Trino Marquez
Decidirme a votar por Henri
Falcón pasó por un detenido proceso de lecturas, comparaciones y discusiones,
algunas veces tensas, con amigos fraternales. He leído artículos de opinión,
oído entrevistas a través de la radio y visto programas de televisión. He
examinado algunos procesos históricos. El referendo chileno de 1988 y las elecciones legislativas en
Polonia, en 1989, me permitieron contrastar el comportamiento entre una
dictadura de derecha, la de Pinochet, y la dictadura comunista de Jaruzelski,
en Polonia. Refresqué la memoria sobre lo sucedido con el sandinismo en
Nicaragua en 1990. Constaté cómo las alternativas democráticas en esos y otros
países tuvieron que participar en procesos electorales en medio de climas
hostiles, que desestimulaban la participación popular y proyectaban una
chocante imagen de invencibilidad, ilegalidad y arrogancia por parte de los
amos del poder, figuras que manifestaban un desprecio olímpico por la expresión
soberana del pueblo.
A partir de
esas indagaciones y de mis propias reflexiones acerca de la naturaleza del
régimen de Maduro, y de las alianzas que este mantiene con Moscú, Teherán y La Habana,
decidí ir a depositar mi voto por Falcón, único candidato que encarna en las
condiciones actuales la posibilidad de comenzar la transición hacia una
Venezuela distinta, que recupere el concepto de Nación y de República.
El voto
representa el instrumento fundamental de cambio pacífico y ordenado de una
sociedad, incluso cuando la consulta comicial se realiza en medio de
condiciones tan adversas como las existentes en el país desde 1999. A pesar de
la voluntad e intereses de los dictadores, las elecciones constituyen
escenarios propicios para develar la incompetencia y corrupción de los
gobernantes. De allí que le huyan a los procesos comiciales pulcros y manipulen
de forma descarada para convertirlos en trajes a la medida de sus propias
ambiciones, nunca satisfechas.
Deploro que
los dirigentes de la MUD no hayan extraído las lecciones que se derivan de las
numerosas experiencias históricas en las cuales los partidos y grupos
opositores acuden a citas electorales con muy pocas o ninguna garantía legal.
Este es un rasgo de los comicios en sistemas autoritarios. Mientras más degradados
son los modelos. Mientras más canallas o mafiosos, como llama Insight Crime al gobierno de Maduro,
peor se comportan. Más ruines son. De
esos gamberros no conviene esperar que se comporten como los Caballeros
de la Mesa Redonda. Tal actitud resulta de una ingenuidad pueril. A esos
sujetos hay que enfrentarlos en el único terreno que los desequilibra: la
organización popular.
Las
neodictaduras, y la de Maduro es de este tipo, están obligadas por la legalidad
internacional a convocar periódicamente elecciones con el fin de reafirmar su
poder. Ese es el caso de Daniel Ortega y Evo Morales. Rafael Correa trató de sumarse
al coro, pero cometió un error de cálculo que le costó ser enviado por Lenín
Morreno, su delfín, al desván de los trastos viejos. La oposición nicaragüense
y la boliviana concurren a los comicios convocados por los neodictadores. Nadie
tacha a esos sectores de colaboracionistas o legitimadores de la autocracia.
Los grupos más racionales entienden que se trata de movimientos tácticos
dirigidos a preservar espacios institucionales o a ganarlos, en el mejor de los
casos. La oposición boliviana tendrá que participar en la próxima contienda
electoral presidencial, a pesar del abuso de Morales al valerse de sus serviles
miembros del Tribunal Supremo de Justicia para torcer la voluntad del pueblo, que
ya había decidido rechazar la reelección indefinida en un referendo popular.
Así es la política: oblicua, llena de recodos y salidas laterales. Lamentablemente, la MUD no entendió esta
realidad y cayó en la celada montada en República Dominica por los demonios
instalados en Miraflores.
De haber ido
unida la oposición a la consulta de mayo, otro sería el escenario. Maduro, con
80% de rechazo, con hiperinflación, derrumbe de la economía, escasez de medicinas,
Pdvsa devastada y todos los demás desastres que ha creado, estaría arrinconado.
Habría sido colocado ante el siguiente disparadero: ir a una derrota electoral
segura o emprender la aventura de un autogolpe, ante una comunidad
internacional que pide su cabeza. ¿Lo habrían acompañado las FAN en semejante
temeridad? Tengo serias dudas. Los militares no brillan por su talento, pero
tampoco son tontos de capirote.
Leer y
analizar procesos políticos cruciales tiene la ventaja de mostrar cómo los
políticos democráticos en ocasiones deben actuar en condiciones extremas cuando
enfrentan tiranías. Una forma democrática de cambiar la correlación de fuerzas
en las autocracias consiste en introducirse en la piel de esos esquemas y a
partir de allí tratar de modificarlos. Las elecciones pueden desencadenar los
procesos de cambio que la violencia callejera, las huelgas, las intervenciones
extranjeras o los golpes versallescos no logran desatar.
Vayamos a
votar por Falcón con la convicción de que estamos haciendo lo más conveniente
en este trance tan dramático que vive el país.
@trinomarquezc
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