ELSA CARDOZO
EL NACIONAL
Tristeza por haber llegado al punto de
requerirla con tanta urgencia, aprecio por la generosidad de las
voluntades que se multiplican para ofrecerla. No es sencillo encontrar
las palabras justas para aproximarse a lo que significa que los
venezolanos tengamos tanta necesidad de solidaridad y tanta que
agradecer en tiempos muy difíciles. Y es especialmente difícil de estos
tiempos, porque resulta triste y penoso constatar que quienes gobiernan
no hacen ni un solo gesto franco de solidaridad; en cambio, descalifican
y obstaculizan todo genuino intento asistencia humanitaria.
Entre venezolanos, para comenzar, no
hay día en que no surjan nuevas iniciativas de las que acompañan y
alivian en lo inmediato a los muchos que más lo necesitan; también
otras, de más largo aliento y mayor alcance. Es un sentido de comunidad
nunca suficientemente valorado en su dimensión interior y nunca
debidamente ponderado tampoco en su faceta exterior, aunque se haya
hecho frecuente hablar de una comunidad internacional. Lo comunitario en
la vida internacional es todo lo que se asienta, explícítamente o no,
en la Declaración Universal de los Derechos Humanos, leídos esos
derechos en su sentido genuino, que es el de ser universales e
indivisibles.
Las iniciativas del exterior para
responder a la situación de Venezuela tienen motivaciones de tanta
diversidad como la que contiene el amplio espectro de lo que la crisis
venezolana multiplica en retos a la seguridad en su más convencional
sentido y, cada vez más visiblemente, como desafíos humanitarios. Solía
insistirse de modo más expreso sobre lo primero sin prestar la debida
atención a lo que hoy clama como nunca antes por humana solidaridad y es
respondido con la multiplicación de reacciones desde el mundo. Para lo
uno y lo otro la diáspora de venezolanos ha sido una poderosa señal de
alarma y motivo de movilización. Lo es muy justificadamente porque
revela que el gobierno venezolano antes que preocuparse por resolver los
problemas que agobian a los venezolanos, alienta expresamente el éxodo
que ya ronda los 4 millones de personas. No es este un problema menor
para los países que reciben ya no solo a quienes mal que bien han
planificado su salida o califican para los beneficios del asilo, sino a
centenares de miles de migrantes forzados por el hambre y las
enfermedades a cruzar las fronteras en condiciones de extrema
precariedad.
Un registro muy parcial de las
iniciativas internacionales de solidaridad incluye los recurrentes
llamados y ofertas de asistencia de países y organizaciones
internacionales y no gubernamentales para la emergencia humanitaria,
recurrentemente descalificados y bloqueados por el gobierno. Se suman
las medidas acordadas para atender la presencia de migrantes venezolanos
en varios países latinoamericanos (entre ellos los más afectados como
Brasil y Colombia, pero también Perú, Argentina, Chile y México); los
fondos proporcionados por los gobiernos de Estados Unidos (a Colombia,
Brasil y a través de las Naciones Unidas), Noruega (a Colombia), y por
la Unión Europea (a través de las Naciones Unidas), y las propuestas y
acciones de alcance regional de la Oficina del Alto Comisionado de las
Naciones Unidas para los Refugiados y la Organización Internacional de
Migraciones.
Como ha quedado confirmado una vez
más en estos días en la audiencia de la Comisión Interamericana de
Derechos Humanos sobre “Proceso electoral y su impacto sobre la
situación general de derechos humanos en Venezuela”, el problema de
fondo es la crónica e indisimulada violación y total desprotección de
todos los derechos humanos. Ante esto han hecho escuchar sus voces y
asumido iniciativas de apoyo los propios venezolanos y los gobiernos,
organizaciones internacionales y no gubernamentales, instituciones y
organizaciones políticas, sociedades y personalidades que forman, en
propiedad, la comunidad internacional democrática. Es con ellos con
quienes humanamente hemos contado y contamos. Son muchas solidaridades
que agradecer.
elsacardozo@gmail.com
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