de ese espectro tan amplio y complejo
de grupos y partidos que conforman la oposición. El Frente Nacional nació con esta misión, pero
hasta ahora no ha pasado de ser una promesa.
Roberto Casanova, de Liderazgo y
Visión, propuso recientemente en un artículo, organizar una consulta popular
para que sean los ciudadanos quienes elijan un pequeño grupo de dirigentes, entre
cinco y siete, que asuman la vocería y conducción de la resistencia y lucha contra el régimen. Sería una dirección
colectiva conformada ad hoc, investida de la autoridad para trazar planes y
definir metas para el corto, mediano y largo plazo. Una decisión de esta naturaleza implicaría
que las organizaciones y líderes existentes cederían parte de su escaso
protagonismo actual, en aras de alcanzar un grado de coherencia y unidad
indispensable para enfrentar con éxito a un gobierno que luce acosado y débil,
pero cuyo ocaso definitivo puede tomar años, con las graves consecuencias que
esa dilación traería.
Además de las ventajas de contar con
una dirección interna uniforme, ese núcleo dirigente, u otro elegido mediante
un procedimiento distinto, podría convertirse en el interlocutor que la
comunidad internacional está esperando para, concertados, actuar dentro de una
línea coherente. La eficacia de la acción internacional se elevaría. Podrían
establecerse parentescos complementarios entre la actividad foránea y la
endógena. Esto sucedió en Sud África y en otras naciones beneficiadas por la
solidaridad internacional.
Sin resolver las enormes diferencias
internas existentes y sin una conducción homogénea y cohesionada que actúe como
interlocutor de la comunidad internacional, los esfuerzos que esta realice se
perderán. Los factores internos aparecerán como meros espectadores pasivos, en
el mejor de los caso, de medidas
adoptadas en el exterior, pero con escasa incidencia en la resolución final del
drama venezolano.
@trinomarquezc
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