GUERRA SUCIA Y CAMISAS NEGRAS DIGITALES
CARLOS RAÚL HERNÁNDEZ
En
la historia de las campañas sucias en Venezuela, se recordarán dos
entre las principales: la librada contra el presidente Carlos Andrés
Pérez entre 1989 y 1993, y la de ahora contra Henri Falcón. No por
casualidad las hacen los mismos sectores con treinta años de diferencia,
y varios hoy líderes principales de la abstención a nombre de la dignidadddd,
tuvieron papel destacado en aquélla. Luego fueron partícipes del
triunfo de Hugo Chávez en 1998 y aplaudieron sus desmanes porque eran
del pueblo. Hoy miran para otro lado ante la palabrería escatológica y
lupanaria de muchos de sus seguidores.
Hay suficientes
elementos para evaluar la carencia de sentido político, estratégico,
equilibrio institucional y responsabilidad que han demostrado esos antilíderes,
lo que facilita prever que esta empresa abstencionista conduciría a una
tremenda desgracia. Si encima añadimos que fueron promotores del
descarrilamiento opositor en 2016 y 2017 para sacar a Maduro con sangre
en las calles, los escalofríos por lo que hacen hoy aumentan. Ellos
fueron esenciales para que la malandanza chavista que vivimos se
perpetuara, porque trabajaron arduamente para crearla, y porque su
inhabilidad y desconocimiento de la política, contribuyeron a
estabilizarla.
Con tales capitanes en la oposición, la revolución está segura. Es un liderazgo negativo
y de entrada produjo un desgarramiento, un trauma tan grande en las
fuerzas democráticas, que tal vez no haya ungüento de Fierabrás para
pegar la fractura. En 2018 lucen determinados a coronar su faena de
destruir la oposición, como el príncipe torpe del que habla Maquiavelo,
al que todo le sale al revés. La masa de canalladas, calumnias,
ruindades, de la guerra sucia, de las que los padres de la criatura
están perfectamente informados, es tan exagerada que horroriza que se
laven las manos los virtuosos.
El chat de dos inútiles
Madres,
abuelas, mujeres profesionales, respetables, capaces, útiles,
recibieron su descarga de ácido en la cara digital, de la mano de quien
sabe quiénes. Y no extraña ese odio por las mujeres. Recordemos meses
atrás un par de lisiados espirituales del abstencionismo se lucieron en
un inolvidable chat. Un licenciado vidriera en filosofía al que le
destila baba con malderrrabia y un manganzón mantenido. Ellos proponían a
las mujeres que se lavaran bien y usaran champú porque venía la
invasión gringa.
Solo flagelados y rizópodos podrían hacer
chistes como esos y por fortuna bastante gente se enteró, aunque tal
vez acariciaban secretamente privatizar la ración de marines y jabón de
sus urbanizaciones. Hace más de dos décadas Umberto Eco pronunció una
conferencia en Columbia sobre lo que llamó El fascismo eterno
que le dio la vuelta al mundo porque era una disertación pedagógica del
gran estudioso que además había vivido la experiencia italiana. Pero
viéndolo más acá de la teoría, hay un par categorial terrible en la
naturaleza humana, la maldad y la violencia, una diada que cuando queda
libre e irrumpe en el organismo político se le llama fascismo.
La
política democrática consiste en manejar las diferencias conceptuales,
personales o políticas conforme a la civilización, es decir, someter los
instintos al rejo de la cultura. En el animal que cargamos, el
inconsciente asume las diferencias como agresiones y el stress hace
segregar la adrenalina que nos prepara para el ataque o la defensa. Pero
la cultura obliga a dominar estas pulsiones, y aunque de vez en cuando
se rompe y los parlamentarios se dan unas trompadas, lo normal es que
discutan, lleguen a acuerdos e incluso, que sean amigos sin importar que
pertenezcan a diferentes partidos.
Los refugiados de la política
El
Parlamento, es decir, la democracia, es entonces escenario para
tramitar desacuerdos, como lo son también el trabajo, el aula o el
hogar. La cultura democrática enseña y presiona para que la gente
conviva con ideas contrarias sin vejamen. Pero en Venezuela emergió la
bestia y aquel extraordinario sistema de convivencia, ejemplo para
Latinoamérica, lo calificaron de contubernio inconfesable, puntofijismo,
partidocracia, juego de cúpulas podridas nada menos que intelectuales,
políticos, empresarios y sacerdotes.
Y las generaciones
que se acercaron a la política desde las clases medias damnificadas,
sin formación y desesperadas, lo hicieron bajo la enseñanza
revolucionaria y aprendieron del maestro nacional, que la ruindad y el
oprobio son vías normales de enfrentar las ideas de otros. De allí que
las guacamayas de tuiter sean por su lenguaje, violencia y poquedad, auténticos camisas negras o colectivos
digitales, el fascismo en las redes. No soportan que disientan de sus
peregrinas y alocadas tonterías, y su limitada comprensión la sustituyen
por el garrote verbal, la calumnia, la ignominia, la autodegradación.
Por
eso nadie puede extrañarse que exactamente como Iris Valera en sus
dominios, la burócrata de un partido opositor negara asistencia médica a
una persona porque el familiar que la llevó a la emergencia apoyara la
candidatura de Henri Falcón. Ese incidente revela cómo la revolución
tiende a hacernos monstruos y ella, así como puede privar a alguien de
su medicina, estaría dispuesta a salir con sus cómplices a golpear
adversarios políticos en las calles exactamente como los pandilleros de
Mussolini y Hitler, lo que hacen habitualmente en las redes. Les falta
un paso que dependerá de la oportunidad para darlo.
@CarlosRaulHer
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